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Por Marta Dillon Claudia y Andrea huyen desde hace un mes. Por sugerencia de la regional chilena de Amnistía Internacional llegaron a Argentina con la esperanza de conseguir una visa para vivir en Canadá. Allí se terminaría la persecución que sufren desde 1996, cuando un grupo paramilitar, el comando Carlos Ibáñez del Campo, comenzó a amenazarlas por una única razón: ellas eligieron amar a otra mujer. Y se atrevieron a decirlo en voz alta. Desde el programa que dirigían en Radio Tierra La manzana de Eva ellas se animaron a pedir la derogación de dos artículos del Código penal el 365 y 373 que condenan la homosexualidad en nombre de las buenas costumbres. Junto con el Movimiento de Liberación Homosexual (Movilh) reu-nieron miles de firmas para avalar su demanda. Pero la reacción no se hizo esperar. Con el lema No hipotequen nuestro futuro y el del País capitulando frente a las presiones del lobby homosexual, un grupo de estudiantes también salió a juntar firmas. Mientras tanto, el comando Ibáñez radicalizó sus habituales persecuciones a homosexuales que comenzaron en 1993 cuando se adjudicaron el incendio intencional de una discoteca gay en la que murieron 18 personas. Claudia Leyton y Andrea Santander fueron uno de los tantos objetivos del comando. Desde los inicios del programa comenzamos a recibir amenazas. Pero eran llamados generalizados o advertencias sin destinatario concreto. Fue a principios de 1997 cuando nos empezamos a preocupar porque bajo nuestra puerta se deslizaban anónimos que describían exactamente cada uno de nuestros movimientos. Claudia ensaya gestos diversos para eliminar la paranoia de la que no pudo librarse. En el informe psicológico que pidió Amnistía Internacional para tomar su caso se puede leer el desequilibrio que sufren sus emociones, tanto que en el estudio se advierte que corre peligro de caer en una depresión suicida. Ella es pareja de Andrea desde hace cuatro años. Cuando se enamoraron nada las preocupaba demasiado. La primera a punto de recibirse de abogada, trabajaba como asesora inmobiliaria. La segunda era una exitosa vendedora. Sin embargo enseguida notaron que su vínculo no podía mantenerse en privado. Ser homosexual en Chile se convierte en un hecho público desde el momento de la condena social que se mete en tu cabeza haciéndote pensar que sos enferma o pervertida. Las palabras de Andrea podrían pertenecer a cualquier lesbiana en el mundo. Pero a ella la amenazaron de muerte y el 4 de noviembre del año pasado hubo un intento de secuestro que precipitó la huida ordenada que planeaban desde hace 14 meses. Entre el 97 y el 98 nos mudamos siete veces y cada vez volvieron a encontrarnos. Hasta mataron a nuestra gatita y la dejaron en la puerta de casa con una nota que prometía el mismo destino para nosotras. Fue entonces cuando decidieron pedir ayuda. En Canadá tienen familiares que les conseguirían trabajo sin demasiado esfuerzo. Sólo faltaba la visa. Mientras hacíamos los trámites para irnos, ayudadas por Amnistía, recibimos un nuevo mensaje que fijaba la fecha de nuestra ejecución para el 7 de noviembre de 1998. No quisimos creer que podía ser verdad, pero ya habíamos tenido el caso de una compañera que fue secuestrada de la facultad y quemada con cigarrillos. No la violaron porque estaba menstruando. Cuatro días antes de que llegara esa fecha que desde las sombras se anunciaba fatal la pareja fue atacada a dos cuadras de su casa. Tres hombres quisieron subirlas a un auto y fueron golpeadas duramente con manoplas, esos anillos metálicos que se usan para hacer más efectivos los puñetazos. Nos salvamos de milagro porque otro auto se detuvo y los hombres huyeron. Entonces las chicas olvidaron los papeles y se embarcaron hacia Canadá sin visa. En Miami fueron detenidas y tuvieron que volver a Chile. Las amenazas, lejos de terminar, se incrementaron. Tuvimos que tomar la decisión de disolver nuestro grupo de mujeres. El Movilh hizo denuncias pero ninguna prosperó, como tampoco prosperó la iniciativa de derogar los artículos que penan la homosexualidad y hasta se cerró la causa por el incendio de la discoteca que el comando Ibáñez se adjudicó públicamente. Claudia y Andrea vivieron escondidas en su país hasta que Amnesty les sugirió que viajaran a Argentina donde sería más fácil ayudarlas. Todavía no consiguieron la visa a Canadá y sus recursos económicos ya se agotaron. Aquí se conectaron con la Liga Argentina por los Derechos del Hombre y con la Comisión para los Derechos Humanos de Chilenos en Argentina. Su cuadro psicológico se agudizó. Sabemos que estos grupos de tareas son herencia de la dictadura, vivimos en una democracia débil que persigue a las minorías, no podemos confiar ni en la policía ni en la Justicia de nuestro país porque son ellos los mismos que nos reprimen de la mano de esos artículos que nunca se pudieron derogar. Esa sensación de impunidad que les quitaba el sueño en su país no se acabó del otro lado de la cordillera. Saben que aquí la situación para ellas es diferente, pero nada las puede convencer de que los dedos fríos de sus perseguidores no las alcancen en algún país limítrofe.
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