Cuando no va más
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Por Alejandra
Dandan
"Esto es un negocio. Al que viene a empeñar por hambre es una cosa, el que lo hace por jugador yo lo mato. No tengo piedad, son unas ratas". Quien habla es dueño de Punto y Banca, un local de compra venta de oro frente a la rambla. Conoce el paño no por cultor: "Mi viejo era jugador, yo te puedo decir cómo el Casino te pierde". Hay televisores de a docena ocupando piso, mostradores y vidriera. También hay stickers con nombres pegados a cada uno. "No se dice empeño --aclara--. La palabra empeño está prohibida acá, no es como en Buenos Aires". El local muerde la peatonal apenas nacida. Un pibe entra y avisa que "nada más te vengo a decir que lo mío me lo llevo mañana, vengo y te pago". El hombre menea la cabeza y habla "del termotanque que se trajo un desesperado para empeñar. Pero te pueden vender hasta la madre. Traen auxilios de ruedas y te lo digo porque un amigo es jugador perdido, mienten hasta a los amigos". Hay un sistema articulado para el apriete. El Casino tiene tres salas. Una es la VIP: antes de entrar se exhiben dos mil dólares. Prestamistas abonan desde allí el delirio más agudo del jugador. Se conocen como valijeros. Su daga son billetes de entrega inmediata. A cambio hacen firmar formularios 08 o pagarés. El "negro Patti" fue mencionado por tres comerciantes y un hombre con 25 años de croupier. "Está ahí adentro, preguntás a cualquier mozo y te lo marca. El año pasado se quedó con 30 autos". Cualquier rincón casino es sitio escogido para el arreglo. El valijero queda cerca del que tiene golpes de suerte. "Cuando gana --datea un ex empleado--, el tipo se entusiasma y arriesga lo propio y lo que le acercó el valijero".
Empeñar la vida Dos patas de rana "de las buenas, de gente de plata" arman el escaparate de don Roberto. "Acá viene de todo. El año pasado me tocó ir a desarmar el departamento de una mina porque había perdido todo en el Casino". Hace 11 años el viejo atiende el local Negro el 13 de la galería Kiev. En aquel desguace empaquetó heladera, cama, muebles, vajillas, televisor. "Era una mujer que tenía casa y venía en temporada. Al mes, el marido levantó el empeño". La rubia sigue en la mesa 40. Deja la cara sin gestos, cara de nada, cara de autista. Otra vez perdió. No hay muecas, sólo responde con otra ficha de cien para cambiar. Vuelve a derramar círculos salmones en la mesa. El croupier rectifica la apuesta a un pleno. Sólo se permiten cinco fichas. Hay vasallos de oficio para apuestas superiores. Son los "buscas". "Trabajan por una comisión --detalla el viejo croupier-- para el tipo que está ganando. Siguen sus apuestas con otro color, como si fueran otro jugador". La galería frente al Casino oprime. Detrás de un vidrio convive un violín gastado, binoculares, un fax olympia, un pop corn maker y una tevé Goldstar. Un cartel anuncia "consultas local 17". "Los que traen las cosas son turistas --dice Roberto--; los marplatenses en verano no te vienen, porque tienen laburo. Acá de cada diez personas que pasan, ocho son del Casino". Dos mujeres de pelo clareado regatean mejor cotización para un amplificador Marshall. El hombre del 13 llama a un colega: "La señora de esta mañana", codifica. El vecino masculla números. Los galeristas pagan 70 pesos. "Eso lo gastan en pocos tiros de ruleta", dice otro vendedor al paso. Las mujeres se apresuran a la salida. No escapan pero parece.
La pared del mar Desde atrás de los mostradores diagnostican una cuestión de género: las mujeres son quienes más pierden cordura. "La otra vez vino una y me vendió una casetera, al otro día el marido la trajo y se agarraron de los pelos en medio del pasillo", cuenta el del trece. Al edificio de esa galería llegó una familia con contrato de alquiler para un departamento. Llegaron de mañana, pero la casa estaba ocupada hasta la noche. El entretiempo lo gastaron en la ruleta. "Todavía me acuerdo --dice Roberto que advierte "la portera no me deja mentir"-- de la mujer desesperada llorando, sentada en la escalera, cómo se agarraba la cabeza". Cinco horas después del arribo, se iban. Hay un ginecólogo tucumano que cada diciembre --desde hace nueve años-- desembarca con 35 mil dólares. "Se aloja acá la vuelta, de lujo", encuadra Roberto. "Los primeros días viene, compra de todo, su radio, filmadora, se lleva todos los chiches y después empieza a venderlos hasta que termina reventado. Sin un cobre, pasa y le damos unos mangos --ya lo conocen-- para que llegue al avión". Frente al Casino los negocios siguen abiertos hasta las 5 AM, una hora después que el hacedor de derroteros. "En ese momento quien ganó viene y gasta buena plata, se lleva de todo", radiografía el hombre de otro local. "Buscan oro, o un buen reloj porque lo usan como cheques al portador, así se aseguran que siguen la rueda." Un travesti ahora cuela su cuerpo femenino en el local. No mira. Toma sólo un par de segundos para quitarse una cadena de oro. El dueño tiene una balanza digital sobre el mostrador: --Dale che, dame, apurate. --Me parece que te vi salir de ahí enfrente --provoca el prestamista. --Dale, dame los 200 que conozco el paño. "Esto es de locos --filosofa el vendedor--. Acá la joda es que no podés levantar el muerto". Como una zaga irreversiblemente trágica cada historia se vuelve fotograma repetido: al principio dejan reloj, después anillos o bijouterie, siguen televisores, cámaras, filmadoras, el 08 de un auto, la casa. Cada prenda arrinconada en la vitrina sangra historias absurdas. Nadie se mantiene sensible detrás del mostrador. El negocio es religión, ideología que sacia, redime. Un prestamista queda hablando solo: "Hay una pared en el Casino, la que da al mar. Le decían muro de los lamentos por los que se tiraban después de perder". Hay mitos demasiado reales para no atragantarse. EL TESTIMONIO DE UN EX JUGADOR QUE PERDIO TODO "Si ganás, se te acercan a darte"
Por A.D. "¿Pero qué pueden decirme que yo no sepa? El hecho es que todo puede cambiar con una sola vuelta de rueda..." Ahí clavado persiste trágico y demasiado actual el Alexei Ivanovitch trazado siglo atrás por Dostoievski. Esa vuelta más seduce, agita, embrutece y mata. Miguel Angel Assef tenía 15 el día que su primera ficha lamió el tapete azul de la ruleta. Doce años después, había perdido fortuna. "Fue en la época de la plata dulce --encuadra la época--, decidí irme a España para recuperarme porque era imposible seguir viviendo en Mar del Plata". La huida se redujo por un autodiagnóstico. Volvió y otra vez el maldito giro de rula lo aplastó. "Reincidí, porque esto es una adicción. Tenía unos billetes y me volví a perder en la rula. Volví a España y ahí sí empecé de cero", repite ese hombre que de chico en la ciudad costera mamó fortuna y en el Mediterráneo fue laburante de bijouterie y comerciante de piedras. "Me recuperé --respira hoy-- con psicólogo en el medio, sino no hubiese podido. No digo que no voy a caer, pero ahora laburo catorce horas". Miguel piensa en el paño. El croupier, la jugada al 7, al 12, o el 32 y el giro, la danza reptada y cabrona de la bola en rueda y el final: "Iba cambiando por pálpitos. Jugaba todo, lo que tenía y lo que no también". El hombre revisa aquel delirio. "Yo iba con tres mil, y si hubiese apostado aquello de última los perdía, pero cuando ganás se te acercan para darte. Vos en lugar de tres mil sabés que ahora tenés veinte mil para jugar". Miguel tiene la voz firme. Controlada. Habla y sigue: "Ese es el momento en que perdiste. Cuando estás en las malas todos se van, te dicen te que desprecian. Sos un don nadie. Cuando ganás tenés a esos que se hacen amigos ofreciéndote todo. Perdí todo. Y también la vergüenza y a mi mujer también". Esa mujer es su única esposa. Recuperada a fuerza de aguante. Cuando apostó a la primera bola, no la conocía. Miguel era, entonces, hijo del concesionario de la confitería del Casino. "Me jugaba tres palitos, total tenía plata, la historia empezó cuando perdía y no quería que mi viejo se diera cuenta del agujero". Prestamistas adiestrados para suturar entuertos comenzaron a arrullarle dulces melodías de réquiem. El paño lo trasmutaba. "Entraba y era otro, no reconocía a nadie. No le daba bolilla a nadie. Me emperraba. Era levantarme, pegarme una ducha y pensar en los números". Al inicio eligió una moto como prenda de cambio constante. Estaba siempre frente al Casino. "La dejaba y después la desempeñaba".
La rueda tragó moto, camiones, campos y gruesos depósitos bancarios. Hoy Miguel habla con Página/12 desde el local de empleado. "Me dijeron que no me haga la foto --advierte--, pero al fin de cuentas esto es como la historia de drogadicto o un chorro que tiene que rehabilitarse". Sus nuevos billetes despegaron del paño. Su historia trabaja con idéntico fin. LAS PLAYAS VIP DE PINAMAR, PARA POCOS Más allá de la frontera
Por Cristian
Alarcón Rompe un poco la armonía de clase ese tajo en la cara de Maica. Ha perdurado milagroso, medio escondido por el pelo revuelto de la chica. "Pensar que acá ves tanta modificación en la gente", se permite ella. "Yo nunca quise que me lo toquen. No sé... el miedo". Es difícil creer en el temor de quienes se ven tan cuidados, protegidos por sí mismos, por sus posiciones, por sus padres, por la altura de sus móviles y la doble tracción que sube a cien por hora sólo con acariciar el acelerador, tal como se los ve en el último y más exclusivo de los paradores, Isuzu Beach. "En ese sentido estas playas sí que son seguras. Acá nadie se filtra". Maica tiene razón. La escenografía del "mejor verano" se ha alejado tanto del centro y las tradicionales playas que aquí, entre bellezas y rugidos, es innecesaria cualquier discriminación. Si a Maica se le insiste para que fantasee con los peligros de este páramo con baños nuevos y mojitos servidos como en Cancún, sólo se le ocurre un accidente de tránsito.
En el comienzo, Junior Pinamar tiene una larga costanera que pasa por la puerta de 34 balnearios, desde Mirasoles hasta Pepo's. Para llegar a la exclusividad familiar de CR, el número 35, es necesario doblar hacia la avenida Libertador, al interior de Barrio Norte. En esas manzanas está la casa de Alberto Pierri, por ejemplo. Una segunda entrada lleva a Mama Concert, donde veranean los Menem de Eduardo, y los Traverso, quienes han hecho incontables cumpleaños de verano con fuegos artificiales invitados por el finado Alfredo Yabrán. Es el lugar de la playa donde el gobernador Eduardo Duhalde la semana pasada perseguía un perro que se soltó de manos de su hija, la que dejó el convento. Es el escenario de las típicas fotos de políticos calurosos. Entre esos dos balnearios había un espacio libre que fue el primer reducto para los fanáticos de los fierros. ¿Y quién fue el fierrero por excelencia, el precursor del jet ski y la camioneta en la arena? "Nada de lo que hay aquí existiría si no hubiese sido por Carlitos", dice Marina Romano, profesora de aerobics de las estrellas y las mujeres de los políticos, hoy al frente de uno de los nuevos paradores de privilegio. Por eso en enero del '98, en una ceremonia con un viento que volaba la pollera de Chiche Duhalde, el presidente Carlos Menem, lloroso, le puso el nombre de su hijo a la playa: "Bajada Náutica Menem Junior". Pero el filo de los jet ski amenazaba con cortar alguna cabeza de bañista. Este año el lugar de Junior se corrió. Y con él toda la movida. Para acceder ahora hay que retomar la avenida Libertador, pasar por entre las casonas de estilo inglés o californiano --parte de una excursión que muestra sus caras arquitecturas--, dejar atrás la última de ellas, al borde de las dunas, y entonces, si se va en auto, encontrarse con el cartel que dice que de aquí en más "sólo en cuatro por cuatro". Hay algunos carentes que, de testarudos o incrédulos, siguen adelante y terminan enterrados antes de hacer diez metros. En esos casos la solidaridad suele ser también sólo para pocos. En palabras de un habitué: "Y... se meten de boludos. Después, viste cómo es la gente. Los de las cuatro (por cuatro) por ahí no levantan a los de auto". No obstante hay buena disposición de los empleados de los paradores y cuando de paso ven a alguien en problemas prestan la potencia de sus sponsors y arrastran con las Mitsubishi o las Isuzu a los pobres enterrados.
Activos Si la cilindrada o el coraje fueron suficientes se llega a la afamada Menem Junior. Allí se han instalado tres carpas de exposición bajo las que se insolan los empleados de las tres empresas que alquilan cuatriciclos, única alternativa para avanzar. A medio kilómetro aparece como dibujado en el desierto el parador de Sport Beach o Mitsubishi, como se lee por todas partes y en las camionetas que rodean el bar y las sombrillas. "Esto es turismo activo. Es lo que ahora hacen los americanos y los europeos con dinero. La idea es que el turista ya no se queda observando, sino que interviene en el paisaje", dice Marina Romano, alma del proyecto. La oferta de Sport Beach, que se publicita en un folleto con mapa incluido, incluye pesca embarcada, ala delta, travesía por los médanos, parapente, esquí acuático y windsurf. Pero parece que la moto de agua y el jet ski ganan. Desde el mar llega un chico de negro y fluorescente. Fernando es corto como siempre antes del estirón, pero ya perdió las
esperanzas, tiene veintitrés. Le molesta la altura de las lindas que resisten la ventisca
en microbikini, pidiéndoles a dos que pasan a caballo que las lleven a dar una vuelta.
"Cuando caen las modelos me borro, me siento un enano, están bárbaras pero miden
demasiado". A Fernando se le pone la piel de gallina por el frío. Se refugia en la
Land Rover de su padre "abogado de gente importante" y espera con un casete
donde grabó Los Auténticos Decadentes y repite "soooomos los piratas..." En
una Toyota aparecen cuatro amigos. Le hacen señas para que los siga. Aceleran por el
centro de la playa hacia el norte, a "dar unas vueltas por las dunas". La cuatro
por cuatro se detiene en Isuzu Beach. Buscan cerveza mexicana. A la Land Rover sube
Mariela, "amiga de otras temporadas". Siguen. Pasan por al lado los caballos que
rescataron a las rubias altas. En la primera subida de médano la camioneta se queda. Ruge
y patina sobre la arena blanda. Las palmeras instaladas para la ocasión en Isuzu son como
un oasis sahariano. La amiga se preocupa. Fernando la tranquiliza. De hecho, es seguro que
no aparecerá nadie para robarles. Desde la Toyota van a tirar para desenquistarlo de la
arena. Será divertido para Fernando y funny para ella. Están en espacios
exclusivos, en el norte no hay nada que temer. |