Los caminos después del horror
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Por Mariana Carabajal La violación y asesinato de Mariela Soledad Monzón, de apenas 3 años, presuntamente a manos de un vecino de 18 años, generó un repudio generalizado --que llevó hasta al propio padre del muchacho a pedir que se lo castigue con pena de muerte si se comprueba su culpabilidad-- y abrió un gran interrogante: ¿qué se puede hacer con los violadores de menores, teniendo en cuenta que, según estadísticas internacionales, la mayoría de ellos reincide una vez que sale de la cárcel? Cinco especialistas consultados por Página/12 describieron las experiencias implementadas en otros países y polemizaron sobre el tema. La coordinadora del Programa de Asistencia al Maltrato Infantil del gobierno porteño, Irene Intebi, precisó que hay tratamientos posibles para rehabilitarlos. "Son terapias prolongadas pero en el país no existen", cuestionó la psiquiatra infanto juvenil. En la Argentina, el problema de los violadores "no tiene solución: lo único que hoy se les aplica es la pena de prisión", admitió Mariano Ciafardini, director nacional de Política Criminal del Ministerio de Justicia, quien rechazó la política de estigmatización del victimario aplicada en los Estados Unidos, donde se obliga a todos los estados a que informen a la comunidad cuando una persona que ha sido condenada por abuso sexual a menores, después de cumplir una sentencia, se muda a un vecindario (ver aparte). "Si el Estado considera que debe quedar el libertad es innecesario advertir a los vecinos", evaluó el ex fiscal. El médico sexólogo León Gindín se mostró partidario de la castración química de los violadores, mientras que el perito forense Osvaldo Raffo los consideró irrecuperables y se inclinó por castigarlos con la pena capital. "El panorama es tramposo. Una vez que hay un violador es muy poco lo que puede hacerse. La única salida es apuntar a la prevención", consideró el psicólogo Jorge Corsi, director de la Carrera de Especialización en Violencia Familiar de la UBA. Intebi señaló que en los Estados Unidos hay centros de tratamiento para este tipo de delincuentes. Funcionan en forma privada, subvencionados por el Estado y organizaciones no gubernamentales, y dentro de algunas cárceles. "Se trabaja de acuerdo al grado de violencia con que actúe cada persona, abordando el tema como una adicción sexual: el violador siente una compulsión a repetir cierto patrón de excitación sexual. El objeto que le produce esa excitación --un niño o el sexo con violencia-- funciona como el tóxico en una adicción a las drogas. Esta experiencia se va transformando en algo central en su vida y piensa todo el tiempo como poder repetirla", detalló a Página/12 Intebi, miembro del Consejo Ejecutivo de la Organización Internacional para la Prevención del Maltrato Infantil (ISPCAN, en sus siglas en inglés). Una terapia similar está aplicando Intebi en el Programa de Asistencia a la Víctima del Maltrato Infantil del gobierno porteño con algunos ofensores sexuales que han cometido incesto o abuso de algún familiar. "Un violador puede rehabilitarse si se logra que tome conciencia de que cuando le viene el impulso sexual no debe llegar al acto. Y esto se consigue si puede ponerse en el lugar de la víctima, para lo cual tiene que recuperar sus vivencia, sus recuerdos de cuando él fue abusado", describió Intebi. Diversos estudios comprobaron que la mayoría de los violadores han sido abusados en su propia infancia. Raffo discrepa: "Son personajes con una personalidad de tipo anormal que se encuentra condicionada genéticamente, instintivamente, y se caracterizan por una progresiva y creciente destructividad", opinó el médico forense. Para Jorge Corsi el panorama es desalentador: "Existen tratamientos pero el grado de recuperabilidad es muy variable", evaluó. "Además, es muy improbable que un violador o abusador considere que debe tratarse. Por eso hay que apostar a la prevención: teniendo en cuenta que los violadores suelen haber vivido situaciones de abuso en su niñez, hay que implementar programas preventivos en las escuelas, para que los chicos puedan cuidarse y reconocer un abuso y los maestros sepan detectar precozmente el problema igual que los médicos en los hospitales", sugirió el especialista en violencia familiar. Una alternativa al tratamiento terapéutico es la castración química. Se aplica en California y en países como Dinamarca para los reincidentes en abusos sexuales a menores y su incorporación a la legislación argentina fue propuesta en el Congreso. "Se les inyectan semanalmente bloqueadores de la testosterona, la hormona sexual masculina, que inhiben el impulso sexual", explicó Gindín, director del Centro de Educación Terapia e Investigación en Sexualidad (CETIS). Más allá de las experiencias internacionales, lo cierto es que en el país el problema de los violadores no tiene una puerta de salida cercana. En prisión reciben el mismo tratamiento de rehabilitación que cualquier otro delincuente. Sin terapia específica, usualmente reinciden al quedar en libertad. "Mientras no se tome el abuso sexual infantil como un problema de salud --tanto del victimario como de la víctima-- el tema seguirá irresuelto", consideró Intebi.
SOLO RECONOCIO QUE LA GOLPEO Y LA METIO EN EL BOLSO El asesino admitió parte del crimen
Una pinchadura de neumático, los reflejos de un fiscal y algunas casualidades que la intuición de los investigadores permitió asociar, fueron determinantes para dar en pocas horas las primeras puntadas para aclarar el crimen de Mariela Monzón. El acusado admitió el hecho, pero sólo en parte. "Dijo que había tomado mucho vino, que la criatura ingresó en su habitación, que la golpeó y después la metió en el bolso. Creo que no se quiere acordar de lo más escabroso", dijo a Página/12 el fiscal de la causa, Héctor Scebba. Por el delito de violación y homicidio podría corresponderle prisión perpetua. La autopsia reveló que la muerte se produjo por asfixia y que la nena fue penetrada por ano y por vagina. El dato no se conocía en el velatorio, pero se presumía. Allí, en medio del dolor, hubo un pico de tensión cuando Nemesio Torres, el padre del acusado, se acercó a consolar a los padres de la víctima y los abrazó. Se fue enseguida, por temor a ser agredido por otros familiares y luego no apareció por el entierro. La nena había desaparecido el lunes. Había estado jugando con una hermanita del acusado. El martes, alrededor de las 19, los tres ocupantes de una camioneta bajaron a cambiar una goma, en Marcharena y Tomás Guido, San Miguel. Uno de ellos cruzó a un descampado en busca de algún trozo de madera, para usar como taco. No encontró lo que buscaba, sino un bolso nuevo, de color negro y verde. Llamó a sus compañeros. Adentro estaba el cuerpo de la niña, de 3 años. Mariela llevaba más de un día desaparecida. La buscaban sus padres, los vecinos del barrio Santa Brígida y la policía local. Junto a ellos estuvo el joven Eduardo Torres Rey, de 18 años, quien resultaría imputado por la violación y el homicidio de la niña. A partir del descubrimiento del cuerpo, se desató el mecanismo pericial y de investigaciones. La Subdelegación de Investigaciones de San Miguel ya había iniciado la pesquisa habitual: último lugar en que se la vio, cómo estaba vestida y, una paciente búsqueda de testigos. No más de 15 minutos después de haber sido descubierto el bolso en el descampado, el fiscal Héctor Scebba se presentaba en el lugar. "Siempre hace falta intuición, contar con peritos cinco estrellas, y una dosis de suerte --dijo a Página/12--. Recibí un informe policial de un chico que vio a un muchacho llevando el bolso que finalmente sería en el que apareció la víctima. De inmediato convoqué a los peritos y ordené que el chico fuera llamado en el acto. Pedí que se trajeran tres o cuatro bolsos similares y le tomé declaración. Sin dudar, reconoció al bolso como el que llevaba el muchacho". La chiquita había sido vista por vecinos de la mano de un joven robusto y de pelo largo. En el barrio el joven era conocido: se llama Eduardo Torres Rey y vive a pocos metros de la casa de los Monzón. A las tres de la mañana de ayer, Scebba se sentó en su despacho y le tomó declaración. "Convoqué a un defensor oficial para que tuviera todas las garantías. Torres Rey fue coherente y admitió el hecho en parte. Dijo que horas antes había estado en una profusa ingesta de vino y que recordaba que la criatura ingresó en su habitación. Recordó vagamente que la golpeó no sabe con qué. Pero me dio la sensación de una memoria selectiva, ex profeso, porque dijo recordar haberla visto en el piso, haber tomado el bolso y haberla introducido en él, y haber hecho toda una serie de operaciones para sacar el bolso de la casa". Después de la indagatoria, Torres Rey quedó detenido e incomunicado
en una celda individual en la comisaría segunda de San Martín. Lo sacaron de San Miguel
para evitar posibles reacciones de la gente del barrio y en todo momento lo acompaña un
policía porque temen que intente suicidarse. |