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Por Fernando DAddario Por fin Boca va a volver a ser la mitad más uno. Desde que me instalé nuevamente en Lima, yo bromeaba diciendo que se había quedado sólo con la mitad. Esa es la metáfora que utiliza Lucho González para anunciar su reinstalación ¿definitiva? en Buenos Aires. Más allá del imán afectivo (aquí viven sus dos hijos, uno de los cuales es baterista de rock), excusas artísticas no le faltan: sus trabajos con Lito Vitale y el Mono Izarrualde, un proyecto con Colacho Brizuela, la posibilidad de hacer algo con Fito Páez y Alejandro Lerner y, concretamente, la segunda edición del Guitarrazo, que el año pasado reunió al peruano con Tomatito y Luis Salinas, y que ahora esta noche y mañana en La Trastienda sumará a Diego Churri Amador, el hermano menor de Rafael y Raimundo. González sabe que no es fácil el panorama para los músicos que escapan de lo convencional, pero, dice, Si Argentina está en crisis, mejor estar aquí que en otros países de Latinoamérica. Además, la música no es mi medio de vida. Es mi medio de felicidad. Y acá puedo hacer lo que quiero. ¿En Perú no tiene la misma libertad artística? No me gusta cómo está Lima. Muy violenta, acelerada y artísticamente muy mediocre y anodina. No está pasando nada, y no me siento reconocido. En Buenos Aires siempre tengo con quién tocar, con quién armar proyectos, la ciudad está culturalmente siempre en movimiento. ¿Qué recuerdos tiene del Guitarrazo del año pasado? Y ... me acuerdo que tuvimos tres horas de ensayo. Ahora creo que serán cinco. Fue una especie de amistazo, creo que todos los que estaban abajo del escenario se daban cuenta de lo bien que la estábamos pasando. Y ahora se agrega el Churri Amador, que parece es un animalito tocando. De los cuatro, usted es el que tiene más responsabilidades rítmicas. ¿Hay quienes subestiman ese rol en un guitarrista? Sí, pero porque no entienden nada. Lo rítmico es lo más difícil. A mí siempre me gustó más ver por dónde anda el camino y no ser el guía. El espectáculo abarca el flamenco, jazz y folklores varios. ¿Qué afinidades e incompatibilidades descubrieron? Fueron encuentros donde tratamos de conocernos musicalmente. Al Gordo Salinas, que es un fenómeno, le costaba más entrar rítmicamente en el flamenco. Tiene que ver con que en Perú tenemos más influencia negra y andaluza que española. Nos dimos cuenta de que hay ritmos que parecen lejanos y están ligados. Sólo en Perú, la riqueza rítmica es inmensa: están la costa, la selva y la sierra y hay infinitas cruzas. En un país tan racista como la Argentina, ¿sufrió alguna vez discriminación por ser peruano? No, porque me siento un argentino más, a pesar de ser peruano y tener mi corazoncito musical en Brasil. Mi padre, Javier González, es músico y tuvo mucho éxito en mi país y en Argentina. Me crié en Buenos Aires, y con buena educación. Así que no viví el problema de muchos compatriotas. Los peruanos que vienen muchas veces no son lo más recomendable. Viaja la gente que está peor y algunos terminan pungueando. De la gente con la que tocó, ¿de quién aprendió más? Yo toqué con Chabuca Granda, con Mercedes Sosa, con Milton Nascimento, conocí a Joao Gilberto, y todos influyeron en mí. Con ellos descubrí que mi esencia es latinoamericana, pero que además tengo que aprender otros idiomas musicales.
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