El hombre que hace asados bajo el agua
|
Por Susana Viau
Se asegura que desde que era un pelirrojo militante de Tacuara y de JAEN, las Juventudes Argentinas para la Emancipación Nacional, Rodolfo Galimberti se sintió estigmatizado por el apellido que cargaba como una cruz porque sonaba a "sardinero". Lo torturaba tanto esa veta itálica como la mención de su parecido con el joven asesino serial de la década. Un parecido tan notable que sus compinches bromeaban con el lanzamiento de la fórmula "Galimberti-Robledo Puch". "Para destacarse en Tacuara --cuenta un viejo peronista-- no tenía ni ideas, ni plata, ni apellido: le quedaba la cachiporra. Claro que la usaba en "Filo" donde había mayoría de mujeres. Era más fácil que usarla en Ingeniería, Derecho o Medicina". Quizá la descripción sea exagerada, en beneficio del relato y del color, porque las connotaciones italianas del patronímico no eran un obstáculo insalvable para esas cofradías en las que, es cierto, menudeaban los nombres y la retórica del nacionalismo hispanista y católico. Con igual certeza se afirma que, en el fondo, lo que "el loco" consideraba el colmo de lo fino era lo que llegaba del Reino Unido y, por eso, como revancha, eligió más tarde el seudónimo de "Wilkinson" para la clandestinidad. De todos modos, los testimonios coinciden en que quienes formaron parte de aquel ambiente no lo quieren. Y relatan, en apoyo de esa opinión lo que ocurrió durante una de las habituales reuniones que los viernes mantenían los ex Tacuara en el restaurante El Navegante, de Viamonte entre Alem y Madero. Al ver entrar la figura robusta de Galimberti, Enrique Grassi Sussini, que estaba hablando de bueyes perdidos, levantó la voz para decir, con aire casual: "Los que éramos Tacuara nos hemos ido a distintos lugares pero no a cualquier parte". Extrovertido, simpático, audaz, "desfachatado" precisa una parte de sus antiguos conmilitones. "Rubio, deportivo, un atorrante" agregan otros. Por alguna de esas características, "Galimba" se encaramó a la cúspide de la Juventud Peronista y de allí dio el gran salto de su carrera política: fue designado miembro del Consejo Superior. Confianzudo y atrevido se había ganado un lugar bajo el ala de Juan Domingo Perón. Le criticaba, cuentan, con una irreverencia que nadie osaba permitirse, los zapatos blancos por los que el habitante de Puerta de Hierro tenía debilidad y éste escuchaba, pasmado y atento, sus sugerencias; detectó el punto flaco del general, el miedo reverencial a la muerte que obsesionaba al anciano y con él desactivó a sus competidores revelándole que especulaban con la idea de alzarse con la conducción de un peronismo a la deriva, una vez que la parca se hiciera presente para anunciar que el tiempo estaba cumplido. El idilio entre el general sin descendencia y el joven sin padre prestigioso se rompió en el momento en que "el loco" se convirtió en portavoz de la idea montonera y llamó a crear milicias populares que reemplazaran al ejército. Perón hizo cuentas y resolvió que su delfín había ido demasiado lejos. "¿Tiene límites?", se pregunta. "Pocos", es la contestación unánime. Sin embargo, por algún motivo, la gran mayoría, inclusive quienes han quedado en la vereda de enfrente durante distintas etapas de la vida, acaban salvándolo de la quema. Otro mito, su coraje, sigue siendo materia discutida. "Era valiente, no se le puede negar", se oye afirmar en ciertos círculos. Los memoriosos prefieren apelar a la propia fuente y citar una de las frases favoritas de "Galimba": soldado que huye sirve para otra guerra. Y también el chiste que contaba muerto de risa. "Durante la Segunda Guerra Mundial se encuentran en el océano un submarino italiano y un destructor alemán. Se abre la escotilla del submarino y asoma un viejito con las insignias de capitán que inquiere: "¿Ha finito la guerra?" "Nein", le grita el alemán. El viejito cierra entonces la escotilla refunfuñando: "¡Maledetto Kaiser!". Si bien nunca formó parte de la flor y nata de la conducción montonera, Rodolfo Galimberti fue uno de sus rostros identificables y alcanzó la jefatura de la "columna norte" de la organización. Es obvio que nadie homogéneamente cobarde accedía a tales responsabilidades. Eso sí, tal vez su impronta se adivinara en la fanfarronada que la hacía autodenominarse, medio en sorna, medio en serio, la columna de las "Tres M", los Montoneros Más Malos. Donde no se le registran fisuras es con las mujeres. Las suyas siempre fueron bonitas y de familias tradicionales: un primer y prematuro matrimonio con la hija de un general a la que la militancia le era por completo ajena; un segundo con una adolescente, recién salida del colegio secundario, Julieta Bullrich; el tercero con pompa y circunstancias fruto de su nueva etapa, en Punta del Este, con Dolores Leal. Sostienen que quiso mucho a la joven Julieta Bullrich, que estudiaba economía en París durante un exilio en el que él ni por asomo conducía taxis, como declaró en un fatídico reportaje donde, además, renegó de su pasado montonero. Una autocrítica desaforada que lo acercaba a Lorenzo Miguel y le costó el desprecio de sus viejos compañeros sin aportarle un gramo de simpatía de parte de los enemigos de la guerrilla. Sus críticas a la "contraofensiva" lo habían alejado de la organización, en la primera gran disidencia sufrida por Montoneros tras la clandestinidad. Con la entrevista,"el loco" comenzaba a reubicarse pero no había aprendido todavía --y quizá no sepa aún-- que Roma no paga traidores. El conducía el coche que el 24 de agosto de 1983 se estampó contra una camioneta del correo francés. Julieta Bullrich iba sentada en el asiento del acompañante y recibió todo el impacto, él fue al hospital con una fractura de clavícula. Aseguran que el suceso lo conmovió en profundidad. Muchos vaticinaron que no se recuperaría. Se equivocaban. Regresó a Buenos Aires, a la semi clandestinidad hasta que las leyes le permitieron volver a emerger. A partir de allí sus andanzas no pararon de llamar la atención. Estableció un comando conjunto con los restos de Guardia de Hierro que lo vinculó con el que se convertiría en su amigo, el represor de la ESMA Jorge Radice. El intento naufragó. El segundo hecho sorprendente fue la noticia de que se había convertido en colaborador de Jorge Born, el millonario al que había custodiado durante su secuestro. El tercero, sin duda, su casamiento con Dolores Leal al que asistieron los Born, el fiscal ultraderechista Juan Martín Romero Victorica, Radice y decenas de nombres conspicuos. El cuarto, Hard Communication, la sociedad con Born y un ex ejecutivo de All Star, sin fortuna pero con una inconmensurable ambición, Jorge Rodríguez. Cuentan que Rodríguez siente una irresistible admiración por "el loco", al que trata de asemejarse sin lograrlo. Fue Rodríguez el que consiguió los contactos para convencer primero a Luis Cella, el ex productor de Susana Giménez, de la conveniencia de aunar esfuerzos. Pero Rodríguez se había propuesto tomar la plaza y rendirla sin condiciones, en lo económico y en lo sentimental. Y comenzó el asedio de rosas amarillas hasta desbancar al marqués Huberto Roviralta, despedido al final sin contemplaciones del domicilio conyugal. A la Giménez, temerosa de que la presencia de Galimberti perjudicara su imagen, terminó encontrándolo encantador. La joint-venture resultó un boom, siempre con la ayuda de Alejandro Mc Farlaine, yerno del jefe de la SIDE Hugo Anzorreguy y aportante, a través de su empresa Telinfor, de la línea 0-600 reservada a obras de caridad. La existencia de "el loco" había cambiado de manera radical. Tenía autos y motos, "fierros" caros, negocios internacionales, ingreso a clubes selectos, hablaba francés aunque prefiere no hacerlo porque la buena pronunciación nunca ha sido su fuerte. Los que no cambiaron eran los súbitos arranques de furia, que disipaba subiendo al coche y conduciendo como un alienado por la zona norte; tampoco el implacable sobrepeso contra el que siempre ha perdido la pelea, ni la pasión por las armas, tan contagiosa que ha prendido en Rodríguez, su lugarteniente de estas épocas. Ambos, juran y perjuran los proveedores de Hard Communication, suelen portarlas y en alguna ocasión, luego de encuentros nocturnos, champagne y bourbon, han debido cambiar las puertas de los despachos, perforadas a balazos. Como una concesión familiar, al staff de Hard Communication Rodolfo Galimberti ha incorporado a su hermana. Como encargada de intendencia, ella es la que se ocupa de que en la heladera de las oficinas no falten el yogur y el agua de sus marcas preferidas. Todo iba viento en popa hasta que la Justicia comenzó a investigar el asunto de las llamadas. Puede que sí, puede que no, pero todos pensaron en Galimberti a la hora de buscar al ideólogo de la matufia. La conclusión se imponía por prejuicio y por descarte: Jorge Rodríguez no tenía suficiente talento y Jorge Born tenía demasiado dinero para meterse en semejantes riesgos. Quizá por sugerencia de todos, Galimberti evitó dar la cara para hacer frente al escándalo. Por ahora, el único que se ha llevado el gato al agua es su discípulo Jorge "el corcho" Rodríguez, el muchachito que entró como cadete en Converse-All Star y debió cortarse el pelo y ponerse saco para progresar. No sólo es el acompañante de la vedette-presentadora; según rumorean tiene un contrato de por vida para representarla. Dos orejas y rabo.
|