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HOY SE CUMPLEN DIEZ AÑOS DE LA MUERTE DEL CANTAUTOR URUGUAYO

Con Zitarrosa no hay candombe del olvido

Cantor, poeta, periodista, hombre de sonrisa difícil que detestaba pontificar detrás de un micrófono, se ganó mucho antes de morir un lugar de privilegio en el inventario de la cultura popular rioplatense.

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Zitarrosa marcó a fuego el canto popular con clásicos como "Adagio en mi país" y "El violín de Becho".

Por Guillermo Pellegrino


t.gif (67 bytes)  Alfredo Zitarrosa vivió, durante varios años de su juventud, en un cuarto de la calle Yaguarón, frente al Cementerio Central de Montevideo. "De tanto vivir frente/ del cementerio/ no me asusta la muerte/ ni su misterio", decía en sus "Coplas del canto" (1971). En la madrugada de un 17 de enero como hoy, hace diez años, esa muerte que no temía lo encontró en su ciudad, la que tanto había añorado durante su desgarrador exilio de ocho años por Argentina, España y México. Había nacido un 10 de marzo de 1936. Desde hace un par de años, un puñado de músicos populares viene ejerciendo la sabia rutina de homenajearlo. Mercedes Sosa, Rubén Rada, Víctor Heredia, Teresa Parodi, el grupo Sanampay, entre muchos otros, dejaron testimonio de su devoción por el cantautor uruguayo. Anoche, en el Anfiteatro ATE, le rindió tributo el Cuarteto Zitarrosa, acompañado por Yamandú Palacios e Ignacio Suárez.

El flaco Zitarrosa tuvo un origen difícil, marcado por las ausencias. Vivió la infancia entre gozos y sombras. En el comprometido poema por milonga "Guitarra negra" recordó, con detalles, con amor humilde y pleno, las calles, las plazas de su ciudad. También testimonió parte de esos años en su hermoso "Candombe del olvido": "Donde estarán/ mi cuchillo y mi honda/ el muchacho que fui/ que responda". Cantaba con esa voz honda, potente, que le sugirió al poeta salteño Manuel Castilla el apodo de "voz de otro". A Castilla, como a muchos que lo conocieron, les parecía imposible que de un cuerpo tan pequeño brotara semejante caudal de voz.

A pesar de la fama que cosechó como cantor, sus inclinaciones de juventud no apuntaban haciana28fo02.jpg (11016 bytes) esa dirección, sino hacia el periodismo, la poesía, la locución radial. Los lectores de diarios y semanarios recuerdan sus crónicas y entrevistas de estilo muy singular; los amantes de la poesía, sus poemas publicados en la revista uruguaya Aquí poesía y el premio Municipal de Poesía que obtuvo a fines de la década del 50. Los oyentes de radio no olvidan su tono de voz, impactante, en las emisoras uruguayas El Espectador, Ariel y Sarandí y en las cordobesas Universidad y La voz de la Libertad. Ya era, y en forma definitiva, un Zitarrosa auténtico.

En Córdoba vivió en 1960, antes de ser conocido. También fue su decisión alejarse del Uruguay durante los años 1963 y 1964, para vivir en Lima, Perú. Algo muy contradictorio teniendo en cuenta lo que luego sufrió en el exilio, lejos de su tierra. En Lima, y por casualidad, debutó como cantor, en un programa conducido por el cómico Tulio Loza, que iba en vivo por el canal 13. A su vuelta, Zitarrosa empezó a transitar la ruta del canto. Grabó su primer disco, que contenía cuatro canciones: "Milonga para una niña", "El Camba", "Mire amigo" y la zamba "Recordándote". En los discos siguientes vinieron otros éxitos y, en consecuencia, la popularidad: "Milonga de ojos dorados", "La coyunda", "P'al que se va", "Doña Soledad" y las zambas "Si te vas", "Zamba por vos" y "No me esperes". El poeta Enrique Estrázulas, amigo y en un momento también su representante, definió con gran claridad conceptual el porqué de esa popularidad: "Alfredo ha logrado reflejar con palabras claras y francas el medio que lo rodea, con sus pro y sus contras. Es como un espejo límpido que no miente. De allí la raíz y explicación de su popularidad, mejor dicho de su identificación con el pueblo, con la gente, con sus cosas, con las canciones populares".

En los siguientes discos, las zambas comenzaron a espaciarse hasta casi desaparecer de su repertorio. De algún modo, se fue desprendiendo de la temática campestre. La poesía costumbrista, impregnada de imágenes urbanas, le dejó lugar a una más personal, más trabajada: así nacieron "El violín de Becho", "Canción para un niño", "El loco Antonio", "Vals de amor" y "Para Manolo". En la década del 70 la milonga tomó más cuerpo, empezó a tener mayor presencia. Por otra parte, además de seguir escribiendo, Alfredo enriqueció su propuesta artística comenzando a musicalizar a importantes poetas: Juana de Ibarbourou, Idea Vilariño, José Alonso y Trelles, Bartolomé Hidalgo, Washington Benavides y Enrique Estrázulas, entre otros.

Los primeros años de esa década del 70 iban a ser de los más difíciles que le tocó vivir en el Uruguay. El jueves 9 de enero de 1969, el desaparecido diario uruguayo El Día publicó una pequeña nota titulada "Del amarillo al rojo". La nota hacía una proyección política de las actividades y el movimiento de La Claraboya Amarilla, local perteneciente a Alfredo Zitarrosa. "No sin sorpresa, se recibe la noticia de que el Ministerio de Turismo ha contratado a un grupo muy singular para 'animar' las noches de la boite del Casino del Estado que funciona en Punta. Se trata de 'La Claraboya Amarilla', cuya modalidad folklórica, más que al amarillo apunta al rojo subido...". Fue la primera llamada de atención. Después se sucedieron la persecución, la prohibición y el exilio. Tantos golpes arteros, tantos años fuera de su país le fueron arrancando pedazos de vida.

El Flaco Zitarrosa fue y es aún de los cantantes populares que caló más profundamente en el sentimiento del público argentino (también del uruguayo, por supuesto) y de otros pueblos latinoamericanos. El cantautor español Joan Manuel Serrat, toda una autoridad, no tiene dudas al respecto: "Yo soy de los convencidos de que, si se quiere tener una visión de la canción latinoamericana de los 60 hasta nuestros días, no se puede prescindir de la obra de Zitarrosa". Serrat --como también muchos otros personajes vinculados con la cultura-- nunca perdió oportunidad de alabarlo como persona y como músico.

Este inusual cariño tenía su razón de ser: además de haber sido una personalidad de gran magnetismo, Alfredo fue un creador que tuvo la virtud de trascender no sólo fronteras sociales y generacionales. Además, traspasó otras más difíciles, como las ideológicas. Quienes se oponían a sus ideas fueron, muchas veces, sus más conspicuos admiradores. De esta característica da cuenta el director Rubén Yáñez, ex integrante de la famosa Agrupación Teatral El Galpón, cada vez que recuerda los días de 1976 en los que él estuvo preso: "Si ese año Alfredo no hubiese dejado el Uruguay, con seguridad hubiese corrido la misma suerte que yo", detalla. "Lo insólito -–agrega Yáñez-- era que los altos jefes militares, los mismos que lo perseguían, y los encargados de hacer ciertos 'trabajos sucios', se paseaban por los pasillos de la prisión silbando sus canciones".

En vida, Alfredo Zitarrosa logró un amplio reconocimiento tanto en su país como en muchas otras naciones de América latina. En el Uruguay, inclusive, alcanzó algo aún más difícil: la estatura de ídolo popular que, como suele suceder aquí allá y en todas partes, creció tras su muerte. En un país hipercrítico (en el buen sentido del término), en donde no se adora a cualquier artista si no tiene virtudes reales (humanas y profesionales), el creador del "Adagio en mi país", "Stefanie", "Guitarra negra" y "Chamarrita de los milicos", entre otros clásicos, logró una devoción casi unánime. La medida de ese sentimiento recíproco fue el multitudinario recibimiento que su pueblo le tributó al volver del exilio. O, también, cuando lo despidieron en el Cementerio Central, allí enfrente de donde vivió durante varios años, sin esperar la muerte, pero tampoco temiéndole.

 


El día que entrevistó a Onetti

 

Alfredo Zitarrosa ejerció, algunos años, el oficio de periodista. Trabajó en el Uruguay, en Perú y también en otros países, durante su exilio. Dueño de un estilo bastante particular, escribió en el prestigioso semanario Marcha, de Montevideo. Para este medio, Alfredo entrevistó a importantes personajes, entre los que se destacó la figura de Juan Carlos Onetti. La nota salió publicada el 25 de junio de 1965 y llevó por título "Onetti y la magia de El Mago". En ese artículo Alfredo se reveló como un joven timorato, apocado.

"... Cuando después de varios minutos se abrió la puerta, apareció un individuo alto, idéntico al retrato de Sábat, ése donde parece un pez martillo. Me miró como a un germen, con leve fastidio y con curiosidad implícita".

--¿El señor Juan Carlos Onetti?

Tal vez para emplear una frase amenazadora, hizo una pausa y me contestó:

--Onetti.

Yo hice otra pausa, tragué saliva y empecé a explicarle que venía a molestarlo para hacerle unas preguntas sobre Gardel. Creo que seguí hablando sobre la molestia, aunque él ya me había hecho entrar --a veces me paso de sensibilidad--, pero estoy seguro de haberme referido también al honor que representaba para mí. Lo cierto y sin embargo es que, cuando me quise acordar, estaba solo y él se había ido para la cocina. En la pared había pegado numerosos recortes, fotos y una cédula de identidad que me llamó la atención, pinchada encima de una descripción tipo métrica del rostro, con la interpretación científica de la descripción escrita a máquina; era una cédula de Onetti.

Cuando escuché que volvía, aquel silencio era insoportable. Tal vez me imaginaba, y quería ahuyentarlas, unas dificultades enormes para hablar: o tal vez estuve atribuyéndoselas a él, por esos movimientos lentos que hace, ceremoniales, o por aquel ritmo reflexivo de sus frases cortas, las pocas que había dicho. Le pregunté sin preámbulos por qué era tan famoso; sin alcanzar a ver lo indecoroso de aquella cuestión, vi que se sentaba, y dijo:

"Porque la fama es puro cuento, botija..."


Palito, el analfabeto

 

En un reportaje publicado por la revista Siete Días el 10 de agosto de 1970, se podía vislumbrar un Zitarrosa auténtico. Algunas respuestas tienen su marca indeleble.

--¿No le irrita que ciertas radios uruguayas promuevan más a los extranjeros que a los cantantes locales?

--No mucho. Hay también un colonialismo musical. Tratándose de argentinos, por ejemplo, me gusta oír en nuestras radios a cantores populares como Jorge Cafrune y Mercedes Sosa. Lo que me disgusta es oír a los Palito Ortega.

--¿Acaso Palito Ortega no es, como usted, cantor popular?

--Lo será porque vende muchos discos. Por lo demás es ingenuo, casi torpe. Tiene cierta intuición y el físico adecuado para la época; seguramente representa un prototipo aceptado por el público que se ve reflejado en su carita simpática y un fisiquito endeble. Artísticamente no me sirve. Es un analfabeto musical...

 

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