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Por Hilda Cabrera @El hombre de teatro es como un escultor que busca encontrar en sí mismo una forma preexistente. Esa era la creencia y la ambición, desmedida tal vez, que animaba al teórico y director teatral polaco Jerzy Grotowski, quien falleció a los 65 años en su casa de Pontedera, próxima a la localidad italiana de Pisa, donde residía desde 1986. No queremos actuar en el teatro escribió en uno de sus ensayos. Creemos que ya actuamos demasiado en la vida, y que en el teatro uno debe detener la actuación para producir un acto en el que no escondamos nada, en el que nos vean tal como somos. Como pensador de la escena a la que convirtió en laboratorio, entendió que el texto no debía ilustrar la acción teatral, sino ser trampolín hacia el interior de la propia experiencia. De ahí que consideraba necesario estimular en el actor un proceso que calificaba de autorrevelador, y que le permitiría expresar sus asociaciones más íntimas. Su exigencia respecto del intérprete incluía un compromiso total para escapar de los estereotipos y cumplir un verdadero acto espiritual. Planteaba a sus actores un adiestramiento prolongado y sostenido, una exploración de sus posibilidades más extremas: Actúen sin imitar acciones, con todo el cuerpo, un día encontrarán que comienza a reaccionar por sí mismo, que sus impulsos son libres. Nacido el 11 de agosto de 1933 en la polaca Rzeszow, dejó su país en 1982 para instalarse primero en Francia y después en Italia. Se inició en la escuela de teatro de Cracovia, donde colaboró en la producción de algunas obras en el Stary Teatr, hasta que en 1959 fundó y dirigió un teatro laboratorio en el pequeño pueblo de Opole, que trasladó luego a Wroclaw: Posiblemente el suyo es el único teatro de vanguardia cuya pobreza no es un obstáculo escribió el director y teórico inglés Peter Brook, donde no poseer dinero no es una excusa para la utilización de medios inadecuados que automáticamente destruyen los experimentos. El centro creado en Pontedera (última residencia de Grotowski) era visitado por estudiantes que admiraban por partes iguales su método y su ética. Se dijo de él que era ciudadano del mundo, y se crearon cátedras para que las dirigiera. Una de ellas, la del Colegio de Francia, donde en marzo de 1997 Grotowski inauguró el ciclo con una clase magistral sobre la línea orgánica en el teatro y en el ritual. Mantenía desde siempre su categoría de único, como diría Brook al recibirlo en su teatro parisino: Nadie más en el mundo, que yo sepa, nadie, desde Stanislavski, ha estudiado la naturaleza del trabajo del actor, su fenómeno y su significación; la naturaleza y la ciencia de sus procedimientos mentales, físicos y emocionales tan profunda y completamente como Grotowski. El director polaco se definía a sí mismo artesano al aportar una renovadora visión sobre los textos clásicos y cuestionar el lugar común en el que tan a menudo caía el trabajo de los actores. Entre las puestas que dejaron huella se encuentran Apocalypsis cum Figuris, El Príncipe Constante y Akropolis. Dejó de montar obras en 1970, porque decía el automatismo lo acechaba. Publicó varios textos, el más divulgado, Hacia un teatro pobre, habla de un teatro que puede prescindir de los adornos y que se opone al rico, definido por él como una empresa de cleptomanía artística. Desde sus comienzos rechazó el teatro masivo. Sus espectáculos estuvieron siempre abiertos a un escaso número de personas. Después de Apocalypsis cum Figura, de 1968, comenzó una nueva etapa, dedicándose únicamente a la docencia y la experimentación. En Pontedera, donde murió, creó un Centro de Trabajo que colaboró con los laboratorios teatrales de la Universidad de California y el Centro Internacional Peter Brook.
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