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Razones por las que tres ceros producen angustia

Por P.L.

t.gif (67 bytes) Ya hay cuenta regresiva. Como cuando se va a lanzar una nave espacial, se cuentan los días, 363, 362..., y luego se contarán las horas y los minutos para el 2000. Pero, a diferencia del conteo para el cohete espacial, el 31 de diciembre ninguna nave romperá amarras, salvo la imaginaria barca que traslada a los hombres a lo largo del tiempo. ¿Por qué la presencia de tres ceros juntos en el calendario crea tanto revuelo y, quizá, tanta angustia? Página/12 consultó a especialistas en los tiempos del alma: alguno propone crear un "sismógrafo social" para registrar los hechos inusuales que, prevé, acontecerán; otro advierte que la prevista crisis de los sistemas informáticos vendrá a quebrar "el sistema que, sentimos, garantiza nuestra subsistencia", y observa que el fin del milenio coincide, gravemente, con la caída de las utopías que ocuparon este siglo. "Este va a ser el primer fin de milenio popularmente reconocido como tal en la era cristiana --empieza por aclarar Ricardo Malfé, profesor de psicología social en la UBA--, ya que a fines del siglo X el cómputo a partir del año 0 no estaba generalizado en Occidente. (Ver recuadro.)

Sin embargo, hubo ya un milenio en que se produjo "un gran trastorno colectivo", observa Malfé, pero fue el primer milenio de la antigua cronología romana, que comenzaba con la supuesta fundación de Roma, aproximadamente en el año 750 antes de Cristo. A mediados del siglo III de la era cristiana se cumpliría el año 1000 a.u.c. (anno urbis conditae) "y comenzaron entonces los movimientos milenaristas: ése era el milenio en el cual se esperaba que Cristo retornara a la tierra para instaurar el reino de Dios. Congregaciones enteras, encabezadas por sus obispos, se trasladaron al Medio Oriente, donde creían que reaparecería Cristo. Desde entonces se llama milenaristas a los movimientos religiosos que aguardan el reino de Dios en la tierra como algo que sobrevendrá en determinado momento o fecha: el millenium", recuerda Malfé.

Hubo un millenium en el siglo III, no hubo ninguno en el año mil. ¿Y en el dos mil? "En todos nosotros hay una especie de milenarismo --afirma el antropólogo y psicoanalista Jorge Pinedo--, ya que las teorías milenaristas se apoyan en algo de la estructura del sujeto, que es la pasión por los números redondos: es lo que lleva a la gente a festejar las bodas de oro, lo que hace que el cumpleaños de 30 o el de 40 sean puntos de inflexión." Para Pinedo, "la pasión por los números redondos responde a una especie de ilusión de completud: hay algo que cierra, una suerte de dominación sobre el tiempo. Al fin y al cabo el tiempo es como un dios ateo, y festejarlo es una forma pagana de religiosidad".

En homenaje al dios ateo, el 2000 presenciará la fiesta más grande de la historia humana: "Probablemente sea una convocatoria al exceso y la desmesura --anuncia Pinedo--: en el fondo, la función de las fiestas es suspender, durante su transcurso, la ley de los hombres, ratificando su vigencia para el resto del año. No es lo mismo un mamado de cualquier día que uno de fin de año, y la borrachera del 31 de diciembre tiene que ser para todo el milenio, que además será el primero de la globalización: aun las culturas que se rigen por otros calendarios no puedan quedar ajenas".

Sí, pero, también, la gente se angustia, y Malfé explica: "El calendario trata de apresar el tiempo en una flecha imaginaria: cada fin de año, cuando se acaba un segmento de esta flecha, mucha gente se ve ante un vacío, como quien llega al borde de un precipicio: todavía no puede ver qué hay más allá, y esa experiencia de abismo despierta los terrores ligados al vacío, la ausencia de sentido que, y esto es propio de nuestro fin de milenio, coincide con la caída de otra utopías".

Es que "así como los cristianos del siglo III se desilusionaron porque no se llegaba el reino de Cristo, en el final de este milenio se han caído las ilusiones de instaurar rápidamente un reino de justicia y dignidad en el terreno de las relaciones económicas y sociales: el fin de una utopía es el colapso de un fantasma o fantasía colectiva, y puede acrecentar el ya normal y muy humano miedo a lo desconocido", razona Malfé.

José Luis Cao, psicoanalista y profesor de la UBA, va más allá: "Habría que instalar un sismógrafo social, que midiera el desempeño de la sociedad a lo largo del año que empieza". Para Cao, "en el ánimo de la gente está la idea de que algo extraordinario va a producirse: por lo tanto, de acuerdo con el mecanismo de la profecía autocumplida, eso puede llegar a suceder". Cao afirma que "el fin de siglo va a producir fuertes efectos, tanto eufóricos como depresivos. El mecanismo es parecido al que tiene lugar para cada uno en su cumpleaños pero, al venir desde afuera, desde lo social, produce muchísima angustia porque se siente como algo totalmente ajeno, inmanejable y que va a imponer condiciones nuevas: sea la anunciada catástrofe por el recalentamiento climático global o un cataclismo social".

Lo seguro es un cataclismo silencioso, inevitable, que es el tiempo mismo: "Los calendarios son arbitrarios, convencionales: tomarlos como si fueran reales es una especie de grosería del pensamiento, pero todos somos sensibles a eso, no podemos evadirnos --observa Malfé--. Las medidas del espacio, los metros, las yardas, las millas, también son convencionales pero no nos angustian: es que por el espacio nos trasladamos pero el tiempo nos atraviesa, y uno ve cómo se crispa la gente cuando llega cualquier fin de año".

Para colmo, el 1º de enero del 2000 traerá una catástrofe bien real: la prevista crisis de los sistemas informáticos, que no llegarán a adecuarse a tiempo: "El hombre contemporáneo objetiviza en la informática lo que sería el sistema experto por excelencia, que garantiza la subsistencia y continuidad de la marcha de los asuntos del mundo: decir 'se cayó el sistema' es como decir 'estamos fritos', y cuando se caigan todos los sistemas al mismo tiempo...", pronostica Malfé, así, con puntos suspensivos.

 

En el 1000 no pasó nada

"La idea de que hacia el año 1000 hubo una especie de terror generalizado fue difundida por los historiadores desde el siglo pasado, pero hoy sabemos que es falsa", reveló a Página/12 Ofelia Manzi, profesora de historia medieval en la UBA.

La gente no se asustó porque no se enteró: "La cronología cristiana no estaba suficientemente difundida entre la gente común: los campesinos medían el tiempo por las estaciones, por las fiestas religiosas. Podía saberse cuántos años tenía una persona pero no en qué año había nacido. Y durante muchos siglos de la era cristiana se seguían utilizando antiguos sistemas calendarios: medían el tiempo por las olimpíadas, que hacía muchos siglos ya no se realizaban, o desde la fundación de Roma".

El calendario cristiano "empezó a generalizarse en Europa desde el siglo XII, con la aparición de la burguesía: los burgueses necesitaban manejar bien las fechas para hacer sus negocios, pero esto fue en las ciudades y después del año 1000", explicó la profesora Manzi.

 

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