Por Claudio Uriarte
De acuerdo, el
juicio sobre Pinochet que se reanuda hoy en Londres puede ser el juicio del siglo.
También puede serlo el que contemporáneamente se desarrolla contra el presidente Bill
Clinton en Washington, por perjurio y obstrucción de justicia. Juicios del siglo fueron
también los que terminaron con la destitución de los presidentes Fernando Collor de
Mello en Brasil y Carlos Andrés Pérez en Venezuela, para no hablar del juicio a las
Juntas Militares en la Argentina, el juicio contra Eichmann en Israel o los mismísimos
juicios de Nuremberg contra los jerarcas nazis.
Pero una característica de todo juicio es que juzgue sobre el pasado, y en este plano,
una atención pública mundial que en las últimas ocho semanas había estado monopolizada
casi excluyentemente por los crímenes de Pinochet en los años 70 o por las travesuras y
pecadillos más recientes del presidente norteamericano se está asomando ahora a una
novedad que verdaderamente forma parte del presente: la crisis económica de Brasil, con
lo que significa como arrastre en la Argentina y otros países y lo que pone de relieve
sobre la fragilidad relativa del nuevo orden internacional global. En cierto modo, la
opinión pública fue despertada por un inesperado pero no por eso
impredecible shock del presente.
Desde luego, los juicios también forman parte del presente, porque juzgan desde ahora e
incluso reorganizan el pasado de forma retrospectiva, de modo de hacer más predecible
o no el futuro. En este sentido, el proceso a Pinochet sigue teniendo
importancia práctica porque su desenlace aportará de un modo u otro al trazado de la
forma que tendrá el terreno -hasta ahora sumamente impreciso del derecho
internacional, mientras el juicio a Clinton influirá tanto en las elecciones del 2000
como en la capacidad de respuesta de la presidencia norteamericana frente a crisis
presentes como la que ha estallado en Brasil o la que amenaza resurgir hoy en Irak,
con el fin del mes sagrado árabe de Ramadán.
Sin embargo, es inescapable el hecho de que la agenda internacional ha cambiado de
prioridades. Las próximas semanas estarán dominadas por el rumbo que tome la crisis
brasileña, que no es más que la continuación de la iniciada en el Sudeste Asiático en
1997 y prolongada en 1998 en Rusia. Este es el frente más peligroso y a la vez más
excitante de los que están abiertos, ya que plantea la necesidad de crear nuevos
instrumentos para manejar un nuevo cuadro de situación: la posición de los Estados
nacionales ante la novedad de la globalización financiera.
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