Todos los padres son irresponsables o asesinos. O:
Por temperamento, yo era un Hitler sin fanatismo, un Hitler abúlico.... Y
también: Me hubiera gustado ser el hijo de un verdugo. Y además: (una
guerra nuclear) sería encantadora... por fin un mundo sin gente. Son algunas de las
afirmaciones que el filósofo rumano Emil Cioran asesta en Cahiers 1957-1972, un libro de
mil páginas y publicación póstuma que reúne 34 cuadernos de un diario personal escrito
en tal período. Cioran pensó alguna vez en publicar extractos de esos textos con el
título por supuesto El error de nacer. Este nihilista, que atravesó el siglo
XX odiando al género humano y a sí mismo, padeció encarnizadamente el insomnio y se
instaló con insistencia en la idea del propio suicidio, en el que meditó con tiempo a lo
largo de sus 84 años de existencia (19111995).
Un insomnio ininterrupido lo asoló desde los 9 a los 16 años y alimentó su admiración
por los grandes enfermos: Un escritor que no está enfermo se
consoló es casi automáticamente un individuo de segunda. Claro que en
Cahiers la autorreferencia abarca un territorio descomunal: Cioran equipara el insomnio a
toda tiranía; el déspota, aclara, yace despierto y eso lo define. En una de
sus últimas entrevistas, el autor de Breviario de los vencidos cambió la calidad del
reproche: el insomnio no permite olvidar.
Vivir es secretar bilis, dice uno de los lapidarios aforismos que cobijan los
Cahiers. Recorriendo sus páginas, George Steiner percibió que esta obsesión
central (el suicidio) y la contrarretórica que produce, torna inevitable la
pregunta acerca de la seriedad de Cioran. ¿Cuánto de su nihilismo, histriónico a
menudo, es verdadero? ¿Cuánto es pose y una figuración deliberada en estilo romántico
tardío?. En efecto: pese a su reiterada visitación del tema, Cioran no se suicidó
como el gran poeta Paul Celan, su compatriota, ni cayó en el mutismo de la
locura de un Nietzsche. Steiner compara la desesperación declarada de Cioran con la que
Leopardi plasmó en su Zibaldone: la del italiano no es menos profunda, pero está
filosóficamente expuesta y la ennoblece una casi infalible discreción del corazón. En
muchos aspectos, Cioran impresiona como un empresario del infinito
negativo.
El pensamiento de Cioran recorrió, entre otros, un arco muy notable: pasó del
nacionalismo más extremo al exilio entendido como la mejor situación para un
intelectual. A fines de los años 20, y como a otros jóvenes narradores y
ensayistas del país, preocupaba a Cioran la definición de la especificidad de la cultura
rumana y su papel frente a las culturas mayores de Europa, tarea que
consideró una misión histórica y más: una cuestión personal que lo llevó
a cohabitar ideológicamente y no sólo con el movimiento nacionalista rumano
y su expresión fascista, la Guardia de Hierro, con la que se comprometió menos que
Mircea Eliade. A diferencia de sus compañeros, la defensa inflamada deun nacionalismo
azuzado por la integración en 1918 de la ex húngara Transilvania al territorio rumano,
condujo a Cioran a una honda crisis de identidad personal. En 1937, a los 26 de edad, se
trasladó definitivamente a París.
En La transfiguración de Rumania, uno de sus primeros libros, Cioran, al igual que
Eliade, no había ahorrado epítetos al pueblo rumano, al que condenaba por su
sentimentalismo, su pasividad ante el destino, su tolerancia y humildad cristianas. Pero
algo más agobiaba al filósofo: las que consideraba desventajas de la cultura
menor en que se había criado, eclipsada por las culturas mayores
francesa y alemana que garantizaban, a su juicio, el acceso a una finalidad superior. Bien
señala la crítica Ramona Fotiade que Cioran nunca pudo superar esa concepción idealista
que opone culturas mayores a culturas menores, y destinos
nacionales mayores a destinos nacionales menores. En 1949 publicó
su primer libro escrito en francés. Tal vez creía que, con el exilio voluntario y el
paso a una lengua mayor, podría dejar atrás su tironeo interior entre
el inconveniente de haber nacido y la tentación de existir.
Cioran dio cuenta de su ruptura con el cristianismo en Lágrimas y santos (1937), y
también de su particular manera de vincular la fe con el insomnio padecido: El
Paraíso es imposible dice sin una afección de la memoria. Este hombre,
para quien dormir era el secreto de la vida porque estimaba que el sueño interrumpe los
recuerdos y así permite que la existencia sea soportable, consiguió el olvido sólo poco
antes de morir: la enfermedad de Alzheimer le procuró una amnesia total. En Lágrimas y
santos había culpado a Jesucristo de las mortificaciones corporales que los santos se
autoinfligían, y comenzado sus observaciones sobre la superioridad de los tiranos. El
aburrimiento de Nerón, sostuvo, es más vasto que la sed de Cielo de los
santos. Para Cioran, cambiar el mundo era una posibilidad sujeta a esta pobre
disyuntiva: santidad o dictadura. Y prefería la última.
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