Por Romina Calderaro
Tenencia de arma
de guerra, amenazas y abuso de armas. Por esos delitos, dos de los cuatro jóvenes que el
último sábado fueron apuntados con una pistola por el torturador Miguel Etchecolatz en
una plaza, formularon ayer la denuncia en el juzgado de María Angélica Crotto. En la
presentación, a la que también adhirió el diputado Alfredo Bravo, se solicita que se
averigüe en el Registro Nacional de Armas (RENAR) si Etchecolatz tiene una pistola
registrada y, en ese caso, si cuenta con autorización de tenencia o sólo de portación.
También se pide que se averigüe en el Ministerio de Justicia y Seguridad de la Provincia
de Buenos Aires cuál es la situación del represor en la policía provincial para
consignar si tiene permiso para tener y portar el arma reglamentaria de la fuerza. La
Asociación de Abogados de Buenos Aires (AABA), en tanto, afirmó que las autoridades
nacionales y porteñas deben "desarmar inmediatamente" al represor.La historia empezó el sábado a la tarde. El ex comisario paseaba a su
pastor inglés en la Plaza de Córdoba y Anchorena, como es su costumbre, hasta que fue
reconocido por un grupo de cuatro chicos. Melina García, Roberto Samar, Fernando Coppola
y Matías Belloccio decidieron improvisarle un escrache. Primero lo insultaron y después,
como el comisario siguió paseando en la plaza, resolvieron ir a comprar huevos. Cuando el
primer proyectil llegó a destino, Etchecolatz sacó de una bolsa de supermercado un arma
que, según contó Roberto, "parecía una 38 plateada, y nos apuntaba como un
demente. Sólo guardó el revólver cuando un tipo se acercó a tranquilizarlo". A
esa hora, contaron los chicos, la plaza estaba llena de chiquitos con sus madres.
La denuncia fue presentada por Roberto Samar y Fernando Coppola, con el
patrocinio de los abogados Horacio Ravena y Ernesto Moreau. En el escrito, se pide que se
condene a Etchecolatz "al máximo de pena por los delitos de tenencia de arma de
guerra, amenazas y abuso de arma, previstos en los artículos 104 y 149 bis del Código
Penal y la Ley 20.429". También se puede leer que "la amenaza con el arma fue
altamente creíble por la ferocidad del gesto denunciado, su conocida trayectoria criminal
y la soberbia con la que se vanagloria de su impunidad".
Miguel Angel Etchecolatz fue comisario de la Policía de la provincia
de Buenos Aires durante la última dictadura militar y era la mano derecha del general
Ramón Camps. Fue condenado a 23 años de prisión por más de noventa casos de tormento,
pero salió en libertad beneficiado por la Ley de Obediencia Debida. Actualmente se
encuentra condenado a tres años de prisión en suspenso por calumnias e injurias al
presidente de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos, Alfredo Bravo, quien
"adhiere y hace suyos los términos de la denuncia y expresa su disposición de
concurrir al juzgado a ratificarla toda vez que sea requerido".
La Asociación de Abogados de Buenos Aires, por su parte, exhortó a
las autoridades porteñas a "desarmar inmediatamente" al ex comisario a la vez
que repudió las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, "por las que está en
libertad un criminal y terrorista de Estado como Etchecolatz".
Ahora, el juzgado de instrucción deberá dar curso a la denuncia, en
la que se pidió especialmente que se investigue todo lo referido a si Etchecolatz está
autorizado a tener un arma, a llevarla consigo y a apuntar a un tercero en la calle.
Si se comprueba que Etchecolatz incurrió en delitos, estará en
problemas, ya que con tres años de prisión en suspenso en su haber podría quedar entre
rejas. Además, todavía tiene pendiente un juicio oral por apología del delito impulsada
también por la APDH. En una emisión del programa "Hora Clave", el torturador
fue enfrentado a Alfredo Bravo, una de sus víctimas, y defendió los crímenes cometidos
durante la dictadura.
En uno de los párrafos de la denuncia, luego de una reseña de los
antecedentes de Etchecolatz, se afirma que "es altamente significativo que un reo de
sus condiciones y reconocida peligrosidad porte arma de fuego de alto calibre sin que los
poderes del Estado tomen inmediata intervención, la que reclamamos con esta
presentación".
OPINIONES |
Preceptos divinos
Por Hebe de Bonafini*
El asesino Miguel Etchecolatz pasea a su perro, no como cualquier hijo de vecino, sino
como lo que es: un asesino. Los hijos de vecino no llevan armas en la bolsita de
supermercado, llevan huevos. La imagen del asesino Miguel Etchecolatz es la
representación más clara de la impunidad, la prepotencia y la cobardía. Cobardía, pues
él sólo es él con un arma lista para disparar. Los jóvenes valientes, claros, seguros,
lo insultaron, lo huevearon, y ahora lo denuncian, dando la cara y dando el ejemplo a
otros jóvenes de cómo se debe actuar.
El torturador genocida dice haber sido guardador de preceptos divinos,
y que por haber cumplido con una ley hecha por los hombres lo volvería a hacer: por eso
va armado a esa plaza donde juegan niños, donde no le importaría en lo más mínimo
disparar la pistola. Para él, matar, violar, son preceptos divinos. El genocida recibió
de los jóvenes el repudio y el asco que toda la sociedad les tiene y que los expulsa de
los lugares que son nuestros, como esa plaza. Aunque las leyes de los políticos y los
jueces los perdonen, la sociedad y el mundo entero ya los condenaron por genocidas.
* Presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.
Las armas y los huevos
Por Raquel Robles *
¿Qué es un escrache? Un escrache es sacar a la luz lo que está oculto. Habría que
preguntarse por qué genera tanto pánico en los represores un acto que, en definitiva, no
es más que decir aquello que ellos dicen y no les da culpa alguna. Etchecolatz no sólo
torturó y asesinó cotidianamente durante casi diez años, sino que luego de zafar de la
condena de 23 años por los crímenes cometidos gracias a la Obediencia Debida, escribió
un libro donde, entre otras aberraciones, dice que no siente ningún arrepentimiento por
haber matado y que volvería a hacerlo. Quien publica un libro no es alguien que se oculta
debajo de las baldosas. Sin embargo, en el escrache organizado por nosotros el 9 de
septiembre del año que acaba de terminar, el ex comisario no ahorró en objetos
contundentes que hubieran podido convertirse en armas mortales si hubieran caído sobre
algún manifestante. Desde su departamento del noveno piso en Pueyrredón y Córdoba tiró
bolsas de harina, bombas de humo, pintura negra, yeso y todo lo que encontró a mano.
¿Qué será lo que teme tanto el bravo policía? Después vino el juicio que suena tan
ridículo y tan acorde con esta democracia donde no importa haber torturado sino decirlo.
Sólo entonces pueden sufrir el peso de la ley, un peso que es como un ala de mariposa,
por defender lo que hicieron, por decir que lo volverían a hacer, pero no por los muertos
que mataron, no por los cuerpos que torturaron, no por el país que nos dejaron. Entonces,
unos chicos argentinos, no "víctimas directas" como suelen llamarnos --como si
quienes sufren las consecuencias de la dictadura no lo fueran--, no una multitud frente a
su guarida, sino cuatro chicos, se encuentran con un asesino y le dicen asesino, se
encuentran con un experto en métodos de tortura y le tiran huevos. Y ¿cómo responde el
asesino y torturador que la Justicia argentina consideró que podría no ser peligroso
para la sociedad si hacía un curso de derechos humanos, cual si su delito fuera
comparable a los malos tratos de un patovica? Sacando un arma y apuntando al pecho de su
"agresor". Así, como una fruta podrida que pende del árbol sostenida por sus
últimas fibras queda claro, más claro que lo claro que ya estaba, que los asesinos
tienen que estar presos. No reprendidos paseando sus perros, no en sus casas organizando a
la derecha para que haga y diga lo que ellos no pueden por lo público y repudiados de sus
rostros. Presos. Por lo que hicieron, por lo que volverían a hacer, por nuestros muertos
que claman por justicia, por el proyecto de país que ellos mataron y que, tarde o
temprano, volverá a nacer.
*Integrante de H.I.J.O.S.
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