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Einstein y el yo-yo


Por Enrique Medina

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t.gif (862 bytes) La fábrica está algo alterada debido a remodelaciones del edificio, actualizaciones de sistema, y otras menudencias de este tiempo flexiglobalizado. Los doscientos siete empresarios-dueños, los cuatrocientos catorce empleados de seguridad, y el capataz y el operario de planta están alterados por los cambios. Prevén millones de dólares de ahorro con la importación de la nueva máquina-baby. Así le llaman cariñosamente a un enorme cubo de acero plagado de botones y palanquitas en una de sus pulidísimas caras. En otra hay una serie de iconos con los rostros de sabios y científicos de renombre que han estudiado rompiéndose las seseras para que el mundo avanzara y llegara a ser la maravilla que es hoy, esta fáctica universalidad tan soñada que pocos valoran, y no ese pasado infame de la edad del cascotazo con sus injusticias y desesperaciones al mango.
Uno de los dueños, el que posee la mayor cantidad de acciones, camina alrededor del enorme cubo, admirado y admirando tanta belleza mixturada con tanta-tanta utilidad. Ve los iconos. Apenas si identifica al viejito bonachón con los pelos parados:
–¿Este quién es?
–Eisenstein.
Le aclara un empresario con menor cantidad de acciones.
–No. Es Einstein, el sabio. Eisenstein era un director de cine, ruso, comunista, y algo más...
Corrige otro con menos acciones aún. El primero, capo 1, digamos, insiste:
–¿Y quién era?
El capo 2, ve la posibilidad de aumentar la estatura y se larga:
–Inventó la bomba atómica. Hizo pelotas el mundo del pasado...
–Ah, hombre de una sola pieza, cortaba por lo sano. Era de los nuestros.
–... y fue el que inventó la teoría de la relatividad...
–¿Y qué es eso?
–Bueno... Una teoría científica...
–¿La de la bomba?...
–Y... casi, de todo, ahora se la discute pero en su momento pegó fuerte...
–¿Vendió bien?...
–Una barbaridad. Cualquier publicidad.
–¿Y la teoría?... Explíquemela.
–Einstein le pidió prestado el yo-yo a un chico y le dijo a los periodistas que observaran atentamente. Imagínese. ¡El sabio iba a develar el misterio! Todos se quedaron congelados por la emoción. Menos los fotógrafos que no paraban de sacar fotos. Y el sabio dijo: “Miren atentamente. No pierdan detalle de lo que hago”. Y se puso a jugar al yoyo. Con una elegancia sin par, el sabio soltaba la bola acanalada y con súbito y sobrio silbido la hacía subir. El silencio era total. Terminó y preguntó: “¿Se dieron cuenta de lo que hice?”. Hubo tres segundos de silencio en los que todo el mundo quedó atrapado por la fascinación de la experiencia; casi percibían que llegaban, después de tanto tiempo, al meollo del asunto, y por fin iban a poder escribir en sus crónicas cuál era la tan mentada “teoría de la relatividad”. Unánimes, los rostros estaban a un paso de la beatitud y la sofocada alegría...
–¿Y, y?...
–Cuando el silencio ya era de terror les preguntó si habían captado lo que él había hecho. Imagínese a los periodistas: estaban convencidos de que cada uno de ellos había tenido desde toda la vida la teoría de la relatividad en la cabeza pero que, por esas cosas, al no relacionarlas con el jueguito del yo-yo, se les había escapado la comprensión. Y algunos hasta ya casi se retiraban pensando que no debían perder más tiempo y ponerse a escribir la crónica como primicia exclusiva. Los más respetuosos le respondieron que sí, por supuesto, que sí habían captado el subir y elbajar de la bola por el hilo y ya estaban agradeciéndole para rajarse a sus redacciones, cuando Einstein les dice: “Me alegra de que hayan entendido la ley física de este juego, porque la teoría de la relatividad es otra cosa, muy distinta, nada que ver con esta porquería”. Todos se quedaron clavados en su lugar, menos el chico que recibió el yo-yo y siguió jugando como antes. Cuando los periodistas lograron cerrar la boca y volver a la normalidad, el sabio Einstein ya se había ido.
El capo 1 gira hacia la máquina-baby y mira el icono con la imagen de Einstein. Este le saca la lengua cargada de burla. El capo 1, molesto, pregunta:
–¿Por qué sacó la lengua?
Los presentes se miran extrañados con expresión de “qué le pica a éste”. El capo 1 la pesca al vuelo, se da cuenta de que la imaginación en complicidad con el subconsciente le hicieron una jugarreta, así que sale del paso sin perder la compostura:
–Está bien. Yo lo vi, ustedes no; no se los echaré en cara; todo es relativo en esta vida.
Y se va, pero se da vuelta:
–No olviden que hay que echar al capataz y al obrero. Antes, explíquenles la teoría del yo-yo.

 

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