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Por Cristian Alarcón Desde Cariló Si para llegar al centro de Cariló no hubiese sido necesario atravesar los bosques y las casas de montaña por calles de tierra. Si los niños no hubiesen estado allí, jugando en uno de los tantos parques, sobre una hamaca de madera, con trinos de fondo. Si no hubiese sido tan dulce la niñera al pedirles que ya no se golpeen como los dibujos animados japoneses, entonces, podría creerse fácilmente que Cariló no es ya la parcela más tranquila de la costa. En los últimos cuatro años el centro comercial de la villa se ha convertido en un shopping aunque en él impere la arquitectura campestre. Los comercios para turistas duplicaron su cantidad en el último año y medio. Ya son más de doscientos. La construcción de casas aumentó, según las inmobiliarias de la zona, un quince por ciento. Este es el primer verano en que los nuevos inversores construyen aún en temporada. La villa de verano más exclusiva de la costa argentina cambia al ritmo del mercado que avanza, más allá de Pinamar, a pesar de los deseos de paz de los antiguos habitantes. Aunque no parezca por su lozanía urbana Cariló acaba de cumplir ochenta años. Claro que en los comienzos era mar y dunas. El fundador, dueño de todas las tierras que iban del sur de Pinamar hasta el comienzo de Villa Gesell fue don Héctor Manuel Guerrero, el propulsor de la forestación sobre arena que hoy resulta un terreno lleno de árboles frondosos donde las calles llevan nombres de pájaros y plantas. Cariló fue el lugar donde veraneaba, cuando era presidente, el dictador Pedro Agustín Lanusse. Y hasta entrada la democracia, cuando aún no pasaba a depender institucionalmente del gobierno de Pinamar, para acceder a la villa era necesario pertenecer. O sea: los autos de los extraños llegaban hasta una única entrada, sobre la ruta 11. Allí había una caseta de vigilancia. Los custodios chequeaban si algún dueño conocía al visitante. Estamos pensando en comprar. Este es el único lugar con una paz divina que va quedando, dice con su perro motudo y blanco en los brazos, Elsa Puccio, abogada, casada con un empresario, dos hijos de 14 y 16. La nena le sostiene la cartera mientras ella entera de blanco posa para las fotos. Viven en Villa del Parque y hace cinco años que pasan vacaciones en Pinamar despreciando Punta del Este por el cuidado de los chicos. Es que con tanta gente es imposible, protesta. Por ahora se pasea por el shopping de casitas de madera. Está nublado, motivo suficiente para que el centro comercial se llene. No hay lugar en los locales donde se toma el té con masas. Los chicos se pierden. Un grupo de adultos aplaude. Elsa Puccio, la dama en busca de calma se horroriza del aluvión. Tuvo que dejar el auto a cinco cuadras de las galerías. Cuando los días están así ¿adónde vas a ir?, reconoce. El marido empresario está loco por comprar la casa de las siete chimeneas, una en cada cuarto. Daniel Guerrero, dueño de la inmobiliaria homónima y sin parentesco con los fundadores describe el crecimiento. La publicidad que se ha hecho hizo que la gente de clase media alta redescubra Cariló. Es el único lugar de la costa con buena forestación y baja densidad que tiene el mismo costo que el resto de los lugares, sostiene. El metro cuadrado de terreno va de los 15 a los 100 pesos, según la ubicación y la distancia del mar. El negocio de Guerrero marcha bien. En los últimos tres años se han construido 350 casas nuevas en la villa. Con un promedio de 110 por año, en creciente, la construcción llega al nivel de boom. Todos tienen en cuenta que desde el comienzo de la gran apertura se han vendido 3200 lotes y por el momento son sólo 1100 las casas construidas. Las casas no son nada al lado de la proliferación de aparts hoteles, se queja el presidente de la Sociedad de Fomento de Cariló Eloy Lesca. Desde hace diez años se han instalado casi 30 con servicios de tres o cuatro estrellas. Los tradicionales habitantes de Cariló, los mismos queganaron en 1992 la guerra contra el asfalto que quería construir el intendente de Pinamar Blas Altieri, no quieren tanto. Roberto Tafanelli, dueño de la librería Fray Mocho, en el centro comercial, no llega a alegrarse por la desmesura del crecimiento. Si compraran... dice. Pero pasan y miran y pasan, la venta, el éxito no tiene nada que ver con la cantidad de paseantes que veas. Dice también que los días nublados no hay habitante genuino de Cariló que pase por su local. Esquivan la multitud como al peligro.
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