![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
|
![]() En Argentina, habría que hacer la sociología del feca para encontrar un equivalente. El pub entre nosotros es o una novedad, o una nostalgia de los abuelos. Los hijos y nietos de británicos (galeses, escoceses, ingleses, irlandeses) escuchábamos los cuentos de cerveza negra, de música y peleas, de apuestas y borracheras que, medio siglo después y en la otra punta del mundo, todavía se recordaban con admiración. Algún rincón, como el Downtown Matías, daba una idea pálida de lo que era un pub. Pero había que irse a un país de habla inglesa para entender y aprender. Ahí sí que había cervezas sueltas y oscuras, servidas apenas frescas. Había banderas irlandesas o, peor, las verdes fenianas y revolucionarias. Había cordero en cazuela, canciones, cantidades de alcohol chocantes para un argentino. Y había que aprender a moverse. Al contrario del café, un buen pub parece un living donde hay que caminar, donde se habla con desconocidos, se va de la barra a la mesa, donde se compra un trago a un desconocido y se recibe otro. Los nuevos pubs porteños trajeron este mundo y las harpas de Guinness a este lado de Ezeiza. Los gringos tienen dónde reunirse; los argentinos tenemos dónde aprender algo nuevo. La ciudad está un poquito más cosmopolita, lo que es su verdadera vocación oculta. ¿Qué más se puede pedir? ¡Slauntcha! ¿Salud! Y que sigan las vueltas.
|