Por Julio Nudler
El porteño
Alfredo Marcucci es hoy un obrero belga jubilado, curiosa conclusión a la que fue
llevándolo su vida de bandoneonista viajero. Porta un apellido que su tío Carlos
pedagogo del bandoneón, director de orquesta, compositor y arreglador elevó
al firmamento de los inmortales del tango. Pero el rastro de Alfredo, nacido en 1930, se
borroneó en los muchos años de una ausencia iniciada en 1959. Más aún cuando en 1976
abandonó el nomadismo de la música para ingresar como operario a una fábrica de
sintéticos en Bruselas y refugiarse así en una vida sedentaria y de familia. Pero ahora
ha vuelto a la música y ofrece un extraño y atrayente compacto en compañía del
Ensemble Piacevole, un quinteto de cuerdas belga fundado en 1990 por el contrabajista Ludo
Joly para abordar todos los lenguajes posibles.
Como ocurre con casi cualquier disco de tango que hoy se grabe en Europa, Astor Piazzolla
está generosamente representado en éste. Es un acierto inicial de la placa ofrecer una
versión instrumental de Balada para un loco, que ayuda así a resaltar la
belleza melódica de la obra. Esto vuelve a ocurrir en la última banda con
Chiquilín de Bachín. Algo parecido aconteció con Pigmalion,
tango con letra que grabó la pianista Carmen Piazzini, y sería interesante que se
prolongara en casos como el de Fugitiva y otros.
El bandoneonólogo Oscar Zucchi destaca en Alfredo Marcucci su técnica y su digitación,
junto con su buen sonido. Con los años muestra haber agregado la comprensión de un
repertorio bien diferente del tradicional (La muerte del ángel,
Libertango, entre otros), pero sin olvidarse de lo aprendido en la juventud,
cuando Buenos Aires le dio por unos quince años la oportunidad de tocar con algunos
grandes del género. Marcucci no recurre para hacer Piazzolla a vehemencias ni arrebatos.
Nunca se exalta ni desborda. Es, como lo fueron un Pedro Maffia o el primigenio Marcucci,
un ejecutante sereno, contenido en sus emociones, meditabundo.
En 1945 ingresó a la orquesta de su tío, para formar parte dos años después de la del
violinista Raúl Kaplún e ingresar a fines de 1948 en la de Julio De Caro. Dos memorables
tangos de éste, Boedo y Guardia vieja, ambos en colorístico solo
de bandoneón, testimonian en este CD hasta qué punto gravitó en Marcucci aquella
intervención en el conjunto que mejor conservaba y exponía los contenidos esenciales del
tango. A fines de 1950 emprendió viaje con aquel singular personaje que fue el violinista
Eduardo Bianco, que supo actuar para Hitler y Stalin.
En 1952 se lo encuentra a Alfredo de nuevo con De Caro, y en años sucesivos integra la
excelente orquesta con que Juan Canaro actuó y grabó en Japón, ingresa con Enrique
Mario Francini y pasa tres años con Carlos Di Sarli. Haciendo jazz y tango en Estambul se
entreveró con Los Paraguayos, un conjunto que conducía Alberto Paraná y tenía su base
de operaciones en Bélgica. Ese fue su nuevo destino, guaraní y fluvial.
Marcucci salda en este compacto, editado por Channel Classics, todas las cuentas posibles
con su pasado y sus pasiones. Incluye, aunque no vengan demasiado a cuento, los
Aires españoles que su tío Carlos compuso y grabó como prueba suprema de
virtuosismo. El tango tradicional está representado por el clásico Ojos
negros, de Vicente Greco, y una selección de Juan Carlos Cobián. Pero la placa
esconde la sorpresa de dos bandas de yapa, no mencionadas en el índice del contenido,
provenientes de un anterior CD de Marcucci con el guitarrista Baltazar Benítez. En ellas
pueden oírse Milonga de mis amores, de Pedro Laurenz, con una variación
antológica, y Prepárense, de Piazzolla, del que el dúo ofrece una versión
curiosamente despiazzollizada. El Piacevole se corta solo, a su vez, con un tango
deliciosamente europeo de Dirk Brossé, que incluye un solo de la violinista Gudrun
Vercampt que, queriéndolo o no, induce a evocar al genial Francini.
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