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Por J. M. Pasquini Durán El capital financiero, que dirige la economía mundial, le ofreció al gobierno de Fernando Cardoso dos opciones: que se subordine como Carlos Menem o que se quiebre como Raúl Alfonsín. Las cavilaciones del presidente brasileño, el pague-Dios de Itamar Franco, la fuga masiva de capitales, el subibaja de las bolsas y todas las anécdotas de la actualidad brasileña, podrían reducirse a una imagen vulgar del lenguaje callejero: tenés que silbar mientras te exprimen los testículos con la morsa. El comportamiento de los inversores externos obedece a una lógica que opera en círculo vicioso: proliferan negocios rápidos de elevados rendimientos que rompen los tejidos económicos locales, promueven desmesurados endeudamientos públicos y privados y corrientes importadoras incontrolables (compensadas a veces con exportaciones frágiles) que suelen culminar en depresiones caóticas. El horizonte de inestabilidad resultante sirve de excusa a los mercados para exigir ganancias altas y rápidas (La declinación de la economía global, J. Beinstein, enero/99). En el submundo exótico de la periferia los megagrupos globales son muy impacientes. Las deudas públicas y privadas, en efecto, operan como un factor desestabilizador en las economías emergentes, debido a que sus papeles forman parte de las operaciones financieras con objetivos de alto rendimiento. Juan Pablo II realizó una consulta internacional y elabora una propuesta que presentará en el Jubileo del 2000 destinada a levantar la carga sobre los hombros de los países más débiles. Más tarde o más temprano, acreedores y deudores no tendrán más remedio que volver a la mesa de negociaciones para evitar que el tema les estalle en las manos a todos. En Argentina, hasta el 2003, o sea durante todo el período del próximo gobierno, el Estado afrontará compromisos por 17.000 millones de dólares anuales. Sólo como referencia, esa suma equivale este año a cinco veces el presupuesto total de la Ciudad de Buenos Aires. Para reunir 700 millones de pesos anuales (cuatro por ciento de las obligaciones externas), destinados a elevar el salario docente en tres pesos diarios, el Gobierno administrará un nuevo impuesto cuyos resultados ni siquiera garantizan ese propósito. La ciencia económica, en manos de los conservadores, no sirvió para prevenir las crisis ni tampoco para medir sus alcances y profundidades. El derrumbe de los tigres asiáticos en julio de 1997, precedido por el efecto tequila de 1994, los síntomas de saturación especulativa en 1996, seguido por el vodka de 1998, fueron explicados como fenómenos de corta duración, primero, y luego hablaron de contagios y efectos reflejos, como si fueran virus gripales o deficiencias hepáticas. Lester Thurow, en setiembre del año pasado, lo puso en negro sobre blanco: El capitalismo es así [y pretender] controlar la volatilidad que causan los flujos de capitales en el mundo es como afirmar que a veces sería bueno suspender la ley de gravedad [...] El secreto es saber limpiar el desastre, cerrar lo que ya no sirva. Eso es tarea doméstica para Cardoso. El programa que están imponiendo en Brasil es el mismo que ya se aplicó en 134 países durante los últimos veinte años: drástico ajuste estructural con desempleo masivo, urgentes privatizaciones del patrimonio público, reducciones presupuestarias con el gasto social como variable de contracción, sanción inmediata de la legislación tipo del Fondo Monetario Internacional (FMI), rentabilidad financiera no inferior al 30 por ciento anual, pago irrestricto de la deuda externa y refinanciamiento de la deuda interna con bonos rescatables mediante la venta de las mayores y mejores empresas del Estado. Y nada de medias tintas. La política subordinada a la economía. Las cuentas importan más que la gente. Democracia sin filosofía, sólo con expertos. Suena familiar, ¿no es cierto? La globalización no tiene remedios anticrisis, porque está dominada por las ávidas presiones de la especulación financiera. Las cuatro categorías norteamericanas de inversores institucionales (fondos de pensión, fondos comunes deinversión, compañías de seguros y de seguros de vida) administraban activos financieros en 1990 (5,2 billones de dólares), equivalentes al 95 por ciento de su PBI, en 1993 superaban el 125 por ciento del PBI y siguen aumentando. La punta de lanza especulativa de los fondos de inversión son los llamados hedge funds o fondos de cobertura dedicados en teoría a reducir el riesgo de los inversores a través de sofisticadas operaciones. Hacia 1990 existían unos 200 hedge funds, pero en 1998 eran unos cuatro mil, con el Quantun Fund capitaneado por George Soros a la cabeza del ranking. El nivel más alto de la especulación ha sido alcanzado por la gestión de los llamados productos financieros derivados. El Banco Internacional de Compensaciones, con sede en Basilea, es la institución que realiza el seguimiento mas sistemático de esos movimientos. Según esa fuente, el rubro en 1997 representaba un volumen equivalente al del Producto Bruto Mundial. En opinión del coro de expertos, estas crisis son como los huracanes: se las puede describir, pero no detener. Ante las zozobras argentinas sobre los efectos nacionales del huracán brasileño, el Gobierno salió a calmar los ánimos: el sistema financiero está sólido y bien protegido; sólo será perjudicada la mayoría de la población, con más impuestos, tasas de interés más altas y menos empleos. Por lo demás, no hay de qué preocuparse, dicen. Igual no se quedaron tranquilos en esas certezas, por cierto: recién llegado de Washington, el presidente Menem, aún bajo los efluvios de la Casa Blanca, propuso que los países de América latina adopten el dólar como moneda única, para terminar de una vez con la fatiga de las cotizaciones nacionales. Hasta ayer había recibido el respaldo del geólogo riojano Alberto Kohan, hombre de vara alta en la Casa Rosada, que explicó, en estado de exaltación continental, que no había por qué ser menos que Europa (por lo del euro, ¿vio?). De llamativa liviandad a indignantes le parecieron estos argumentos oficiales a la Alianza opositora, encabezada en esta emergencia por Raúl Alfonsín y Graciela Fernández Meijide, que estaban de turno debido a la feria de la fórmula presidencial de la coalición. Reiteraron, sin embargo, que no atravesarán un palo en la rueda oficial, porque no son de andar haciendo esas cosas ni de tomarse revancha por lo que le hicieron a Alfonsín al final de su mandato y porque la prioridad es defender al Mercosur. Advirtieron, eso sí, que todas las consecuencias serán responsabilidad del Gobierno, ya que en el corto plazo es el que tiene los instrumentos. La gente que resulte lastimada o pisada por la marcha de la rueda, ya sabe a quién echarle la culpa, toda una novedad en esta época de tanto culpable impune. Mientras tanto, la Alianza está acompañando otras gestiones del oficialismo. Con el canciller Guido Di Tella irán miembros de la oposición a la entrevista con el secretario general de Naciones Unidas sobre la situación de las islas Malvinas y también Alfonsín coincidió con León Arslanian, ministro de Duhalde, en el análisis sobre las causas últimas del auge criminal en Buenos Aires. Coincidieron en rechazar las demandas de mano dura, justo en el momento en que llovían opiniones críticas sobre la gobernación bonaerense por la inoperancia de la reforma policial. Nada dijeron, en cambio, de los flamantes acuerdos de seguridad con Estados Unidos, que incluye una delegación oficial del FBI en Buenos Aires, o la confidencialidad entre los ejércitos argentino-norteamericanos, en el marco de la doctrina contra el terrorismo. De momento, el tema de la criminalidad preocupa a muchos en el país y en el mundo, aunque los enfoques son diversos. En el seminario internacional sobre globalización y crisis que tuvo lugar esta semana en La Habana, el análisis fue resumido en estos términos: En los 90 creció como nunca antes la inseguridad urbana, uno de cuyos aspectos más llamativos ha sido la multiplicación de delitos de alta violencia [...] Esa inmensa criminalidad emergente es la base social de la delincuencia organizada, suma de tramas complejas que conectan elites financieras, políticoscorruptos, estructuras militares y policiales mafiosas, pequeños y grandes traficantes de drogas, bandas de ladrones y secuestradores. La extensión mundial del parasitismo, con el binomio corrupción/impunidad en ascenso, significa no sólo híper-depredación de fuerzas productivas sino también liquidación de reglas de convivencia, regulaciones civilizadas, convirtiendo a la vida cotidiana en un infierno. El poder mafioso internacional, según cálculos de Naciones Unidas, maneja el diez por ciento del Producto Bruto Mundial, por lo cual pasó a ser parte constitutiva, no marginal, de la economía globalizada. En comparación con estas cifras globales hay otras más cercanas: siete millones de argentinos viven con 64 pesos mensuales; los que están mejor llegan a 98 pesos y los que están peor, en Jujuy, no pasan de 33, siempre por mes. A la extrema derecha, ni qué decir a los especuladores, las desigualdades no le incomodan. Alain De Benoist, considerado el mayor teórico francés de esa tendencia lo expuso así: Llamo de derecha, por pura convención, al comportamiento que consiste en considerar la diversidad del mundo y, en consecuencia, las desigualdades relativas que son su necesario producto, como un bien, y la homogeneización progresiva del mundo, predicada y realizada a través del discurso milenario de la ideología igualitaria, como un mal. En los últimos años, el pensamiento único reemplazó la convención derecha/izquierda por la confrontación libremercado/estatismo, haciendo del primer término sinónimo de eficiencia y modernidad, y del segundo torpeza y estancamiento. Los italianos Norberto Bobbio y Gianni Vattimo se reunieron para considerar el tema (La izquierda en la era del karaoke), punto de partida para reenfocar la política en estos tiempos. Ambos coincidieron en que la derecha redujo la noción completa de libertad a la excluyente y absolutista libertad de mercado. Estuvieron de acuerdo también en que la distinción entre derecha e izquierda es el consentimiento a la desigualdad, en una, y el impulso a la igualdad en la otra. Vattimo opinó que frente a la propuesta eficientista de los conservadores (El antiestatismo, por ejemplo, está justificado no en nombre del hecho de que todos los hombres no son iguales, sino porque funciona mejor, permite producir más, tener más bienes), el argumento de la igualdad, que le parecía débil ante la sociedad, debería ser reemplazado por el de la no violencia. Para Bobbio la diferencia está entre quien experimenta un sentimiento de sufrimiento frente a la desigualdad y quien, en cambio, no lo experimenta y considera, en sustancia, que por el contrario ella debe ser mantenida. Ninguno de los dos consideró necesario considerar si, para el bien común, lo mejor era la convertibilidad, la libre flotación o la anulación de las monedas nacionales.
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