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Saddam sigue ganando Por Claudio Uriarte |
![]() La escena, de este modo, parecería lista para un nuevo episodio de confrontación con la alianza angloamericana, lo que resta de la vieja coalición que trató de contener el expansionismo iraquí. Pero esta vez, Bill Clinton tiene menos libertad de movimientos que nunca: el Congreso se apresta a iniciar en pleno el juicio político contra él esta semana, y todo ataque contra Irak será inmediatamente decodificado como un intento de desviar la atención del escándalo doméstico. Francia, Rusia y China, con intereses económicos y geopolíticos propios para defender el levantamiento de las sanciones contra Irak, están cerrando filas contra la alianza de Clinton con Tony Blair. Y es seguro que Kofi Annan, desde la ONU, hará lo imposible para interponer a su organización entre Irak y los Tomahawk. Dentro de este cuadro más o menos familiar, acaba de aparecer un elemento nuevo: el intento de oponer un sabotaje en regla a la política oficial hacia Irak por parte de un sector del aparato gubernamental estadounidense. Más que filtraciones, las revelaciones de la semana pasada sobre el espionaje realizado para EE.UU. en Irak por oficiales de la UNSCOM parecieron una conferencia de prensa en cadena, donde los principales medios norteamericanos pudieron enterarse al detalle de la infiltración, los mecanismos y los objetivos de la operación de inteligencia. Los bombardeos a Irak parecían una diversión del escándalo, pero ahora parece que el escándalo sirve para que sectores del Departamento de Estado hagan estallar desde adentro una política fallida. Quizá piensen que es mejor dejar el equilibrio de poder de la zona en manos del disuasivo nuclear israelí y el acercamiento americano a Irán y Turquía. Pero esta es una operación de suma cero, donde el repliegue de EE.UU. es el triunfo de Saddam.
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