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A veces, un talismán no alcanza
para conjurar el paso del tiempo

Con un tono ligero y aires de comedia, la obra se propone rescatar los climas que generaba el viejo cancionero mexicano.

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“Talismán, tres corazones y un piano”,
remite a los años ‘50.

Los protagonistas muestran una

superficialidad que mueve a risa.
Por Hilda Cabrera


t.gif (67 bytes)  El Rosedal de Esmeralda, una confitería de antaño, de ésas que junto con el té, el chocolate o el aperitivo ofrecían “variedades” –modestos shows, generalmente a cargo de ignorados artistas-., conserva en esta evocación con textos de Kado Kostzer y del mexicano García Ramírez esa condición abarcadora del escondite de los juegos infantiles, de lugar que por una o más razones se quiere proteger del paso del tiempo. Es en ese ámbito donde transcurre la acción de Talismán..., un entramado de historias que se ubican entre 1946 y 1966, desarrolladas en cinco cuadros cuyos títulos adelantan el contenido: “La debutante”, “El visitante”, “El viaje”, “La separación” y “El reencuentro”. Las secuencias son por tanto tan previsibles como simple la anécdota. La excusa es rescatar los climas que generaba la canción romántica de entonces, básicamente la mexicana, y dentro de ésta la del fallecido Agustín Lara, creador a comienzos de los años ‘50 de las célebres “Noche de ronda” (ésa que hiere y da penas), “María Bonita”, dedicada a María Félix, la “idolatrada” mujer que le inspiró “un amor bueno y honrado”, y muchas más. Son estas composiciones y otras (de Alvaro Carrillo, María Grever, Gonzalo Curiel y Pepe Junco, entre otros) las que enlazan las historias de tres cantantes de temperamento y aptitudes bien diferenciados, y del pianista pusilánime y algo torpe (marido de una de ellas) que trabajan en El Rosedal.
La trama se elabora a partir de un imprevisto: un día, cansada de un trabajo que no le proporciona dinero ni fama, una cancionista abandona a sus compañeros poco antes de una función para tentar mejor suerte como amante de un cliente adinerado. El plantón obliga al grupo a buscar una sustituta. La encuentra rápidamente. Esta no es otra que la muchacha de la limpieza.
A tono con el sentimentalismo del texto, el escenario del Teatro Café Allways se adorna de rosas (pintadas) y se convierte –no sólo por este decorado– en reducto kitsch. Colabora en ello el empecinamiento del elenco en asociar ingenuidad con romanticismo. Como ejemplo, los mohínes y los bobalicones pasos de baile que practican Blanca, Adela y Rosa (las muchachas que componen el trío Talismán). Una superficialidad que mueve a risa al espectador actual, sin llegar por eso a empañar el sentido tributo que estos personajes le rinden a los compositores de tantos temas de amor. Las mujeres imaginan incluso ver a Agustín Lara sentado a una mesa, y a él le dedican su trabajo. No es éste tampoco el único “conocido” que avistan las intérpretes. Supuestamente también frente a una mesa, la fantasmática anciana madre de Adela produce embrollos de todo tipo.
Con aires de comedia de vida (por la inclusión de unos pocos apuntes sobre el infortunio de los personajes), pero manteniendo siempre un tono ligero, desdramatizado, la propuesta de Kostzer y García Ramírez hace suyos los clichés de estas canciones en las que hasta el viento es rivaldel enamorado (por aquello de que “besa” a la amada), y que con singular entusiasmo interpretan Mariana Torres, Luz Kerz y Graciela Pal, actrices eficaces (a pesar de la estereotipada gestualidad de humor televisivo, onda norteamericana, que despliega Pal), pero trovadoras incompletas, como lo revela el empaste de voces que se produce al promediar el segundo cuadro, cuando entonan fragmentos de temas de Lara. También ahí las acompaña al piano Fernando Albinarrate, quien incursiona en la actuación asumiendo el rol del “dipsómano” Carlos Alberto Beltrán, marido de Rosa, una “quemera” con ínfulas de gran dama.
Pivoteando sobre el sentimentalismo de canciones que se supone creadas para los romances imposibles y desesperados, Talismán... es un espectáculo lineal, sin sorpresas, pero a la búsqueda de un olvidado espíritu de camaradería. Desaprovecha sin embargo, deliberadamente tal vez, la oportunidad de bucear y comprometerse algo más con el romanticismo, el aprendizaje del amor y las a menudo maltrechas carreras de los artistas de variedades. Como dicen las ficcionales Blanca, Adela y Rosa, a propósito de su propio show en El Rosedal, lo que se ve en Oliverio Allways es simplemente “un popurrí de graciosas canciones”.

 

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