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Panorama Politico
Ausencia de hipótesis
Por J. M. Pasquini Durán

En el mundo hay algunas señales auspiciosas. Para nombrar dos de las últimas horas, una fue el encuentro entre el papa Juan Pablo II y el primer ministro italiano Massimo D’Alema, líder de la Democracia de Izquierda. A propósito, el matutino La Repubblica comentaba ayer: “En la Secretaría de Estado del Vaticano, donde la memoria es ‘lunga’, estaban complacidos porque, medio siglo después de la célebre excomunión del Partido Comunista italiano, justamente un líder postcomunista es el más cercano –entre los gobernantes occidentales– a la línea internacional del Papa, favorable a un nuevo orden basado en la ONU y sin acentuados hegemonismos de la superpotencia americana”. Otro buen augurio ocurrió el jueves en medio de la selva colombiana, donde quedaron inauguradas las sesiones por la paz de la comisión negociadora formada por delegados del gobierno y de la FARC-EP, la más antigua de las insurgencias políticas armadas de la región. En la carta que envió a la cita, Marulanda Vélez, alias “Tiro Fijo”, jefe de los rebeldes, reclamó justicia social. A su vez, el presidente Andrés Pastrana, conservador, respondió en su mensaje que hoy no existe futuro para ningún país que no parta de la búsqueda de justicia social. En aquel otro encuentro, anotó la crónica de La Repubblica, también “sobre los valores de la solidaridad social como sobre una política de paz y de legalidad internacional, en especial en Medio Oriente, el diálogo entre el pontífice y el premier debería resultar fácil”.
En ambas situaciones, por supuesto, hay más diferencias que acuerdos, pero existe el diálogo y la voluntad de encontrar caminos de encuentro hacia la convivencia necesaria. Ese es el punto, precisamente, que cuesta ubicar en el panorama nacional. Sólo se ven las miserias de cada día, sin horizonte ni expectativas optimistas. Todo se vuelve de mal agüero y de pésimo augurio. Hay razones, claro, que explican con redundancia los motivos para el pesimismo, pero lo peor tal vez no sea eso, sino la ausencia de hipótesis. Desde la aventura de Cristóbal Colón en 1492, que se negó a aceptar que la Tierra era plana, a lo largo de estos cinco siglos los historiadores del mundo han dado cuenta de todas las veces en que la hipótesis se impuso a la realidad.
En la realidad, no existe más la Argentina integrada y única. Cada provincia es una isla, aislada de las otras, la mayoría con economías estranguladas y despoblación creciente. Seis de cada diez argentinos, con tendencia a aumentar, viven en media docena de conglomerados urbanos que, sumados, cubren alrededor del 20 por ciento del territorio nacional. Es cosa sabida que en La Matanza hay más pobladores que en todas las provincias patagónicas. Para peor, estos centros no están preparados de ninguna manera para recibir esas afluencias masivas.
Tampoco existe más una sociedad articulada, con una vasta clase media que amalgamaba la pirámide social. Se ha fracturado en múltiples pedazos inconexos debido, entre varios factores concurrentes, a la tremenda injusticia en la distribución de los ingresos y al desempleo masivo. Las capas medias sufren la contradicción entre sus recursos, cada vez más escasos, y las demandas de sus tradicionales hábitos de consumo y calidad de vida. Los sindicatos obreros que quieren conservar las relaciones con sus bases, deben buscarlas, al mismo tiempo, en las fábricas y en los barrios debido al proceso de fragmentación inducido por el modelo de exclusión socio-económica.
Fue destruido el viejo Estado de bienestar, pero no se organizó uno nuevo. En su lugar, la administración pública actúa como agente recaudador al servicio de los acreedores externos e internos y como gestor de beneficios múltiples para los grupos económicos más concentrados. Entre uno y otro servicio, aparecen funcionarios o influyentes que realizan fortunas increíbles, en medio del asco y del empobrecimiento popular. La impunidad no sólo ampara a los coimeros. El caso Cabezas está discurriendo por la peor de las sospechas sobre la muerte de Alfredo Yabrán, la que suponía que había ocurrido para clausurar la investigación al nivel de los truhanes alquilados para asesinar. El tortuoso trámite sobre el tráfico de armas, ¿necesitará de un suicidio para detenerse?
La injusticia es flagrante, primero que nada la injusticia social. Hay evidencia suficiente de eso en la última década, pero basta con referirse al comienzo de este año, con nuevos impuestos masivos y con más aumentos en servicios públicos, incluidos ferrocarriles y subterráneos. El año pasado, el comercio minorista registró una caída del 25 por ciento en el consumo masivo, y el bajón sigue. El destino de las capas medias es la pobreza y el de los pobres es la marginalidad. ¿Con qué recursos puede hoy un desocupado financiar la movilidad diaria en busca de empleo? No le queda ni la esperanza de reintegrarse al mercado laboral, no sólo por las escasas oportunidades en oferta sino porque ya no puede llegar hasta donde las ofrecen.
El mercado hace lo que su naturaleza le pide. ¿Cuál mercado, por otra parte? ¿El del 0,7 por ciento de inflación anual, el de punitorios bancarios del seis por ciento mensual sobre descubiertos en cuenta corriente, el del 40 por ciento anual de interés sobre dinero plástico, el de 28 mil comercios minoristas quebrados en un año, el de nuevos hoteles de cinco estrellas, cuál, cuál? La respuesta es ese “proceso perverso –en palabras del presidente brasileño Fernando Cardoso, durante su mensaje inaugural del segundo mandato–, que transforma la acción de ciertos sectores de las finanzas en un insensato juego de apuestas y al mercado en un casino”.
Lo que se impone es la concentración monopólica y la transnacionalización, que hacen su agosto con consumidores cautivos por los contratos de privatización y con la integración de mercados multinacionales, que juntan a los quintos de población que en cada país conservan capacidad de consumo. Las porciones de alto consumo de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay, sumadas, son semejantes a zonas ricas del primer mundo, suficientes para hacer buenas ganancias aunque el 70 o el 80 por ciento de la población general quede al margen. De esta mayoría, los que quieran zapatillas, ropas, autos, balnearios o cualquier cosa a la moda, las tienen que tomar por asalto. También las provisiones más elementales de alimentación y salud. “Hay que acostumbrarse a convivir con cierta cuota de violencia criminal”, aconsejan funcionarios bonaerenses de alto rango.
Como el hambre es una moda diaria de la que no se puede prescindir por mucho tiempo, hay centenares de comedores populares que funcionan gracias a la solidaridad cívica, pero no alcanzan. Por eso, alguna gente acude a los supermercados a mendigar alimentos, así sea sólo para sus hijos. Según el presidente Menem, esas personas son instrumentos de conjuras políticas o carecen de ética. Dirá lo que quiera, pero ningún argumento podrá ocultar el dato más contundente: hay muchos hambrientos. No sólo de comida: de educación, de salud, de trabajo, de dignidad. El oficialismo no tiene soluciones a la mano para ninguno de esos problemas y, por lo tanto, prefiere negarlos. A pesar de ser menemista de última hornada, Aldo Rico lo expresa mejor que ninguno: quiere expulsar del hospital zonal a cualquiera que no viva en su distrito. Los necesitados son lo de menos, si igual no tienen a nadie que los represente o los defienda. ¿Y en las próximas elecciones? Intentarán llenar las urnas con miedos, otra vez. Los miedos a perder la integridad física y la seguridad económica son los mejores respaldos para un proyecto económico que excluye a tantos. El diputado Carlos Alvarez acusó al menemismo por el vaciamiento de sentido de la política. Tiene razón, pero olvidó decir que la oposición fracasó hasta el momento en darle un nuevo sentido a esa actividad. Así como Menem, que se cree Roca, busca un Juárez Celman que le garantice el pronto retorno, en la Alianza el reparto electoral alcanza algunos ribetes patéticos, tal cual la puja entre el Cholo Posse y el Japonés García por la candidatura a vicegobernador en Buenos Aires. De acuerdo con la voluntad de la plana mayor de la UCR, Melchor “Cholo” Posse vendría a ser el equivalente bonaerense del Chacho Alvarez, ya que existía el mutuo compromiso de ubicar al mejor hombre de cada uno en la fórmula nacional y en la provincial. Al final, todos han quedado atrapados en el mismo método de siempre.
Una cosa lleva a la otra. Las similitudes en el reparto de cargos tienden a subsumir la gestión al mismo ras del suelo. Es así que cuesta encontrar las grandes diferencias entre el gobierno nacional y el de la Ciudad. Quedó dicho que el menemismo niega el lado oscuro de la realidad por incapacidad o indiferencia. La oposición no puede esperar a ser gobierno para encontrar las soluciones que niega el oficialismo. Si las tienen, las guardan mejor que sus disputas internas, porque no se advierten a simple vista. ¿Qué actividades están organizando los partidos de oposición, mientras esperan el turno electoral, para amortiguar la desnutrición, la enfermedad y el analfabetismo? ¿Por qué no convocan a los empresarios de la alimentación y de la salud para organizar la solidaridad antes que llegue el arrebato? ¿No pueden hacer nada, además de criticar al gobierno y repartir puestos? Como van las cosas, 1999 será otro año de puro menemismo, sin que importen demasiado, hasta octubre en el cuarto oscuro, las alquimias del oficialismo y de la oposición.
Los espacios de resistencia al modelo dominante no están prohibidos –como en las dictaduras– sino vaciados. La disgregación que produce el mercado –al convertirse en la instancia que expulsa o integra a los hombres en la sociedad– se traduce, más que en la anulación misma del conflicto, en la imposibilidad de los distintos grupos afectados para trascender la propia particularidad, articulando una protesta unificada que englobe a todos y enfrente a las políticas contrarias al bien común. El conflicto de la educación, a esta altura, es emblemático de esa impotencia, a pesar del coraje, la tenacidad y la paciencia de los afiliados y dirigentes de la CTERA. Por este camino, habrá libertad civil para todos, pero libertad política para pocos. Razón de más para que el liderazgo opositor se haga cargo de esos problemas como propios, y actúe al frente de los que caminan tratando de encontrar rutas de salida. De lo contrario, sin soluciones a la vista ni válvulas de escape, podría abrirse una brecha muy peligrosa para la violencia irreflexiva de todo tipo y, en ese momento, será tarde para lágrimas. Si no son precavidos, los miembros del futuro gobierno tendrán que caminar descalzos sobre las brasas.

 

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