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OPINION
Diez años no es nada
Por Julio Nudler

Como celebrando anticipadamente el décimo aniversario del 6 de febrero de 1989, el día en que se inició oficialmente la hiperinflación, con su secuela de saqueos reales o imaginarios, grupos pauperizados vuelven a pedir comida en los supermercados. Ni la estabilidad, ni todo el crecimiento de la economía argentina durante los ‘90, ni las reformas estructurales, la inserción en el mundo y la incorporación de tanta tecnología de punta parecen haber podido evitar esta triste parábola. Carlos Menem termina su mandato como Raúl Alfonsín, con desigualdad y hambre en una ancha franja de la población. La Argentina aumentó 50 por ciento su producción de cereales y oleaginosas, pero mucha gente no tiene para comer.
En estos mismos años las cadenas de súper e hipermercados se convirtieron en los patovicas de la economía, a costa de los industriales, los productores y los pequeños comerciantes. Con su poder de compra concentrado, imponen condiciones. No lograr un sitio en sus góndolas puede implicar la muerte para cualquier empresa. Pero cuando un grupo de pobres o de indigentes traspone sus puertas, a los supermercados no les sirven los métodos expeditivos que usan para despachar a cualquier fabricante pyme. ¿Entregar comida a los hambrientos, reclamar a la policía que los reprima? ¿Cuál es la mejor estrategia para controlar el daño?
Regalar alimentos básicos es una manera de echar aceite sobre las olas y ganar tiempo. Pero las ganas de comer se reproducen, y si la economía no emplea y remunera razonablemente a los hambrientos, la presión resurgirá. El menemismo prometió la revolución productiva y eliminó la Caja PAN, pero un decenio más tarde no tiene ninguna política capaz de contrabalancear esa máquina de inequidad que es el mercado. No protege, no cura, no educa y tampoco alimenta cuando es preciso hacerlo. Pero los problemas que no resuelve el Gobierno, tarde o temprano estallan por algún otro lado.
Diez años atrás, Guillermo Alchouron mandó desclavar las plaquetas de la Sociedad Rural en la calle Florida porque, según él también creyó, las hordas villeras bajaban por la avenida Corrientes hacia el Centro, y tal vez quisiesen incendiar por segunda vez la Rural. Aquel brote paranoico correspondía a la bancarrota de un modelo económico absolutamente agotado, al que inútilmente se abrazó Alfonsín. Hoy no es descabellado temer que a Menem pueda pasarle lo mismo con su ultraliberalismo y su destrucción del Estado.

 

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