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Por Claudio Zlotnik Brasil vivió ayer otra jornada complicada. Los hechos que se sucedieron el día después de la devaluación del 7,5 por ciento del real no hicieron más que confirmar que el país vecino atraviesa por una situación delicada. Ayer se fugaron entre 1200 y 1400 millones de dólares, la Bolsa de San Pablo registró una caída del 10 por ciento, el doble que el día anterior, y el Banco Central brasileño debió intervenir en el mercado de divisas para impedir una disparada del dólar. Lejos de poder restablecer la confianza, el gobierno de Fernando Henrique Cardoso ve, impávido, cómo el mercado le da la espalda y lo deja cada vez más aislado en su pelea para salir de la crisis. Con la elevación de la banda cambiaria decretada el miércoles, la administración Cardoso logró exactamente lo opuesto a lo que pretendía. En vez de darle aire con el objetivo de propiciar una rebaja de las tasas de interés, la medida terminó por confundir aún más a los financistas. Y el mercado no le perdonó semejante enredo. Por segundo día consecutivo, la cotización de la moneda estadounidense se pegó al techo de la banda cambiaria 1,32 real por cada dólar, y el BC de Brasil se vio obligado a vender dólares para sostener al real. En las casas de cambio de Río de Janeiro y San Pablo, el público, ansioso por trocar sus billetes por dólares antes de una eventual nueva devaluación, llegó a pagar 1,40 reales por cada dólar. La lógica de la gente común es similar a la que pronostican los expertos. Quienes vienen siguiendo de cerca la evolución de la crisis brasileña sostienen sin vueltas que el real seguirá perdiendo valor y que con la devaluación de anteayer, Brasil inició un camino sin retorno que podría llevarlo a la hiperinflación. En la city, son pocos los que dudan de que el miércoles Brasil se convirtió en el centro de la crisis mundial, como antes habían sido el sudeste asiático y más tarde Rusia. En un lapso breve, el real debería flotar libremente puesto que el nuevo sistema de bandas de fluctuación no sería suficiente para impedir otra devaluación, señaló el banco de inversión estadounidense Morgan Stanley Dean Witter, en coincidencia con lo que, veinticuatro horas antes, había expresado su colega Merril Lynch. La respuesta del BC brasileño no se hizo esperar. Son absolutamente improcedentes y no verídicas las especulaciones sobre la posibilidad de que se adopte el régimen de flotación del cambio, enfatizó el flamante titular del organismo emisor, Francisco Lopes mediante un comunicado. La incertidumbre y el nerviosismo que generaron los últimos pasos dados por Cardoso se reflejaron en la Bolsa paulista. Su indicador, el Bovespa, perdió ayer el 10 por ciento y ya roza los niveles que mostraba hace cuatro meses, tras de la caída de la economía rusa. Los inversores no dudan en retirar sus fondos de Brasil. Con la huida de ayer, el nivel de reservas se ubica en torno de los 32.000 millones de dólares y acumula una salida de 3500 a 3700 millones en las últimas tres jornadas. La rueda bursátil de ayer había comenzado con signo positivo. Pero después del mediodía sobrevino el derrumbe. Fue cuando la calificadora de riesgo norteamericana Standard & Poors (S&P) redujo la nota de BB (BB menos) a B+ (B más) que le otorgaba a los títulos de deuda brasileños, lo que se traduce como un mayor riesgo a que el país vecino se vea imposibilitado de honrar sus pagos con los acreedores. Inmediatamente, S&P también rebajó sus calificaciones a la deuda emitida por los estados de San Pablo y Río de Janeiro. Y a la de varios bancos, entre ellos al Citi y al Itaú. Más tarde, la noticia de la renuncia de un director del BC, Claudio Mauch, llevó una dosis de malestar adicional a los financistas. Mientras tanto, el gobierno brasileño ya anunció que renegociará las metas pactadas con el Fondo Monetario hace dos meses para poder acceder al préstamo de 41.500 millones de dólares que en su momento avaló el FMI.
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