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EMPEZO EL JUICIO A CLINTON Y LA LINEA DURA REPUBLICANA PIDE SU CABEZA
Cuando los ultraderechistas huelen sangre

Ayer tuvo lugar una dura lucha entre los partidos y hoy se votará el formato del juicio a Bill Clinton, que los republicanos más duros quieren que sea humillante y lleve a su caída.

Henry Hyde, presidente del Comité Judicial de la Cámara, lee al Senado los artículos de acusación.
En un gesto inusual, dijo con toda claridad que los delitos de Clinton merecían la destitución.

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Por Mónica Flores Correa desde Nueva York

t.gif (67 bytes) Primero, el sentido común dijo que la Cámara de Representantes nunca votaría el impeachment de Bill Clinton. Y en diciembre la Cámara aprobó el impeachment. Después, el mismo sentido común de muchos norteamericanos -esta vez algo vapuleado– dijo que el Senado no llevaría a cabo el juicio de destitución, y que se optaría, en cambio, por una moción de censura o un proceso muy rápido y poco traumático. Pero ayer comenzó el juicio de destitución con la jura de William Rehnquist, presidente de la Suprema Corte que oficia de juez en esta instancia extraordinaria, y de los senadores. Ahora el sentido común, decididamente golpeado, sugiere que Clinton no puede ser destituido porque los enemigos de este presidente no podrán reunir los 67 votos del Senado que se necesitan para exigirle que se vaya de la Casa Blanca. Ya nadie, sin embargo, pone las manos en el fuego frente a ninguna afirmación de la sensatez porque las probabilidades de quemarse, se ha visto, son muy grandes.
La determinación de la derecha republicana resulta inequívoca y ha llegado ya bastante lejos como para no temer que logren su objetivo final: hundir a Clinton en la humillación máxima de tener que dejar la presidencia con el veredicto de que ha cometido “graves crímenes y ofensas”. Al leer los dos cargos que fundamentan el juicio, según los cuales Clinton habría “perturbado, obstruido e impedido la administración de justicia” en la investigación del affaire sexual con Monica Lewinsky, el republicano Henry Hyde, que actúa en el juicio como el fiscal principal, dijo con toda claridad que los delitos presuntamente cometidos por Clinton merecían la condena de la destitución. La inusual sugerencia de Hyde, completamente novedosa para un fiscal en un impeachment, acerca del cual debía ser la condena, dejó a muchos sorprendidos pero para otros no fue más que una confirmación de la intención última de los legisladores ultraconservadores.
Los senadores votarán hoy los lineamientos que seguirá el juicio, encuadre que ha sido objeto de frenéticas negociaciones entre los dos partidos, en las que no consiguieron ponerse de acuerdo. Trent Lott, jefe de la mayoría republicana, pondrá a votación un plan que propone un juicio con un número limitado de testigos –no más de tres por cada parte, se dijo en trascendidos– y que se extendería hasta mediados de febrero. Los demócratas quieren un juicio que dure una semana y sin testigos.
Televisada nacionalmente, la ceremonia de la jura estuvo marcada por la gravedad de la circunstancia. Como símbolo de continuidad en la tradición histórica y de antigüedad en el cargo, fue Strom Thurmond, senador republicano de 96 años e indudablemente el más anciano, quien tomó juramento al juez Rehnquist. “¿Jura solemnemente que en todas las cosas pertinentes al juicio de destitución de William Jefferson Clinton, ahora pendiente, decidirá usted con justicia imparcial de acuerdo con la Constitución y las leyes, y con la ayuda de Dios?”, preguntó Thurmond. “Sí, juro”, respondió Rehnquist, quien vestía la imponente toga negra de juez con bandas doradas en las mangas.
Acto seguido, los 100 senadores firmaron un libro de juramentos y se comprometieron a decidir con “justicia imparcial” sobre el futuro de la presidencia de Clinton. Escoltando a los miembros de la Cámara de Representantes convertidos en fiscales, el heraldo del Senado, James W. Zlglar, entonó “¡Escuchad, escuchad, escuchad!, ¡se ordena a todas las personas que guarden silencio bajo pena de prisión!”, admonición que fueraescrita hace 200 años por los ‘Padres Fundadores” y que en la actual situación, y en el silencio sepulcral del recinto, sonó, por cierto, muy poco auspiciosa.
La ofensiva del ultraconservadurismo continuó incansable. En la arena pública, se hizo evidente cuando Hyde pidió explícitamente la destitución. A puertas cerradas, siguió en la determinación de los republicanos de la Comisión de Justicia de incluir testigos, entre ellos la propia Monica Lewinsky, el asesor y confidente presidencial Vernon Jordan y la secretaria privada de Clinton, Betty Currie. El New York Times dijo ayer que los republicanos tenían intenciones de llamar hasta 18 testigos –y no cuatro o seis como se había dicho públicamente. Luego, el canal MSNBC informó que en la lista de testigos de los fiscales figura una mujer cuyo nombre de pila es Dolly, “old ex girlfriend” (antigua amante) de Clinton.
Intentando evitar la lluvia de testigos, la Casa Blanca dijo que aceptaría que el informe de cinco volúmenes del fiscal independiente Kenneth Starr se use como prueba en el juicio. Pero los legisladores de la Comisión se mantuvieron en sus trece. Joe Lockhart, vocero de la Casa Blanca, comentó: “Si ellos insisten en llevar testigos, este proceso se extenderá y demorará y todas las apuestas se cancelan... No creemos que puedan presentar un caso convincente para sacar al presidente”.
Trent Lott y el demócrata Tom Daschle, líder de la minoría republicana, dieron una conferencia de prensa a la tarde, en un intento de calmar a los medios, que informaban en todos los tonos que una intensa guerra política entre los dos partidos se estaba desarrollando a raíz de las diferencias acerca del encuadre del juicio, especialmente alrededor de la cuestión “testigos”. Pero aunque ambos dirigentes no dejaron de sonreír ni de hacer chistes, ni de parecer fraternales entre ambos, lo único que en resumidas cuentas pudieron decirles a los periodistas es que no existía un acuerdo.
Entre las múltiples e imprevisibles consecuencias que tendrá este juicio –y ni se diga, una eventual destitución de Clinton– el rencor y el resentimiento en el seno de la clase política será un saldo nada despreciable en su magnitud y decididamente muy nefasto.

 


 

WILLIAM REHNQUIST, NUEVO PROTAGONISTA
Un juez de Nixon y Reagan

t.gif (862 bytes) El protagonista del primer acto fue Kenneth Starr, el fiscal especial con especial interés por los momentos íntimos de la vida del presidente de Estados Unidos. Luego tuvo su momento de protagonismo Henry Hyde, quien preside el Comité Judicial de la Cámara de Representantes que puso en marcha el proceso de impeachment. Al iniciar el Senado el juicio político contra William Jefferson Clinton por perjurio y obstrucción de la Justicia en la investigación del Caso Lewinsky, pasa al primer plano el máximo juez federal estadounidense, William Rehnquist, quien preside el proceso.
Rehnquist, nacido hace 74 años en Milwaukee (estado de Wisconsin), integra la Corte Suprema desde 1971. Irónicamente fue el entonces presidente Richard Nixon quien lo llevó al máximo tribunal tres años antes de renunciar para eludir él mismo el juicio político. Hijo de un comerciante de origen sueco, Rehnquist se caracteriza por la agudeza de sus argumentaciones de matriz conservadora, a la vez que por su afable trato personal. El juez es además un reconocido experto de la problemática del impeachment, por lo que se supone que sabrá guiar a los 100 senadores, que cumplen el papel del jurado, a través de los procedimientos del juicio político.
Formado en las universidades de Stanford y Harvard, clásicas escuelas de los cuadros más brillantes del derecho estadounidense, Rehnquist comenzó su carrera de abogado en Phoenix (estado de Arizona), donde se perfiló entre 1953 y 1969 como adherente del ala conservadora del Partido Republicano. Sectores liberales intentaron en vano oponerse a su consagración como juez de la Corte Suprema propuesta por Nixon. Fue luego Ronald Reagan quien lo propuso en 1986 para suceder a Warren E. Burger como presidente del tribunal. A partir de entonces Rehnquist se cuenta entre los hombres más poderosos de Estados Unidos.

 

OPINION
Golpe de Estado sin sangre
Por Arthur Miller

Nos advierten que un juicio de destitución al Ejecutivo en manos del Senado significará
el cierre del gobierno, ya que involucrará a la Corte Suprema y atará por semanas o meses
al Cuerpo Deliberativo Más Grande del Mundo. Pero la derecha ya cerró el gobierno dos
veces y nadie notó la diferencia. ¿Es posible que, a los tropezones, y a caballo sobre los hombros de la derecha más furibunda, lleguemos al paraíso anarquista, donde el gobierno ya no existe? Al final, puede ser
que esos locos que odian al gobierno en el estado de Montana se queden con la última palabra.
Pero hay una sola cosa que todo este espectáculo sí consiguió: producir indignación. Hacía tanto tiempo que no nos indignábamos que ya habíamos olvidado que la indignación existía. El hecho de que el 20 por ciento de
los niños norteamericanos vivan por debajo de la línea de la pobreza no nos sacó de
nuestra modorra; la violencia de los movimientos pro-vida que cerró una clínica antiabortista tras otra nos dejó indiferentes; las revelaciones de la complicidad de Estados Unidos en instalar a Pinochet y del apoyo de
la CIA a los asesinos de Allende nos sumieron aún más profundamente en una mundo de ensueño. Pero la ausencia total de indignación en estas materias se remedió ahora. Todos tenemos que enrojecer y desgarrar nuestras vestiduras ante el espectáculo de un presidente norteamericano que no quiere confesar que la mojó.
En Inglaterra, me dicen, Clinton se habría quedado sin puesto a las 48 horas. Pero los ingleses, no hace falta decirlo, difícilmente sean los pensadores más maduros cuando se trata de manoseos. Los franceses, en cambio...
¿Para qué todo esto?, preguntarán ustedes. Todas las acusaciones recaen sobre nuestra manoseada tradición puritana, aunque un erudito estudio publicado pocos años atrás demostró que la mayoría de las personas en la Nueva Inglaterra colonial eran hijos ilegítimos. Parece ser que la tierra disponible era excepcionalmente escasa, que los indios hostiles estaban demasiado cerca, y que un joven casadero sin tierras no podía mantener una esposa. Por lo tanto, los chicos se unían muy naturalmente con las chicas, y así siguiendo. Así hay que concluir que la verdadera tradición puritana, en resumidas cuentas, es el sexo. La tradición del Congreso, por otra parte, es exaltar lo que nunca fue, cuando se trata de una moral con la que ni ellos mismos cumplen. Después de todo, ¿puede ser que no haya nadie entre el medio millar de integrantes de las dos Cámaras que no haya mentido nunca sobre sexo? ¿Tenemos derecho a esperar una confesión de ese caballero, o quizás de esa dama, antes de que él o ella hayan votado para destruir a Bill Clinton para siempre? No contengan la respiración.

 


 

Eramos pocos y vino el Irakgate

Los medios en Estados Unidos confirman que la Casa Blanca usó las inspecciones para espiar a Irak, donde siguen los tiros.

t.gif (862 bytes) Mientras Estados Unidos se ve cada día más comprometido por las acusaciones de espionaje contra Irak, ayer continuó la ruleta rusa sobre las zonas de exclusión aérea. Un avión norteamericano F-16 “respondió” a la detección de un radar iraquí disparando un misil contra el mismo. Según fuentes oficiales norteamericanas, no se conocen los daños sufridos por el radar iraquí, pero el avión regresó sano y salvo a su base en Turquía. Este es el cuarto incidente de su tipo del que se informa, y ocurre cuando varios periódicos estadounidenses confirman que Estados Unidos usó las inspecciones de desarme de las Naciones Unidas en Irak para realizar actividades de espionaje. La ONU sostuvo que considera “creíbles” estas versiones, y su secretario general, Kofi Annan, sostuvo una reunión de urgencia con la secretaria de Estado norteamericana, Madeline Albright.
Las versiones provinieron de declaraciones a varios diarios estadounidenses hechas por “voceros anónimos”, los que Irak considera como miembros de un supuesto “bloque moderado” disidente dentro del gobierno estadounidense. El Departamento de Estado norteamericano desmintió las versiones cuando fueron reveladas el miércoles, pero ayer mantuvo el silencio mientras los diarios Washington Post, Wall Street Journal y New York Times ratificaron su información original, agregando nuevas declaraciones anónimas de los “moderados”.
No fueron ambiguas. Según ellas, los inspectores de desarme de la UNSCOM, bajo el mando del australiano Richard Butler, aprovecharon su presencia en Irak para interceptar las comunicaciones entre la dirigencia iraquí y desviarlas hacia satélites norteamericanos. La información que extrajeron de ellas hubiera sido usada para obtener la ubicación exacta de varios funcionarios “de alto rango”. El objetivo final no era muy agradable: “eliminarlos” con los ataques aéreos de diciembre.
Esta información parece confirmar las peores sospechas de la ONU, que nunca descreyó enteramente las acusaciones iraquíes de que Estados Unidos se valió de las inspecciones para montar su ataque. Ciertamente, la reiterada publicación de esas versiones ayer “tienden a darles más credibilidad”, afirmó el portavoz de la ONU Fred Eckhard. Agregó con cautela que “no tenemos capacidad investigativa profesional y sólo podemos sentarnos a ver y esperar”. Pero si se prueba cierto, el espionaje norteamericano “sería perjudicial para la ONU y para los esfuerzos de desarme mundiales”.
Todo esto vino justo a tiempo para Irak, que actualmente desafía uno de los últimos controles físicos ejercidos sobre su país: las zonas de exclusión aérea. Creadas para proteger a la minoría kurda en el norte y a los chiítas del sur (ambos oponentes del régimen de Saddam Hussein), las zonas son patrulladas por aviones ingleses y estadounidenses desde el fin de la Guerra del Golfo de 1991. Pero poco después de la ofensiva “Zorro del Desierto” en diciembre, Bagdad anunció que no las reconocería por más tiempo, y que consideraría a cualquier patrulla de aviones occidentales como una invasión a su espacio aéreo.
Parece que hablaba en serio. Los aviones angloamericanos reportan constantes movimientos “agresivos” de aviones y fuerzas antiaéreas iraquíes, y ayer el incidente con el F-16 norteamericano sólo avivó los temores de un enfrentamiento abierto con bajas occidentales. Asediado por las revelaciones del espionaje, el Pentagono intentó evitar nuevas acusaciones de querer atacar a Irak. Según ellos, el disparo del misil fue en “autodefensa”, y adujeron intenciones “hostiles” al radar. El precio por su hostilidad fue alto. “Suponemos que el radar fue impactado.”

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