Las democracias no tendrían que permitir ninguna forma de
totalitarismo. Aceptar opiniones, veredictos, sí, pero de instituciones con una vida
democrática intensa y sin estructuras autoritarias. Lo que está ocurriendo ahora en
Alemania da tristeza, profunda tristeza, e impotencia. En momentos en que el gobierno se
prepara a debatir la temática de la píldora abortiva RU486, se oye la voz agriada y
despótica del cardenal arzobispo de Colonia, monsignore Joachim Meissner, diciendo que
tales píldoras abren una nueva dimensión, mediante la cual se inicia la
privatización del asesinato de niños no nacidos aún. Pero es más, comparó a los
laboratorios que preparan esas píldoras con las empresas que fabricaban el gas Zyclon B,
usado por los nazis para asesinar a miles de judíos, gitanos, comunistas y homosexuales
durante la Segunda Guerra. Sería una tragedia indecible, si la industria química
agregó repitiera por segunda vez el poner a disposición en Alemania una
sustancia mortífera contra un grupo humano determinado.
(Aquí cabe preguntarse: ¿recién ahora los príncipes de la Iglesia se acuerdan del
Zyclon B, por qué no lo denunciaron en su momento cuando Auschwitz? No allí, salvo dos o
tres honradísimas excepciones, los jerarcas de la Iglesia de Pio XII se callaron la
boca.). Primero interroguemos: ¿Quién es el susodicho obispo o cardenal para arrogarse
la verdad en un tema que esta sociedad viene discutiendo con gran altura, seriedad y hasta
diría sabiduría desde hace años: el problema del aborto?
En Francia, luego de la ley Simone Veil la ministra liberal conservadora de Salud
Pública, del gobierno de Giscard dEstaing que legalizó el aborto en 1975, se
pasó a la aprobación de la píldora abortiva RU486, ya en 1988, es decir, hace casi once
años. Y las complicaciones para las embarazadas que deseaban abortar se redujeron
espectacularmente. Lo que temían los enemigos del aborto, de que ahora éstos
aumentarían enormemente, no se produjo.
Antes de su aprobación, se llamó a la gente que realmente sabe acerca del problema:
organizaciones de mujeres que se basaron en los informes de médicos, químicos,
psicólogos, sociólogos y antropólogos, es decir, todo el espectro científico del
cuerpo y del alma para ayudar y proteger a la mujer que no quiere, por mil razones, seguir
con un embarazo. Con las palabras pecado mortal, pecadoras, y con la amenaza del infierno
y de sus llamas eternas, no se logra una sociedad sana, estabilizada, justa, sin dejar por
eso de reconocer que el problema psicológico y ético no es fácil. Y que por eso se ha
discutido tanto y se llegó a acuerdos plenos de comprensión: el aborto sí, pero
limitado en el tiempo y previo asesoramiento antes de decidirse. Un acuerdo consciente y
un profundo acuerdo ético, nada cometido por deseos de pecar, o de asesinar una vida, o
por una mera comodidad. El debate constructivo sostenido por muchas sociedades sobre el
aborto se hizo para encontrar un compromiso que sirva a una sociedad más justa y seria.
La solución de la Iglesia Católica de la absoluta prohibición del aborto lleva a la
realidad de que las únicas perjudicadas por esas legislaciones totalitarias y sin
compasión son las mujeres sin recursos, porque aquellas que tienen dinero, de alguna
manera solucionan su problema. Y que al pecado se lo perdona con la confesión
el cura del Socorro.
Las tres pastillas cada una de 200 miligramos de Mifegyne RU486, un
antiprogesterón, permite obviar la operación física, sin consecuencias para la mujer
que las ha tomado, que aborta sin ser intervenida quirúrgicamente. Las cuotas de
infección son casi cero y no se corre el riesgo de la esterilidad futura, como con otras
técnicas abortivas, y además no se necesita anestesia. Medio millón de mujeres suecas,
inglesas y francesas han abortado mediante la píldora, sin consecuencias negativas. No es
como sostiene la jerarquía católica que con este antiprogesterón se terminan por
romper todos los diques, se comete un genocidio en el propio
pueblo o que significa la decadencia definitiva de Occidente. Sin
ninguna duda, la RU486 es un paso más en defensa de la dignidad de la mujer,
especialmente de todas aquellas que son víctimas de la violencia o del engaño. (El tema
es tristemente actual en nuestra Argentina, con adolescentes casi niñas con problemas de
desarrollo mental que no solamente han sido víctimas de viles violadores sino también de
jueces y médicos que demuestran su falta de coraje civil, lavándose las manos como
Pilatos. Para no hablar del comportamiento cínico y el doble lenguaje de la sociedad
argentina con respecto de este tema. Las abortadoras ni son hijas del diablo ni se van a
ir al infierno; son mujeres que merecen las libertades y el curso de una vida con
dignidad. Son ellas las que tienen que decidir dar a luz y no el Papa desde Roma. Por amor
y no por miedo al pecado debe ser la norma de dar vida.)
Además, como decíamos, la legislación sobre el aborto que existe en países donde el
tema se ha discutido a fondo, sin prejuicios, mantiene límites y ofrece consejos previos
basados en la experiencia. ¿Con qué autoridad moral, la Iglesia Católica a través de
su Papa y de sus cardenales y obispos opinan sobre profundos problemas de la sociedad en
los que ellos no tienen experiencia? De todos los argumentos que podríamos poner sobre la
mesa vamos a conformarnos con reproducir la opinión de un lector publicada por el General
Anzeiger de Bonn. Dice el ciudadano Winfried Grikschat acerca de la declaración del
obispo católico de Berlín, Georg Sterzinsky, por la cual censura severamente a los
matrimonios sin hijos por propia voluntad, calificándolos de egoístas: Me hace
acordar del dicho la paja en el ojo ajeno... porque me pregunto ¿cuántos
hijos ha tenido el señor obispo en beneficio de la comunidad? ¿O tal vez quiere
asegurarnos que su decisión de estudiar Teología y luego entrar en la comunidad
sacerdotal libre de la preocupación de hijos propios para dedicarse a su querido Dios y a
su salvación eterna no es un motivo egoísta?
Mientras el cardenal Meissner soltaba todas sus abominaciones contra las mujeres que han
tenido abortos, ocurría muy cerca de su sede un hecho increíble, de cómo la verdad
puede demorar, pero finalmente llega: en Gelnhausen, hace justo cuatrocientos años, la
Santa Inquisición ordenó cortarle la cabeza de un hachazo a Elisabeth María Strupp. Se
le hizo el favor de no condenarla a la hoguera porque era de clase alta, sino hubiera
muerto quemada viva. Elisabeth como buena cristiana había criticado a las
autoridades de la Iglesia y de la ciudad por la barbarie que significaba la quema en la
hoguera de las mujeres acusadas de ser brujas. Esto hizo que un hombre muy cercano a la
Iglesia y poderoso del lugar, Johannes Koch, acusara a Elisabeth de haber robado objetos
de plata del culto, y además, de visitar y llevarles rosas a las brujas encerradas en la
torre. Elisabeth fue ejecutada. Días después, los objetos de plata fueron encontrados en
poder del sacristán. La Iglesia se calló la boca. Johannes Koch, el delator, cuando
murió, dejó dinero a la Iglesia y así recordó en bronce su figura cerca del altar
mayor. El año pasado, historiadores revisaron los archivos y llegaron a la verdad. Ahora,
el Centro de Mujeres de Gelnhausen proyecta que en una columna del portal de la misma
iglesia se esculpa el rostro de Elisabeth, la decapitada, y ha pedido que sea retirada la
figura siniestra del mendaz delator.
¿Con qué derecho una institución se pone a confeccionar dictados sobre temas que no
conoce cuando en la historia se ha equivocado en forma tan horrorosa como lo demuestran
los crueles archivos de la Inquisición?
¿No sería mejor que con toda humildad esos príncipes eclesiásticos se allegaran a
compartir con el resto de los mortales los esfuerzos para lograr un mundo más generoso y
justo aportando ideas sanas a la solución de la problemática del aborto y no querernos
asustar con la hoguera eterna e histerias autoritarias? La buena voluntad y no el
anatema..
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