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FELIX LAIÑO, 89 AÑOS, PERIODISTA
La Razón de su vida
Por María Ammi

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t.gif (862 bytes) Si se dijera que a los 89 años de edad murió un violinista, que tuvo su atril en el Colón, un verdadero amante de la música, se diría una parte poco evidente de la personalidad del periodista que acaba de morir amasado en la mitología urbana que tanto entusiasma a los argentinos y que muchas veces borra las aristas más espinosas. Ayer murió Félix Laiño. Para muchos, un maestro al que le adjudicaban la batuta en el arte de crear un medio masivo de comunicación como La Razón, el vespertino de mayor éxito en Latinoamérica que alcanzó tiradas de medio millón de ejemplares diarios. Para otros, el artífice periodístico que trabajó detrás de los golpes de Estado durante 30 años. La Razón fue una costumbre ciudadana anterior a los noticieros de televisión. Para muchos lectores, una costumbre que terminó cuando el diario de la familia Peralta Ramos cambió de manos y concluyó su historia, a la cual está indisolublemente unida la figura de Laiño, un arquetipo enigmático, que padecía de fotofobia, siempre protegido por sus enormes anteojos oscuros. Además de música comenzó a estudiar abogacía, pero terminó en el Instituto de Enseñanza Secundaria recibiéndose de profesor de Humanidades después de que lo echaron de la facultad por participar de una huelga en la que reivindicaban el derecho de fumar. El hábito de fumar tabaco y el café lo acompañaron durante el resto de su vida y le sumaron algunos de los atributos que adornaban a los periodistas de entonces: escribir bien, tener un bagaje cultural respetable, acompañarse con el humo del tabaco y beber litros de café negro. El otro atributo, el alcohol, no entró en la vida de Laiño, quien, a cambio, era un militante de las redacciones en las que pasaba la mayor parte del día y de la noche. Ya en su vejez, Félix Laiño recordaba que mientras era estudiante universitario y en los primeros años como periodista “éramos todos socialistas. Yo admiraba a Juan B. Justo. Pero además estábamos impactados por la revolución bolchevique. Pero nos hicieron devotos del idealismo alemán, por lo tanto, en ese entonces no comprendíamos lo que después tuvimos que aprender a sangre y fuego. La diferencia entre Wagner y Beethoven, entre Nietzsche y Goethe. Los extremos. Esto nos llevó a ser, primero, espectadores del nazismo y, después, opositores al régimen alemán”. Pero, sí, recalcó “hasta que tomamos conciencia de la realidad éramos un poquito revolucionarios”. En 1927 la música pasó a segundo plano en la vida de Laiño y comenzó su carrera dentro del periodismo. Como adherente al socialismo estaba en contra de los golpes militares, y de todo proceso fascistoide, postura que luego cambió, según sus palabras, por la “influencia de Ortega y Gasset, que fue mi profesor”. Aunque después de la década del 30 se define a sí mismo como un liberal que “interpretaba la libertad paralelamente a la cultura”, el hombre que entraba en la madurez tenía simpatía por los conservadores. En 1931 se casó con América Varela. Tuvieron dos hijos, Lauro y Alvaro, este último murió en 1992 de un paro cardíaco. En 1969 enviudó y decidió vivir en el hotel City por su declarada inutilidad para autoabastecerse en el ámbito del hogar. A los 27 años alcanzó la jefatura de redacción. Era muy joven para la época, en que los medios estaban armados alrededor de escritores más que de periodistas. Según recordó hace pocos años “Yo cambié todo, no quería más textos que, editados todos juntos, no querían decir nada. Armé una redacción sólo de periodistas. Hasta el Rodrigazo vendíamos 480 mil ejemplares diarios”. Llegaba a las siete de la mañana al vespertino y se iba a las ocho de la noche. Comía en La Razón, dormía la siesta, escuchaba conciertos, vivía para el diario. Esa dedicación no estaba exenta de un trato enérgico y autoritario hacia el personal para el que se había convertido en el eje aglutinante e inapelable. Estando a su cargo, La Razón anticipó el golpe de Estado de marzo de 1976. Se estima que Laiño tenía una de sus fuentes de información en el sector de Inteligencia del Ejército y tal como reproducen Eduardo Blaustein y Martín Zubieta en Decíamos ayer (La prensa argentina bajo el Proceso): “La secuencia de tapas inmediatamente anterior al golpe, antológica desde el lugar de lo perverso, remata con un título que muchos periodistas recuerdan de memoria: “Es inminente el final. Todo está dicho”. Más que el título de un diario parecía una proclama. Laiño y sus discípulos solían decir que La Razón era un diario único en cuanto a su originalidad, nacido sin molde previo. Considerado un maestro de periodistas, Laiño confesó que la noticia que le produjo la mayor sorpresa profesional de su carrera fue el estallido de la bomba atómica que los aliados dejaron caer sobre Hiroshima y Nagasaki, ya que semejante crueldad era esperable sólo desde el nazismo. Hasta su muerte, Félix Laiño presidió la Academia Nacional de Periodismo cuyo miembros lo despidieron ayer. Había nacido el 13 de agosto de 1909. En 1982 se retiró del vespertino anunciando “me voy con La Razón bajo el brazo”. Y así fue.

 

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