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  AVISO: ENCUENTRO TEMATICO DE PSICOLOGOS DEL MERCOSUR
AVISO: ENCUENTRO TEMATICO DE PSICOLOGOS DEL MERCOSUR

 



LAS FIESTAS TOMAN NUEVAS SIGNIFICACIONES EN LA CULTURA CONTEMPORANEA
La muchedumbre solitaria y su fin de año

Según este examen crítico de las fiestas de fin de año bajo la sociedad actual, “se acentúa la contradicción entre los mensajes de amor, paz y felicidad para todos, y el estímulo a   las conductas individualistas, a no compartir nada con un prójimo sobre quien existe un sentimiento generalizado de desconfianza y temor”.

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Por José Luis Cao *

t.gif (862 bytes) Sobre la base del mito de una supuesta edad de oro, suele decirse que todo tiempo pasado fue mejor, y las fiestas de fin de año no escapan a esta consideración nostalgiosa. Lo cierto es que se han producido cambios en las costumbres festivas, ya que cada vez se acentúa más la contradicción discursiva entre los mensajes colectivos de amor, paz y felicidad para todos, y el estímulo a las conductas individualistas, a no compartir nada con un prójimo sobre quien existe un sentimiento generalizado de desconfianza y temor.
Como cualquier comportamiento mítico-ritual, las fiestas se metamorfosean según los tiempos históricos, expresando necesidades y deseos que conforman las creencias e ideologías de cada comunidad o grupo social.
Entendidas como sagradas o profanas, de acuerdo a las creencias religiosas o políticas predominantes en el Estado gobernante, son determinadas por su ideología, ocupando un lugar explícito en el calendario junto a las fechas que rememoran los hechos considerados trascendentales en el pasado heroico de cada pueblo.
La fuerza de lo instituido a nivel oficial se mixtura con lo instituyente popular, que en virtud de la repetición tiende a imponer explícita o subrepticiamente sus propios contenidos y formas de festejar.
Las fiestas responden a la modalidad del ocio que se opone a la del trabajo. Ellas intentan restaurar el espíritu de lo lúdico a fin de permitir la gratificación personal a través de la participación colectiva. Las fiestas agradan por el placer y el goce que despierta la participación en un estado fusionante donde los roles habituales se desdibujan, se trastruecan o se reinventan dando lugar a la excepcionalidad.
Las llamadas Fiestas de Fin de Año comportan ritualizaciones que reconocen orígenes y transcursos diferentes tanto para la Nochebuena-Navidad, como para la Nochevieja-Año Nuevo. Sin embargo toda la fuerza de la costumbre tiende en los últimos tiempos a unificarlas debido tanto a su proximidad temporal como a su significación de renacimiento de una época.
Si bien las primeras han sido relacionadas con la conmemoración de la llegada al mundo de Cristo, y las segundas con la finalización y comienzo de un período calendario de acuerdo a prácticas de antiguos pueblos europeos, ambas terminan comportando en la actualidad un extenso e importante ritual sincrético. Este resulta de una mezcla de creencias cristianas mediorientales romanizadas como también de una variadísima gama de creencias europeas, a las que en este último siglo se le agregan novedosas mitologías norteamericanas conformadas por el ingenio publicitario y el cine de Hollywood.
Como en casi todas las fiestas estas reuniones demarcan una temporalidad distinta de la habitual, introduciendo lo excepcional del acontecimiento que en realidad se halla construido como un evento, ya que se planifican prolijamente desde tiempo atrás a fin de evitar su imprevisibilidad, dado que en el núcleo subyacente que las anima subsiste el magma del denominado espíritu dionisíaco del descontrol.
Tradicionalmente la fiesta como acontecimiento social suponía la reunión de la diversidad de actividades al servicio de la comunión de intereses, utilizando como amalgama el compartir alegremente lo que se tenía. En ellas participaba la mayoría del colectivo social, fomentando como ejercicio el encuentro con el otro.
En la medida que la sociedad se ha complejizado, sosteniendo intereses fragmentarios de variados sectores e individuos, los festejos se tornaron múltiples, manifestándose en pequeñas gratificaciones cotidianas lúdicas, certámenes, juegos, competencias, cumpleaños... provistas por el mundo del entretenimiento y del consumo.
Con el correr del tiempo, en la Argentina, todo acto conmemorativo de carácter oficial, independientemente de poseer un sentido solemne o divertido, se transformó en pretexto de huida de la cotidianidad. Las fiestas no pudieron sustraerse a la “escapada”, “el día sandwich”, o el “fin de semana largo”, atenuándose su carácter ceremonioso, ya que a su significación tradicional se ha impuesto progresivamente la de hacer un alto en el camino de la habitualidad supuestamente signada por un estado de malestar. Por lo tanto el ciudadano intentaría, aunque sea por un espacio breve de tiempo, escapar de la presencia de los otros, harto evidente en la urbe donde habita la “muchedumbre solitaria”, para reinstaurar su paradisíaco mundo propio.
Las fiestas de fin de año, más que cerrar, inauguran el tiempo vacacional, que surge como un intervalo de tiempo en el que, supuestamente alejado de las obligaciones laborales el individuo se halla facilitado para hacer lo que quiere, aun cuando este anhelo se convierte por lo general en generador de nuevas preocupaciones, ya que se lo debe compatibilizar con los valores ideológicos de lo que se entiende por verdadero descanso ligado en la actualidad a las pautas sociales correspondientes y al consumo de productos vacacionales “necesarios” impuestos por la moda (lugares, vestimentas, cosméticos, tour, viajes, lecturas, dietas, deportes, juegos de playa...).
Otro aspecto a tener en cuenta es que las fiestas de fin de año devinieron, de celebración colectiva en la que ningún miembro del grupo vecinal quedaba excluido, en una reunión de pequeños grupos entre los que se destaca la familia nuclear, los compañeros de trabajo o los amigos íntimos.
En la medida que la sociedad se torna más competitiva, convierte al otro en adversario e inserta desconfianza en sus actitudes, con lo que se quiebra la solidaridad y con ella los vínculos de seguridad, que pasan a depositarse en el Estado o en sus reemplazantes, las empresas privadas que incluso suelen ser las encargadas de organizar la fiesta, la cual así queda pautada hasta en sus más mínimos detalles.
De este modo el compartir queda reducido a íntimos confiables, y el regalar se transforma en práctica de intercambio mercantil interesado.
El consumo masivo de objetos y signos de lo festivo, que se deben comprar más que fabricar por el colectivo, sugiere que la felicidad se halla más relacionada con el “tener” que con el “ser”.
La sociedad actual, que da a conocer sus sugerencias e imperativos pedagógicos no sólo por la familia o el sistema educativo tradicional sino por la importancia de los mensajes mediáticos, adopta una posición ambivalente: por un lado, enuncia que la fiesta es de todos, y por otro invita al consumo individualista, donde quien más posee se hallaría más cerca de la tan anhelada felicidad.
En los últimos tiempos, la participación festiva personal se ha visto incluso reemplazada por observar en la TV la fiesta de los famosos, que en un alarde narcisista degustan exquisitos platos y alzan sus copas deseando un año venturoso para todos, aunque, como está a la vista, su homenaje se circunscribe a sí mismos.
Para concluir las fiestas pueden ser comprendidas como negocio (negotius): en la que se especula calculadoramente con evitar el tedio y recuperar lo obsequiado (tiempo, afecto o dinero), o como ocio (otius): que se “brinda” por el placer de estar con el otro, y se recibe al compartir el sugestivo mundo de la creación inesperada.
* Psicoanalista. Profesor universitario.

 


 

BREVE PSICODISECCION DE LAS TRAVESIAS
Viajando entre las jaulas de cristal

Por Teodoro Pablo Lecman *

t.gif (862 bytes) El viaje se despliega entre los preparativos para hacerlo y los recuerdos que deja, entre la ida y la vuelta. De iniciación o de conocimiento, de negocios o de placer, de conquista o de paz, está en el origen de la novela (Viaje sentimental, Laurence Sterne), de la crónica de conquista.
Pero, en la condición actual, la “novela” que el turista pueda hacerse se reduce a los folletos de las agencias, a los mapas, a los distintos papeles y plásticos que van a ofrecerle un paraíso standard, cuya imagen prototípica es un pedazo de arena y unas palmeras. Tras ellas acechan las omnipresentes towers de los hoteles multinacionales, jaulas de cristal que, junto con los shoppings, brindan la ilusión de sentirse Luis XIV en un salón de los espejos versallesco degradado.
Más aún, Marc Augé (El viaje imposible) señala que al turista actual ya no le interesan las versiones originales, sino las imágenes, el mundo virtual, que prefiere visitar antes que su versión real. A lo sumo, cuenta, en los viajes a Perú, como atracción adicional en la época de la ocupación guerrillera de la embajada japonesa, el tour incluía una visita en vivo al sitio del conflicto. Es cierto que una bomba ocasional puede destruir un periplo y al visitante, gajes del espacio multinacional y sus no-lugares, floreciendo como hongos (no atómicos, por cierto, o por ahora) en enclaves de mayor o menor marginalidad.
Pero no nos interesan los misiles, en los que se goza la acumulación de la plusvalía del planeta mientras no nos toquen; nos interesa esa vacación que estamos por hacer, esa pausa entre actividad y actividad: un verano con Mónica, con la familia, con el perro, con quien sea, mientras acomodamos el carromato de los paquetes y los recuerdos para la travesía.
Queremos sin embargo plantear otro aspecto del viaje de la vida: el del exilio, el de la ida sin regreso, el del despegue sin retorno. Lo comprobamos en la asimilación de viaje a muerte por parte de los chicos, en los avatares de los exiliados, en el episodio de despersonalización en la Acrópolis que Freud le relata a Romain Rolland en una carta. Partimos un poco con la esperanza de ser Otros, y cuando sucede que al fin lo seamos (“Seminario de la disolución”, de Lacan), no nos encontraremos con nosotros mismos: estaremos del lado de la muerte.
La vida, como perpetuo cambio, de acuerdo al gran Heráclito, nos enseña que nunca volvemos a nosotros mismos, ni los otros son los mismos, ni siquiera las cosas permanecen igual. Nos aferramos a ficciones que nos dan una ilusión de permanencia; mientras tanto, dolor y placer moldean nuestros días, en la esperanza de un gran cambio.
Así, la vieja interpretación de los celos, la envidia o el despecho a causa del período de vacaciones en análisis debería matizarse con esta apuesta imposible a ser Otro, que de pronto encuentra en el otro semejante la máscara del carnaval turístico o el rostro irreconocible del extranjero absoluto (Camus), aquel que no queremos ser pero es nos-otros, en lo más íntimo de nuestro ser mortal, al que atacamos con la ignorancia, el odio, o el horror, pero al que debiéramos aprender a reconocer, porque como dice Borges en “El otro, el mismo”, “no nos une el amor sino el espanto/será por eso que la quiero tanto”.

* Psicoanalista. Profesor en la Facultad de Psicología (UBA).

 


 

PARA DAR CUENTA DEL LEGADO DEL MAESTRO
“Aprender a volar por sus propios medios”

Por Adriana Caffi, Oscar De Laturi, Martín Hausemer, Elía Pena, Silvina Rivas, Miriam Zavalía *, Alicia Le Fur, Irma Persichino, Ana María Plumari ** y José Cernadas ***

“... El análisis de los emblemas en la discordia por una herencia permite encontrar distintas posiciones: desde quién va a suceder al muerto en el brillo intelectual, en el poder, en la generosidad, hasta quién va a llevar los pantalones en la casa...”

t.gif (862 bytes) La precedente cita forma parte de uno de los últimos escritos de nuestro maestro Daniel Ojeda, ex director del área clínica de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires y supervisor de ese equipo hasta su desaparición ocurrida el último 24 de noviembre de este año.
Si de herencia se trata, Daniel nos lega su generosidad (que no es lo mismo que oblatividad) y sus herederos, lejos de pelearnos por ella, enterrarla o dilapidarla como reza la parábola, decidimos ponerla a trabajar. Con Daniel aprendimos que recibir una herencia no consiste en amasar una fortuna superior a la paterna (tampoco en despreciarla), ni superar al padre en diez centímetros de estatura, sino en volver productivo el legado, en relación a la ética del propio deseo.
Su seriedad (que no es lo mismo que gravedad) nos transmitió que una de las peores avaricias es la que retiene, ávidamente, el saber. También aprendimos de él que el saber es saber-hacer, que este saber no tiene dueño, y sólo adquiere existencia en la medida en que circula, y en tanto circulación constituye una pérdida estructurante.
Como ocurre en los momentos de tratar un problema complejo, vale la pena apelar a una metáfora. Cuenta la leyenda que en medio de una tormenta un padre gaviota trasladaba a sus hijos a través de los mares para ofrecerles un seguro refugio. Ya concluyendo el viaje, le pregunta a cada uno de ellos: “Cuando yo esté viejo, enfermo y cansado de volar, ¿harás por mí lo que ahora estoy haciendo por ti? A los hijos que responden afirmativamente, el padre abre el pico y los arroja a la tormenta. Por fin uno se pronuncia: “No estoy seguro de poder hacer esto por ti, pero puedo asegurarte que lo haré por mis hijos”. Este último llega a tierra firme. Y recomienza el ciclo.
La metáfora de las gaviotas hablan de que la prematuridad del pichón de hombre al nacer exige brazos amorosos que lo sostengan en los primeros pasos por la vida, y exige también una palabra que lo arranque de esos brazos para volar por sus medios. Ese vuelo inicial genera una deuda, que tiene la particularidad de no pagarse al acreedor original sino a las próximas generaciones.
Daniel nos transmitió el producto de su trabajo: ideas, espacios de pensamiento, y también una seriedad (que no es lo mismo que ausencia de humor) que resulta enigmática para la actual subjetividad definida por el consumo.
Esta transferencia de trabajo al saber hacer, o sea, al bien hacer (que no es lo mismo que hacer el bien), nos deja una deuda. Pero, como anticipáramos, la deuda se paga a las futuras generaciones. En este caso los psicoanalistas recibimos gratamente el legado de Daniel que nos permite, al mismo tiempo, elaborar su pérdida y continuar por nuestros pasos el camino iniciado con él, y que queremos seguir haciendo al andar.

* Miembros del equipo clínico de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires.
** Supervisores.
*** Director.

Posdata

Posgrado. Para médicos, psicólogos y psicopedagogos, sobre la obra de Freud con práctica clínica. Centro Sigmund Freud, 823-9450.
Photo. “Photoreading” en Instituto Sudamericano de Programación Neurolingüística, del 8 al 10. 806-1306.
English. Inglés para psicoanalistas y especialistas en humanidades. Juan C. Stekelman. 865-7703.
Ulises. Taller de lectura: Ulises de James Joyce. Con Pablo Fuentes, inicia en enero. 450-2260.

 

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