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SE FLEXIBILIZAN LAS NORMAS PARA INSCRIBIR NOMBRES
Inventos en nombre del hijo

Con nuevas pautas, ahora se acepta cualquier nombre extranjero.
Pedidos insólitos, como “Brisa”, protagonista de telenovela,
fueron aceptados. Muchos quieren lo que se oye en televisión.

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El Registro de la Capital reclama que los nombres sean acreditados como tales, con algún libro o cita.
“En una época todos querían poner Mel, después nos dimos cuenta de que era por Mel Gibson”, cuentan.
Por Alejandra Dandan

t.gif (67 bytes)  El mentón cae desencajado como en un dibujo animado. La mujer del Registro Civil no entiende la tozudez del vecino:
–Le digo que el nombre Brisa no existe.
–Pero a ver, explíqueme cómo la chica de Verano del ‘98 se llamaba así.
El hombre resignó entusiasmo pero no el nombre escogido para su hija. En una esquela dejó escrito su reclamo. Indignado explicó que un nombre tan lindo no podía prohibirse, ni tampoco “el derecho de todas las madres que miran la novela y quieren ponerles a sus chicas Brisa”. Hoy el expediente tiene aquella esquela apurada colada entre las fojas oficiales que aprueban Brisa como nombre para Capital Federal. Un nuevo marco legal por una modificatoria a la ley permitió a lo largo del ‘98 la inscripción de más de trescientos nombres nuevos. Por mes unos 30 porteños disconformes inician el trámite. En la elección del nombre se conjuran rebotes mediáticos, voces religiosas de tierras lejanas y tradiciones arrastradas por corrientes migratorias que en este fin de siglo optan por el país.
Liliana Marshall echa fuera del armario carpetas cargadas de resoluciones. Al azar el dedo escoge una hoja del ‘95: “Acá por ejemplo se denegaron todos los pedidos”, enseña. La carpeta guarda circulares que el área de Legales del Registro Civil porteño emite a las secciones para que actualicen listados. Mientras Liliana hace pasar hojas como un mazo de cartas aparecen algunos nombres como aceptados. Pocos. La aprobación mantiene un cierto grado de estabilidad hasta fines del ‘97. A partir de allí las columnas de varón y mujer quedan invadidas por nombres chinos, árabes o, simplemente raros, aceptados por una reglamentación interna y que modificaron el padrón general.
Alguien pensó en Unai, para su hijo. Hasta ahora no estaba aceptado. “Los papás escogieron este nombre porque lo llevaba un bioquímico y biólogo nuclear”, cuenta ahora Fabián Sierra, jefe de Legales. El designio preludiado para Unai por sus padres quedó plasmado entre los documentos del Registro, igual que Mel. “En una época venían a poner Mel, Mel, Mel y después nos dimos cuenta de que era por Mel Gibson”. La inventiva paterna puede esconder, en ocasiones, sesgos de delirio:
–Quiero que mi hijo se llame Junior.
–No señor. No existe –corta un empleado.
–Cómo que no. El hijo del presidente se llamaba Carlitos Junior.
Esta vez el reclamo filial no tuvo final hollywoodense. Sierra recuerda ese hombre que, disconforme, inició el trámite. Obtuvo fallo en contra, apeló y su caso llegó a la Corte. Ni siquiera el fallo supremo lo convenció. Mientras se iba del registro, farfullaba argumentos a su favor. A dos pisos de la planta baja del Registro, el jefe del organismo está arrellanado en un sofá. Estaban Centanaro, adjunto de la Cátedra de Derecho Civil de la UBA, habla de las restricciones de ley 18.248 sancionada por Juan Carlos Onganía en el ‘69: “La ley del nombre establece como principio general la libertad de los padres para elegir, pero esto se encontraba desvirtuado por limitaciones”. Bajo Onganía se prohibió idéntica identificación para dos hermanos o el uso de nombres ideados para el sexo contrario. Centanaro entiende esas restricciones como lógicas, distintas de la prohibición de nombres extranjeros que se mantuvo hasta que una modificación autorizó voces aborígenes. “Mi interpretación –dice Centanaro– es que nombre aborigen no quiere decir solamente mapuche o guaraní sino los originarios de cualquier país”. Esto permitió entender que Giusseppe es nombre aborigen italiano y que John lo es de Inglaterra. Esta interpretación amplia tiene un punto de cierre: “Lo que nosotros exigimos –sigue Centanaro–, distinto de otros juristas que abogan por la invención, es que el nombre sea nombre. Para esto que traigan una novela o que citen un autor”. Hasta la ampliación había que acreditar vínculo deparentesco entre quien poseía el nombre y quien lo pedía. La habilitación resultaba exclusiva para el caso individual.
En la oficina, dos empleadas atienden presurosas consultas. “La gente mira la televisión y después te pide cada nombre”, dice un empleado. Brian es muy pedido. Sierra se acuerda de una mamá que, enfadada con la empleada, volvió un día por un reclamo: “Ella dijo Braian y quien anotó al nene lo hizo como Brian. Cuando tiempo después lo vio, volvió asegurando que ése no era el nombre del hijo”.
Las inscripciones anuales de nacimientos fueron en el ‘97, 73.949. Del total menos del diez por ciento son quienes pasan por Legales para pedir un nombre fuera del padrón. Los reclamos están frecuentados por cambios de grafía: “Algunos te dicen póngale h acá o z en lugar de s”, parodia una mujer. Sin embargo, habitualmente los pedidos son por voces extranjeras vinculadas con devociones religiosas. Elka Shirel fue uno de los aprobados el año pasado. “Sus padres –explica Sierra– dijeron que se trataba de un nombre hebreo. Lo mismo pasó con los padres de Namir. Declara que significaba Aguas Manantiales en árabe”. También hay apócopes entre la imaginería filial. “A veces hasta vienen con un nombre –que es primera sílaba del padre y de la madre –detalla una empleada– y te dicen que quieren que su hijo se llame así porque es fruto de los dos”.

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