Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


CARLOS GOROSTIZA Y EL ESTADO DE LAS COSAS EN EL TEATRO
“Hoy se percibe un gran cansancio”

A punto de estrenar “Abue, doble historia de amor”, una obra pensada originalmente para Carlos Carella, el dramaturgo sigue pensando en integrar “la historia fragmentada que tenemos los argentinos”.

Gorostiza es autor de unas treinta obras, con clásicos como “El pan de la locura” y “El acompañamiento”.

Por Hilda Cabrera

t.gif (67 bytes) La impaciencia cosquillea nuevamente al dramaturgo Carlos Gorostiza, preparado ya para el estreno de su nueva obra, Abue, doble historia de amor, donde sin obviar algunos de sus temas preferidos, como el de la solidaridad, bucea con picardía en los enamoramientos de un abuelo y de un nieto respecto de una misma joven mujer. El “Abue” tiene una excusa, la soledad, que no es finalmente sino eso, un pretexto. La pieza, que guarda un misterio y un final insólito, subirá en los próximos días al escenario del Teatro del Pueblo, dirigida por Daniel Marcove. Será otra vuelta de tuerca en la producción de este autor, creador de unas treinta obras en las que ha reflejado con claridad hechos sociales y problemáticas locales, logrando incluso que el espectador reflexione sobre la propia conducta. En este sentido, Gorostiza (también director y novelista) ha construido notables retratos, desarrollando con afán artístico aspectos que, no por acotados –en tanto pinturas de un micropaís–, impidieron que sus obras se abrieran camino en Europa y en otros países de América, incluido Estados Unidos. Es el caso, entre otros, de Los prójimos –que en Londres se montó con el título de Close up y en Estados Unidos con el de Neighbours–, y Aeroplanos, una de las varias piezas que protagonizó su actor fetiche, el fallecido Carlos Carella, intérprete de El pan de la locura, El acompañamiento, El patio de atrás y muchas más.
Los recuerdos son inevitables en todo diálogo con Gorostiza, todavía conmocionado por el homenaje que se le tributó en 1998 en el Cervantes, donde se puso en escena su ya antológica El puente. Se cumplían entonces cincuenta años de la escritura de esa pieza inaugural, estrenada en 1949 en el desaparecido Teatro La Máscara, con fuerte impacto en el público y en la comunidad teatral de la época. La evocación del homenaje significó para él “una reubicación en todos los sentidos”, cuenta en la entrevista con Página/12. La manera en que fue recibida la obra –cuya historia el autor ubicó en 1947, llevando a un primer plano asuntos relacionados con los profundos cambios que se operaban en la sociedad argentina– se constituyó en punto de inflexión dentro de su trayectoria: “Fue como un espejo para mí, tanto en el plano de lo dramático como humano. Me vi a mí mismo emocionado ante ese público y ante mis pares aplaudiéndome con un gran sentimiento de amor. Sentí que había una unidad en mi trabajo”.
–¿Abue ... es una obra reciente?
–La escribí hace algo más de un año para que la hiciera Carlos Carella. Era la época del ciclo Teatro Nuestro. El estaba muy entusiasmado, pero después Carlos se fue ... Entonces la guardé. La había escrito pensando en un gran actor, en todos los sentidos, y para una pareja de jóvenes intérpretes. Un día, conversando con la gente de SOMI (la Fundación Carlos Somigliana que preside Roberto Cossa), me preguntaron por la obra. Se las di, la leyeron, les gustó, y aquí estamos ahora preparando el estreno con Osvaldo Bonet, que es un gran actor, y con Ana Yovino y Sergio Surraco.
–¿Cómo es eso de escribir pensando en quién va a interpretar el personaje?
–No es algo que hago siempre. Eso me pasaba con Carella. El trabajó en muchas obras mías (A qué jugamos, Hay que apagar el fuego ...). Cuando escribí A propósito del tiempo (una de las obras breves que conformaron el ciclo Teatro Nuestro) no pensé en los actores. Incluso introduje cambios sin saber quiénes la iban a protagonizar. Pienso, sin embargo, que en todas mis obras voy buscando la unidad. Los argentinos tenemos todos una historia social y personal muy fragmentada. Casi todos hemos pasado momentos muy difíciles. Por eso a veces pasa que uno mira hacia atrás y cree no encontrar nada. En este sentido el reestreno de El puente fue reconocer que había puntos de referencia. Pude comprobarlo en los actores más jóvenes del elenco. Ellos decían que se “reencontraban” con el pasado de sus abuelos.
–¿También en Abue ... propone una continuidad?
–Los protagonistas son un abuelo y un nieto, pero qué diferentes ¿no? Aquí los dos se disputan el amor de una misma mujer. ¡Cómo ha cambiado la vida!
–¿Y el teatro?
–El teatro se modifica siempre, porque es algo vital, pero no escapa de la crisis que estamos atravesando. Es un arte complejo que quizás esté exigiendo un sinceramiento, pero que se mantiene en lucha y sigue provocando ese contacto físico y emotivo al que es difícil renunciar después de haberlo sentido. Es esa relación de persona a persona, la que, creo, lo convierte en algo único e indestructible.
–¿Cree que las dificultades para trabajar en teatro son hoy mayores que en otra época?
–No lo sé realmente. La situación histórica es diferente. Hace cincuenta años también era difícil para un muchacho conseguir trabajo. Cuando estrené El puente, tenía poco más de veinte años, y sentía que las cosas no eran fáciles. Lo importante es que hoy tenemos una muchachada impresionante que está escribiendo. Ahora en el Teatro del Pueblo se van a estrenar obras de Federico León y de Ignacio Apolo. No sabría decir si ha surgido una nueva dramaturgia, pero sí que hay muchos autores. Aun con las diferencias, encuentro una continuidad. Pienso en Bar Ada, de Jorge Leyes, Cocinando con Elisa, de Lucía Larangione, Venecia, de Jorge Accame ... También están los que hacen experimentos, los que tantean ...
–¿Qué opina de esos trabajos?
–Algunos me interesan y otros no me gustan nada. Hay tanteos que tienen apariencia de nuevos y son viejísimos. Recuerdo las obras cortas con debate libre que se montaban en 1937 en el Teatro del Pueblo. La compañía que dirigía Leónidas Barletta armaba todos los miércoles a partir de las 7 de la tarde un tole tole impresionante. Para una obra de un autor ruso, El bastidor en el alma, se había preparado una escenografía descomunal. Sobre una gran columna que vertebraba todo el escenario se veía allá en lo alto un corazón, rojo, palpitante. En escena aparecía una mujer vestida de negro que personificaba la razón, y un hombre de traje rojo como símbolo de la pasión. Discutían, hasta que la pasión sacaba un revólver y con un tiro acababa con la razón. Cuando esto ocurría, el corazón, que era enorme y brillante, dejaba de latir y las luces se apagaban. Un efecto que puede compararse con algunos tanteos que hoy se dicen nuevos.
–¿Quiénes participaban de aquellos debates?
–El teatro se llenaba, pero los que hablaban eran siempre los mismos: los socialistas. El público tenía la oportunidad de discutir con el autor, y esto era muy apasionante. Además había interés en pensar en una sociedad diferente. En cambio, hoy lo que se percibe es un gran cansancio, una especie de escepticismo gobernando los actos de la gente, y una desmesurada preocupación por lo práctico y el dinero.
–¿Se discute dentro del teatro?
–En general se discuten más las formas que las ideas. Se dan como preestablecidas ciertas cosas que debieran debatirse. Pienso que la caída del socialismo tuvo consecuencias tremendas. Siendo o no aquella ideología lo que el mundo necesitaba, la caída acabó con la competencia. El socialismo, como segunda opción, mantenía a raya al capitalismo del Primer Mundo, y a los países periféricos, en lucha y esperanzados. Nunca se ha hablado tanto como en estos años del sentido de las utopías, y nunca tampoco como ahora con tanto escepticismo.

 

PRINCIPAL