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POR PRIMERA VEZ, EN ALEMANIA SE LLEVA A CABO UNA
RETROSPECTIVA DE LENI RIEFENSTAHL
Cuando el nazismo intentó ser un arte

La cineasta que puso su genio al servicio de Adolf Hitler sigue reclamando el reconocimiento de sus compatriotas. Realizada casi de incógnito, la muestra presentada en Potsdam trae a la luz una polémica que aún arde.

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En sus filmaciones de las marchas nazis de Nüremberg, Riefenstahl implementó un sistema novedoso: la cámara sobre ruedas.
La muestra de Potsdam incluye textos explicativos para sus films, y aún así produce comentarios contradictorios.

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La cineasta diseñando su obra con su máximo empleador.
Su relación con Hitler desató tormentas con Goebbels.


Por Paul Myers desde Potsdam

t.gif (67 bytes) Leni Riefenstahl tiene 96 años, y todavía da pelea. Quiere el crédito que cree que sus films y fotografías merecen, y lo quiere en Alemania. Como directora, Riefenstahl acostumbraba utilizar amplios recursos, hacer sentir su peso. Y culpa a los “formadores de opinión” e “intelectuales de izquierda” de destruir su reputación. Agréguese una conspiración judía internacional, y todo vuelve exactamente a la era que ensombrece su vida. Que Riefenstahl sea aún una paria se debe exclusivamente a su asociación con Hitler entre 1932 y 1945: no son pocos los alemanes que jamás la perdonarán por usar su indudable genio cinematográfico para glorificar al Führer, y por los privilegios que gozó mientras otros artistas eran perseguidos.
De cualquier modo, Riefenstahl insiste con que ella no tuvo nada que ver con la política, y que sólo se guió por un criterio estético. Con el correr de los años, podría haber sido consagrada en el estilo de Jean Cocteau y Rainer Werner Fassbinder, y sus logros técnicos incorporados por la publicidad y la fotografía. Pero ella quiere la veneración en su tierra natal. Aún hoy, cuando se lleva a cabo la primera retrospectiva de su vida y su trabajo en Alemania, esa veneración se le niega. De hecho, la exhibición, que se lleva a cabo en un pequeño museo fílmico en el pueblo prusiano de Potsdam, despertó fogosas discusiones en los medios sobre si debía montarse o no. Y, en vez de proclamar su genio, los organizadores la están presentando sólo como parte de una revisión de las mujeres y el arte bajo la dictadura. Quizá hayan sido presionados incluso por Riefenstahl, quien demandó que la exhibición fuera “objetiva” antes de darles acceso a los curadores a su archivo personal. La directora, recuperándose en su hogar de Munich de una inflamación pulmonar, aún no vio la muestra. Desde la apertura, hace dos semanas, la gente se agolpó en el lugar para ver los estudios de Riefenstahl sobre las tribus nubias de Sudán, sus fotografías marinas de 1980 y cartas, fotografías y reseñas de su trabajo inéditas.
La exhibición también se vio involucrada en el fuerte debate sobre la obsesión alemana con la “culpa de guerra”. En octubre, el escritor Martin Walser criticó duramente el memorial al Holocausto que se planea erigir en Berlín, mientras –ironía de ironías– recibía un premio a la paz por su nuevo libro. La controversia aumentó con su insistencia sobre la cuestión de que los alemanes deberían dejar atrás la desgracia del pasado y mirar hacia adelante. Los comentarios de Walser fueron condenados por Ignatz Bubis, presidente del Consejo Central Judío de Alemania, quien lo acusó de “intentar suprimir el pasado”.
Los curadores sugieren que el simple rechazo al arte creado durante el Tercer Reich ya no es válido. Esto sucede en el momento en que la vieja élite de Helmut Kohl, que podía recordar la guerra y vivió bajo su influencia, acaba de ser borrada del poder por los jóvenes socialdemócratas de Gerhard Schroeder. La democracia alemana, según este razonamiento, ya debería ser suficientemente fuerte como para afrontar el trabajo de Leni Riefenstahl. Pero una rápida mirada a la pequeña multitud que observa las imágenes en cámara lenta de cuerpos musculosos en Olympia 1 y Olympia 2 (1938) y la histeria del desfile nazi en Triunfo de la voluntad (1934) explica por qué los aliados prohibieron su trabajo después de la guerra. Aún hoy, Triunfo de la voluntad debe ser acompañado por una introducción explicativa.
“Yo viví durante el tiempo de los fascistas. En 1940 estaba en París cuando entraron los alemanes”, dice Lucette Danelius, una berlinesa de 76 años, luego de ver la exhibición con su hija. “Sólo escuchar las canciones de Triunfo... me lo hizo recordar. Las imágenes son tan evocativas... decir que ella no era una política es una locura. Ella glorificó a Hitler. Su estética es peligrosa, porque sin dudas es una gran artista: las fotos de Africa son brillantes.” Pero los alemanes más jóvenes han recibido bien el show. “Ella está en un contexto particular”, dice Irene Dietz, ejecutiva de relaciones públicas de 37 años residente en Frankfurt. “Fue una persona muy controvertida, y eso vuelve. Creo que es importante mostrar lo que hizo y hablar de eso sin prejuicios. Según mi punto de vista, ella fue un juguete del régimen.” Riefenstahl causó una guerra interna en el Ministerio de Propaganda cuando Hitler la eligió para dirigir Triunfo de la fe (1933), el primero de sus dos films sobre las marchas nazis en Nuremberg. A diferencia de otros directores de films clave de la época como Jew Süss, ella está viva y es capaz de asegurar que hizo films documentales antes que propagandísticos.
El tiempo ha expuesto a Süss como lo que era, pero Riefenstahl se sigue presentando como la inocente perseguida. Luego del estreno de Triunfo de la fe, fue celebrada como la nueva estrella de la realización fílmica alemana. Se pensó que el film había sido destruido después de la guerra, pero apareció en un archivo de Alemania del Este en 1987. Riefenstahl se aseguró de que su propia compañía produjera Triunfo de la voluntad: comienza desde el aire, en el avión de Hitler cerca de Nuremberg, mientras suena un pasaje del Meistersinger de Wagner. A medida que se aproxima, la silueta del dictador se contrapone sobre sus adeptos marchando por la ciudad. Luego de un sobrecogedor recibimiento en el aeropuerto, se muestra a Hitler observando las falanges de los miembros uniformados del partido, haciendo el paso de ganso. Riefenstahl se mueve maníacamente para mostrar la mayor cantidad posible de hordas, gracias a los camarógrafos montados sobre ruedas. “En ese momento, la gente no había visto primeros planos de Hitler. Era un film muy íntimo”, dijo Martin Loiperdinger, quien escribió una tesis sobre Triunfo de la voluntad. “Nunca un político había sido la estrella de una película.”
Los detractores de Riefenstahl dicen que Adolf y sus acólitos son presentados de un modo demasiado amoroso, a través del innovador uso de lentes de zoom y gran angulares, y su habilidad para combinar la pasión y el fervor de esos integrantes del partido. De la misma manera, eso parece ser suficiente evidencia para una defensa artística de Riefenstahl. Sus preparativos también sirven a ese efecto: la directora seleccionó seis eventos durante la marcha que tuvo lugar entre el 4 y 10 de setiembre, omitiendo, por ejemplo, el desfile de las mujeres nacional-socialistas. Después de siete meses, emergió de la sala de edición con un documental que fue definido como la más efectiva pieza de propaganda de la historia. Tan efectiva, que convenció a las autoridades estadounidenses de tener su propia unidad fílmica de propaganda.
Luis Buñuel escribió de sus films: “Eran ideológicamente repugnantes, pero hechos de un modo fantástico. Impresionantes”. Sesenta años después, la observación de Buñuel mantiene su resonancia. En la Alemania del Este, Riefenstahl era una palabra maldita, y cualquier crítico de Alemania Occidental que intentara separar su trabajo de su tiempo era usualmente denunciado como apologista. El historiador fílmico Felix Möeller, que escribió sobre el ministerio fílmico de guerra de Goebbels, dijo: “Ella afrontó el mayor problema, ser un genio en el tiempo de los nazis. Si uno mira las cosas objetivamente, no hay dudas de que su cine y su estética son brillantes. Pero, ¿al servicio de Hitler? Ser un genio es una cosa, pero serlo al servicio de algo equivocado es otra muy diferente. Es muy difícil definir si uno puede separar a los artistas de su tiempo”. Pero quizá haya alguna esperanza en su camino. Como una de las dos alemanas con vida que aparecieron en la tapa del semanario Time –la otra es Claudia Schiffer–, Riefenstahl fue invitada por Bill Clinton a la fiesta por el 75° aniversario de la revista, celebrada el año pasado en New York.
Al drama de esas imágenes de la marcha, Riefenstahl agregó belleza con su exhibición de los Juegos Olímpicos de 1936. No había ningún intento de hacer un trabajo contemporáneo: con su batallón de camarógrafos, registró 400 mil metros de film. En dos partes de más de tres horas, Olympia convierte al deporte en un evento cinematográfico por primera vez. En Festder volker, la primera parte, con trucos de edición y una música que acentúa el dolor y la tensión de un maratón, convierte al evento en una piedra basal del arte... pero también agregó lustre al régimen nazi. Aunque viajó a Escandinavia y Francia para recibir elogios por el film, el arribo de Riefenstahl a Hollywood coincidió con los pogroms del 9 de noviembre de 1938. Su embarazo por esa situación fue acentuado por el boicot de intelectuales, directores y artistas que habían abandonado Alemania.
Al pico estético del período 1936-38 le siguió la ignominia. En abril de 1945 fue arrestada por soldados estadounidenses y enviada a Dachau, donde fue interrogada sobre sus lazos con el alto mando nazi. Sometida a una “desnazificación” en Munich y Berlín entre 1948 y 1950, siguió trabajando en su proyecto de largo aliento Tiefland, que apareció finalmente en 1954. Desde entonces, una de las cineastas más innovadoras del siglo se ha mantenido perdida para el mundo cinematográfico. Mientras Helene Bertha Amelie Riefenstahl se acerca al fin de su vida, Alemania vuelve a ser poderosa, invirtiendo billones de marcos en el desarrollo de Berlín y esforzándose por ser “normal”. Hacer encajar a esta brillante cronista de lo anormal en esa nueva visión supone una tarea olímpica.

 

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