Por Julio Nudler |
Las reacciones defensivas ya comenzaron. Como la Argentina no puede hacer nada para que se recupere el precio mundial de sus exportaciones ni para que reaparezca el crédito y se renueve la afluencia de capitales, no le está permitido devaluar y ni siquiera puede gravitar en las decisiones que Brasil toma frente a su crisis, resuelve endurecerse con los inmigrantes que entran desde países aún más pobres de Sudamérica. Es la clase de respuesta que dio Aldo Rico al decidir que el hospital de San Miguel no atienda a vecinos de otros municipios, ya que los establecimientos públicos no disponen de los mecanismos de exclusión (el precio, ante todo) que son naturales a los privados. En la medida en que la crisis persista, se acentuará la tendencia a abroquelarse, cerrando la puerta y buscando chivos expiatorios. Políticos como Eduardo Duhalde levantan esta bandera porque la creen electoralmente redituable, y quizá no se equivoquen. Desde la xenofobia hasta el proteccionismo, todas los repelentes peores o mejores van a ganar mercado. Pero si la inculpación del extranjero pobre le sirve como válvula de escape a los peores sentimientos de una clase media asediada y resentida, no por eso es una réplica coherente al problema planteado. Extraña verlo a Duhalde de la mano de Domingo Cavallo, porque mientras aquél quiere echar inmigrantes, dando como excusa humanitaria que los ilegales son sobreexplotados, éste sigue pensando que la solución para la economía argentina es bajar costos. ¿Qué mejor que contar con mano de obra que trabaja 14 horas por día por 100 pesos mensuales? Los peruanos en la Argentina, como los turcos en Alemania o los argelinos en Francia, siempre sacan a la luz las contradicciones entre la ideología y los intereses. La presencia de esa fuerza laboral conviene a los empresarios y compite con los trabajadores nativos, por lo que es fácil que éstos se muestren más intolerantes que aquéllos si se dejan llevar por sus conveniencias. Los reflejos aislacionistas están contestando al colapso en la confianza ciega que por un tiempo hubo en la apertura y la globalización. El país no parece encontrar hoy otras respuestas posibles que expulsar extranjeros, reservando para los argentinos el insuficiente trabajo disponible, y represaliar a Brasil con aranceles que neutralicen el impacto de su devaluación. Pero los brasileños podrán argumentar que su tipo de cambio es el bueno, puesto que ahora lo determinan las libres fuerzas del mercado, y no el del peso, fijado por ley con desprecio de todo principio liberal.
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