Si se dijera que a los 89
años de edad murió un violinista, que tuvo su atril en el Colón, un verdadero amante de
la música, se diría una parte poco evidente de la personalidad del periodista que acaba
de morir amasado en la mitología urbana que tanto entusiasma a los argentinos y que
muchas veces borra las aristas más espinosas. Ayer murió Félix Laiño. Para muchos, un
maestro al que le adjudicaban la batuta en el arte de crear un medio masivo de
comunicación como La Razón, el vespertino de mayor éxito en Latinoamérica que alcanzó
tiradas de medio millón de ejemplares diarios. Para otros, el artífice periodístico que
trabajó detrás de los golpes de Estado durante 30 años. La Razón fue una costumbre
ciudadana anterior a los noticieros de televisión. Para muchos lectores, una costumbre
que terminó cuando el diario de la familia Peralta Ramos cambió de manos y concluyó su
historia, a la cual está indisolublemente unida la figura de Laiño, un arquetipo
enigmático, que padecía de fotofobia, siempre protegido por sus enormes anteojos
oscuros. Además de música comenzó a estudiar abogacía, pero terminó en el Instituto
de Enseñanza Secundaria recibiéndose de profesor de Humanidades después de que lo
echaron de la facultad por participar de una huelga en la que reivindicaban el derecho de
fumar. El hábito de fumar tabaco y el café lo acompañaron durante el resto de su vida y
le sumaron algunos de los atributos que adornaban a los periodistas de entonces: escribir
bien, tener un bagaje cultural respetable, acompañarse con el humo del tabaco y beber
litros de café negro. El otro atributo, el alcohol, no entró en la vida de Laiño,
quien, a cambio, era un militante de las redacciones en las que pasaba la mayor parte del
día y de la noche. Ya en su vejez, Félix Laiño recordaba que mientras era estudiante
universitario y en los primeros años como periodista éramos todos socialistas. Yo
admiraba a Juan B. Justo. Pero además estábamos impactados por la revolución
bolchevique. Pero nos hicieron devotos del idealismo alemán, por lo tanto, en ese
entonces no comprendíamos lo que después tuvimos que aprender a sangre y fuego. La
diferencia entre Wagner y Beethoven, entre Nietzsche y Goethe. Los extremos. Esto nos
llevó a ser, primero, espectadores del nazismo y, después, opositores al régimen
alemán. Pero, sí, recalcó hasta que tomamos conciencia de la realidad
éramos un poquito revolucionarios. En 1927 la música pasó a segundo plano en la
vida de Laiño y comenzó su carrera dentro del periodismo. Como adherente al socialismo
estaba en contra de los golpes militares, y de todo proceso fascistoide, postura que luego
cambió, según sus palabras, por la influencia de Ortega y Gasset, que fue mi
profesor. Aunque después de la década del 30 se define a sí mismo como un liberal
que interpretaba la libertad paralelamente a la cultura, el hombre que entraba
en la madurez tenía simpatía por los conservadores. En 1931 se casó con América
Varela. Tuvieron dos hijos, Lauro y Alvaro, este último murió en 1992 de un paro
cardíaco. En 1969 enviudó y decidió vivir en el hotel City por su declarada inutilidad
para autoabastecerse en el ámbito del hogar. A los 27 años alcanzó la jefatura de
redacción. Era muy joven para la época, en que los medios estaban armados alrededor de
escritores más que de periodistas. Según recordó hace pocos años Yo cambié
todo, no quería más textos que, editados todos juntos, no querían decir nada. Armé una
redacción sólo de periodistas. Hasta el Rodrigazo vendíamos 480 mil ejemplares
diarios. Llegaba a las siete de la mañana al vespertino y se iba a las ocho de la
noche. Comía en La Razón, dormía la siesta, escuchaba conciertos, vivía para el
diario. Esa dedicación no estaba exenta de un trato enérgico y autoritario hacia el
personal para el que se había convertido en el eje aglutinante e inapelable. Estando a su
cargo, La Razón anticipó el golpe de Estado de marzo de 1976. Se estima que Laiño
tenía una de sus fuentes de información en el sector de Inteligencia del Ejército y tal
como reproducen Eduardo Blaustein y Martín Zubieta en Decíamos ayer (La prensa argentina
bajo el Proceso): La secuencia de tapas inmediatamente anterior al golpe,
antológica desde el lugar de lo perverso, remata con un título que muchos periodistas
recuerdan de memoria: Es inminente el final. Todo está dicho. Más que el
título de un diario parecía una proclama. Laiño y sus discípulos solían decir que La
Razón era un diario único en cuanto a su originalidad, nacido sin molde previo.
Considerado un maestro de periodistas, Laiño confesó que la noticia que le produjo la
mayor sorpresa profesional de su carrera fue el estallido de la bomba atómica que los
aliados dejaron caer sobre Hiroshima y Nagasaki, ya que semejante crueldad era esperable
sólo desde el nazismo. Hasta su muerte, Félix Laiño presidió la Academia Nacional de
Periodismo cuyo miembros lo despidieron ayer. Había nacido el 13 de agosto de 1909. En
1982 se retiró del vespertino anunciando me voy con La Razón bajo el brazo.
Y así fue.
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