Con Zitarrosa no hay candombe del olvido
|
Por Guillermo Pellegrino
El flaco Zitarrosa tuvo un origen difícil, marcado por las ausencias. Vivió la infancia entre gozos y sombras. En el comprometido poema por milonga "Guitarra negra" recordó, con detalles, con amor humilde y pleno, las calles, las plazas de su ciudad. También testimonió parte de esos años en su hermoso "Candombe del olvido": "Donde estarán/ mi cuchillo y mi honda/ el muchacho que fui/ que responda". Cantaba con esa voz honda, potente, que le sugirió al poeta salteño Manuel Castilla el apodo de "voz de otro". A Castilla, como a muchos que lo conocieron, les parecía imposible que de un cuerpo tan pequeño brotara semejante caudal de voz. A pesar de la fama que cosechó como cantor, sus inclinaciones de juventud no apuntaban hacia esa dirección, sino hacia el periodismo, la poesía, la locución radial. Los lectores de diarios y semanarios recuerdan sus crónicas y entrevistas de estilo muy singular; los amantes de la poesía, sus poemas publicados en la revista uruguaya Aquí poesía y el premio Municipal de Poesía que obtuvo a fines de la década del 50. Los oyentes de radio no olvidan su tono de voz, impactante, en las emisoras uruguayas El Espectador, Ariel y Sarandí y en las cordobesas Universidad y La voz de la Libertad. Ya era, y en forma definitiva, un Zitarrosa auténtico. En Córdoba vivió en 1960, antes de ser conocido. También fue su decisión alejarse del Uruguay durante los años 1963 y 1964, para vivir en Lima, Perú. Algo muy contradictorio teniendo en cuenta lo que luego sufrió en el exilio, lejos de su tierra. En Lima, y por casualidad, debutó como cantor, en un programa conducido por el cómico Tulio Loza, que iba en vivo por el canal 13. A su vuelta, Zitarrosa empezó a transitar la ruta del canto. Grabó su primer disco, que contenía cuatro canciones: "Milonga para una niña", "El Camba", "Mire amigo" y la zamba "Recordándote". En los discos siguientes vinieron otros éxitos y, en consecuencia, la popularidad: "Milonga de ojos dorados", "La coyunda", "P'al que se va", "Doña Soledad" y las zambas "Si te vas", "Zamba por vos" y "No me esperes". El poeta Enrique Estrázulas, amigo y en un momento también su representante, definió con gran claridad conceptual el porqué de esa popularidad: "Alfredo ha logrado reflejar con palabras claras y francas el medio que lo rodea, con sus pro y sus contras. Es como un espejo límpido que no miente. De allí la raíz y explicación de su popularidad, mejor dicho de su identificación con el pueblo, con la gente, con sus cosas, con las canciones populares". En los siguientes discos, las zambas comenzaron a espaciarse hasta casi desaparecer de su repertorio. De algún modo, se fue desprendiendo de la temática campestre. La poesía costumbrista, impregnada de imágenes urbanas, le dejó lugar a una más personal, más trabajada: así nacieron "El violín de Becho", "Canción para un niño", "El loco Antonio", "Vals de amor" y "Para Manolo". En la década del 70 la milonga tomó más cuerpo, empezó a tener mayor presencia. Por otra parte, además de seguir escribiendo, Alfredo enriqueció su propuesta artística comenzando a musicalizar a importantes poetas: Juana de Ibarbourou, Idea Vilariño, José Alonso y Trelles, Bartolomé Hidalgo, Washington Benavides y Enrique Estrázulas, entre otros. Los primeros años de esa década del 70 iban a ser de los más difíciles que le tocó vivir en el Uruguay. El jueves 9 de enero de 1969, el desaparecido diario uruguayo El Día publicó una pequeña nota titulada "Del amarillo al rojo". La nota hacía una proyección política de las actividades y el movimiento de La Claraboya Amarilla, local perteneciente a Alfredo Zitarrosa. "No sin sorpresa, se recibe la noticia de que el Ministerio de Turismo ha contratado a un grupo muy singular para 'animar' las noches de la boite del Casino del Estado que funciona en Punta. Se trata de 'La Claraboya Amarilla', cuya modalidad folklórica, más que al amarillo apunta al rojo subido...". Fue la primera llamada de atención. Después se sucedieron la persecución, la prohibición y el exilio. Tantos golpes arteros, tantos años fuera de su país le fueron arrancando pedazos de vida. El Flaco Zitarrosa fue y es aún de los cantantes populares que caló más profundamente en el sentimiento del público argentino (también del uruguayo, por supuesto) y de otros pueblos latinoamericanos. El cantautor español Joan Manuel Serrat, toda una autoridad, no tiene dudas al respecto: "Yo soy de los convencidos de que, si se quiere tener una visión de la canción latinoamericana de los 60 hasta nuestros días, no se puede prescindir de la obra de Zitarrosa". Serrat --como también muchos otros personajes vinculados con la cultura-- nunca perdió oportunidad de alabarlo como persona y como músico. Este inusual cariño tenía su razón de ser: además de haber sido una personalidad de gran magnetismo, Alfredo fue un creador que tuvo la virtud de trascender no sólo fronteras sociales y generacionales. Además, traspasó otras más difíciles, como las ideológicas. Quienes se oponían a sus ideas fueron, muchas veces, sus más conspicuos admiradores. De esta característica da cuenta el director Rubén Yáñez, ex integrante de la famosa Agrupación Teatral El Galpón, cada vez que recuerda los días de 1976 en los que él estuvo preso: "Si ese año Alfredo no hubiese dejado el Uruguay, con seguridad hubiese corrido la misma suerte que yo", detalla. "Lo insólito -agrega Yáñez-- era que los altos jefes militares, los mismos que lo perseguían, y los encargados de hacer ciertos 'trabajos sucios', se paseaban por los pasillos de la prisión silbando sus canciones". En vida, Alfredo Zitarrosa logró un amplio reconocimiento tanto en su país como en muchas otras naciones de América latina. En el Uruguay, inclusive, alcanzó algo aún más difícil: la estatura de ídolo popular que, como suele suceder aquí allá y en todas partes, creció tras su muerte. En un país hipercrítico (en el buen sentido del término), en donde no se adora a cualquier artista si no tiene virtudes reales (humanas y profesionales), el creador del "Adagio en mi país", "Stefanie", "Guitarra negra" y "Chamarrita de los milicos", entre otros clásicos, logró una devoción casi unánime. La medida de ese sentimiento recíproco fue el multitudinario recibimiento que su pueblo le tributó al volver del exilio. O, también, cuando lo despidieron en el Cementerio Central, allí enfrente de donde vivió durante varios años, sin esperar la muerte, pero tampoco temiéndole.
|