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Por Mónica Flores Correa desde Nueva York Primero, el sentido común dijo que la Cámara de Representantes nunca votaría el impeachment de Bill Clinton. Y en diciembre la Cámara aprobó el impeachment. Después, el mismo sentido común de muchos norteamericanos -esta vez algo vapuleado dijo que el Senado no llevaría a cabo el juicio de destitución, y que se optaría, en cambio, por una moción de censura o un proceso muy rápido y poco traumático. Pero ayer comenzó el juicio de destitución con la jura de William Rehnquist, presidente de la Suprema Corte que oficia de juez en esta instancia extraordinaria, y de los senadores. Ahora el sentido común, decididamente golpeado, sugiere que Clinton no puede ser destituido porque los enemigos de este presidente no podrán reunir los 67 votos del Senado que se necesitan para exigirle que se vaya de la Casa Blanca. Ya nadie, sin embargo, pone las manos en el fuego frente a ninguna afirmación de la sensatez porque las probabilidades de quemarse, se ha visto, son muy grandes. La determinación de la derecha republicana resulta inequívoca y ha llegado ya bastante lejos como para no temer que logren su objetivo final: hundir a Clinton en la humillación máxima de tener que dejar la presidencia con el veredicto de que ha cometido graves crímenes y ofensas. Al leer los dos cargos que fundamentan el juicio, según los cuales Clinton habría perturbado, obstruido e impedido la administración de justicia en la investigación del affaire sexual con Monica Lewinsky, el republicano Henry Hyde, que actúa en el juicio como el fiscal principal, dijo con toda claridad que los delitos presuntamente cometidos por Clinton merecían la condena de la destitución. La inusual sugerencia de Hyde, completamente novedosa para un fiscal en un impeachment, acerca del cual debía ser la condena, dejó a muchos sorprendidos pero para otros no fue más que una confirmación de la intención última de los legisladores ultraconservadores. Los senadores votarán hoy los lineamientos que seguirá el juicio, encuadre que ha sido objeto de frenéticas negociaciones entre los dos partidos, en las que no consiguieron ponerse de acuerdo. Trent Lott, jefe de la mayoría republicana, pondrá a votación un plan que propone un juicio con un número limitado de testigos no más de tres por cada parte, se dijo en trascendidos y que se extendería hasta mediados de febrero. Los demócratas quieren un juicio que dure una semana y sin testigos. Televisada nacionalmente, la ceremonia de la jura estuvo marcada por la gravedad de la circunstancia. Como símbolo de continuidad en la tradición histórica y de antigüedad en el cargo, fue Strom Thurmond, senador republicano de 96 años e indudablemente el más anciano, quien tomó juramento al juez Rehnquist. ¿Jura solemnemente que en todas las cosas pertinentes al juicio de destitución de William Jefferson Clinton, ahora pendiente, decidirá usted con justicia imparcial de acuerdo con la Constitución y las leyes, y con la ayuda de Dios?, preguntó Thurmond. Sí, juro, respondió Rehnquist, quien vestía la imponente toga negra de juez con bandas doradas en las mangas. Acto seguido, los 100 senadores firmaron un libro de juramentos y se comprometieron a decidir con justicia imparcial sobre el futuro de la presidencia de Clinton. Escoltando a los miembros de la Cámara de Representantes convertidos en fiscales, el heraldo del Senado, James W. Zlglar, entonó ¡Escuchad, escuchad, escuchad!, ¡se ordena a todas las personas que guarden silencio bajo pena de prisión!, admonición que fueraescrita hace 200 años por los Padres Fundadores y que en la actual situación, y en el silencio sepulcral del recinto, sonó, por cierto, muy poco auspiciosa. La ofensiva del ultraconservadurismo continuó incansable. En la arena pública, se hizo evidente cuando Hyde pidió explícitamente la destitución. A puertas cerradas, siguió en la determinación de los republicanos de la Comisión de Justicia de incluir testigos, entre ellos la propia Monica Lewinsky, el asesor y confidente presidencial Vernon Jordan y la secretaria privada de Clinton, Betty Currie. El New York Times dijo ayer que los republicanos tenían intenciones de llamar hasta 18 testigos y no cuatro o seis como se había dicho públicamente. Luego, el canal MSNBC informó que en la lista de testigos de los fiscales figura una mujer cuyo nombre de pila es Dolly, old ex girlfriend (antigua amante) de Clinton. Intentando evitar la lluvia de testigos, la Casa Blanca dijo que aceptaría que el informe de cinco volúmenes del fiscal independiente Kenneth Starr se use como prueba en el juicio. Pero los legisladores de la Comisión se mantuvieron en sus trece. Joe Lockhart, vocero de la Casa Blanca, comentó: Si ellos insisten en llevar testigos, este proceso se extenderá y demorará y todas las apuestas se cancelan... No creemos que puedan presentar un caso convincente para sacar al presidente. Trent Lott y el demócrata Tom Daschle, líder de la minoría republicana, dieron una conferencia de prensa a la tarde, en un intento de calmar a los medios, que informaban en todos los tonos que una intensa guerra política entre los dos partidos se estaba desarrollando a raíz de las diferencias acerca del encuadre del juicio, especialmente alrededor de la cuestión testigos. Pero aunque ambos dirigentes no dejaron de sonreír ni de hacer chistes, ni de parecer fraternales entre ambos, lo único que en resumidas cuentas pudieron decirles a los periodistas es que no existía un acuerdo. Entre las múltiples e imprevisibles consecuencias que tendrá este juicio y ni se diga, una eventual destitución de Clinton el rencor y el resentimiento en el seno de la clase política será un saldo nada despreciable en su magnitud y decididamente muy nefasto.
WILLIAM REHNQUIST, NUEVO PROTAGONISTA El
protagonista del primer acto fue Kenneth Starr, el fiscal especial con especial interés
por los momentos íntimos de la vida del presidente de Estados Unidos. Luego tuvo su
momento de protagonismo Henry Hyde, quien preside el Comité Judicial de la Cámara de
Representantes que puso en marcha el proceso de impeachment. Al iniciar el Senado el
juicio político contra William Jefferson Clinton por perjurio y obstrucción de la
Justicia en la investigación del Caso Lewinsky, pasa al primer plano el máximo juez
federal estadounidense, William Rehnquist, quien preside el proceso.
Eramos pocos y vino el Irakgate Los medios en Estados Unidos confirman que la Casa Blanca usó las inspecciones para espiar a Irak, donde siguen los tiros. Mientras
Estados Unidos se ve cada día más comprometido por las acusaciones de espionaje contra
Irak, ayer continuó la ruleta rusa sobre las zonas de exclusión aérea. Un avión
norteamericano F-16 respondió a la detección de un radar iraquí disparando
un misil contra el mismo. Según fuentes oficiales norteamericanas, no se conocen los
daños sufridos por el radar iraquí, pero el avión regresó sano y salvo a su base en
Turquía. Este es el cuarto incidente de su tipo del que se informa, y ocurre cuando
varios periódicos estadounidenses confirman que Estados Unidos usó las inspecciones de
desarme de las Naciones Unidas en Irak para realizar actividades de espionaje. La ONU
sostuvo que considera creíbles estas versiones, y su secretario general, Kofi
Annan, sostuvo una reunión de urgencia con la secretaria de Estado norteamericana,
Madeline Albright. |