Por Mónica Flores Correa
Desde Nueva York En
el gran final ofrecido ayer por los fiscales republicanos al concluir la presentación de
sus argumentos, las invocaciones a la moral se repitieron incansables, recorriendo todos
los tonos de la grandilocuencia. Afirmando que el grupo de los 13 acusadores no actuaba en
forma partidista ni alentado por un espíritu mezquino, Henry Hyde, el fiscal
principal, sostuvo que si el Senado no vota la destitución de Bill Clinton la
presidencia quedará profundamente dañada, quizá en forma permanente. En los
discursos de cierre, los conservadores cubrieron un espectro amplísimo, que fue desde la
reflexión individual no le pedimos a un presidente que sea perfecto; sabemos
que los hombres no son perfectos, dijo el senador Robert Barr, acusado él mismo de
haber sido adúltero, hasta advertencias sobre lo que puede ocurrir en el ámbito
internacional. La falta de credibilidad (de Clinton) es corrosiva y va en detrimento
de nuestro poder militar en el exterior y de nuestra diplomacia, sostuvo otro
fiscal. Después de tres días de machacar sobre el tema, la convocatoria de testigos,
exigida por la Fiscalía y temida por la Casa Blanca, parecía ayer inevitable. Los
defensores de Bill Clinton comenzarán su argumentación el martes.
A algunos de nosotros se nos ha llamado odiadores de Clinton,
recordó Hyde al poner el broche en sus argumentos. Esta no es una cuestión de a
quién odiamos. Es una cuestión de qué es lo que amamos... el imperio de la ley, igual
justicia ante la ley y honor en nuestra vida publica, enfatizó el republicano de
Illinois, sintetizando así algunos de los puntos claves de la línea de argumentación
que siguió desde el jueves la Fiscalía: que ningún individuo, por alto que sea su cargo
y sus responsabilidades, se encuentra por encima de la ley y que Clinton, con su errática
conducta sexual y sus mentiras, ha devaluado la presidencia.
En su decidido esfuerzo por persuadir a los senadores de que Clinton no es digno de
continuar en el puesto porque ha traicionado el juramento presidencial, Hyde indicó
también que hombres y mujeres moralmente serios pueden imaginar circunstancias en
el límite de lo que es moralmente permisible por las cuales un presidente podría
verse obligado a mentir. Pero, ¿bajo juramento, por un placer privado?,
preguntó, sin esperar respuesta, el llamado odiador de Clinton al centenar de
senadores que lo escuchaban en silencio.
Una primera reacción por parte de los abogados de la Casa Blanca se dejó oír
inmediatamente cuando concluyeron los argumentos. Gregory B. Craig, miembro del equipo
legal, dijo que la presentación de los fiscales no lo había impresionado. Puntualizó
también que los fiscales no habían logrado armar un caso constitucional que
justifique la separación del demócrata de su cargo. Charles Ruff, otro de los asesores
legales, dijo que lo único que se ha probado es que corresponde desechar los
cargos. Trascendió, sin embargo, que la Casa Blanca está inquieta por lo que
ocurrirá con la opinión publica en estos tres días que quedan hasta que el grupo de
abogados comience su argumentación de defensa. Los funcionarios del Ejecutivo temen que
las declaraciones que hagan hoy varios senadores en los programas políticos de la TV,
puedan erosionar el apoyo de los norteamericanos y que las encuestas dejen de ser tan
favorables para Clinton, como vienen siendo desde que empezó el escándalo. Diecinueve
senadores se aprestaban a participar en los programas del domingo, rompiendo así el
estricto mutismo que se vieron forzados a guardar mientras los fiscales hacían la
acusación. Aparte de la ríspida cuestión de los testigos, los tres días de
argumentación no agregaron nada nuevo a lo que ya se conoce del affaire de Clinton y
Monica Lewinsky y los problemas legales que se derivaron del escándalo. Y los bandos
continuaron con sus opiniones, por el momento, inconmovibles. No creo que haya
cambiado la dinámica. Hasta aquí, aquellos que no estaban convencidos, siguen sin
convencerse, dijo el senador demócrata Frank Lautemberg de Nueva Jersey,
refiriéndose a sus correligionarios. Aventuró, sin embargo, que un par de
personas podrían unirse al punto de vista republicano cuando escuchen la versión
de los testigos.
Durante los tres días de argumentación, los fiscales insistieron en que los senadores se
convencerán de que Clinton es culpable de haber cometido perjurio y de haber obstruido el
accionar de la Justicia, si se llama a declarar a Monica Lewinsky y a Betty Currie, la
secretaria privada del Presidente. Sugirieron también que el propio Clinton debe ser
llamado a declarar, para contrastar su testimonio con los de los otros actores del drama.
La Casa Blanca dijo que rechaza de plano la invitación.
Aún en plena argumentación de los fiscales, demócratas y republicanos, a puertas
cerradas, siguieron maniobrando acerca de la inclusión o no de los testigos, asunto que
puede poner aun más en evidencia la hostilidad existente entre ambas agrupaciones. Trent
Lott, jefe de la bancada republicana, envió una carta el viernes a Tom Daschel, líder de
los demócratas, instando a que un grupo bipartidario de senadores se reúna a estudiar el
tema para ahorrarnos tiempo y problemas en los días que tenemos por delante.
Daschel no aceptó. En su conceptuosa carta de respuesta, el senador demócrata escribió
que es mi esperanza que este tipo de arreglos sean innecesarios. Todos los
republicanos están de acuerdo en que debe llamarse a testigos. Los demócratas, en
cambio, no están tan unidos en la opinión en contra de este llamado. Algunos dudan y
consideran, como Lautemberg, que la presencia de un par de implicados podría ayudar a
clarificar el embrollo. Son los mismos, quizá, que piensan que Clinton no es inamovible
del Salón Oval.
Sin duda, todo está aún por verse.
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