Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


REUNION DE BALZA Y NUEVE GENERALES PARA RESPONDER A NICOLAIDES

“Se dispuso borrar todo vestigio”

Tras una reunión que duró todo el día emitieron un comunicado donde aseguran que la incineración de documentos ordenada por Nicolaides “frustró la posibilidad de dar respuesta” por los desaparecidos.

na09fo01.jpg (10901 bytes)

t.gif (67 bytes)  “La orden de incineración de toda documentación relacionada con la lucha contra la subversión impartida por el teniente general retirado (Cristino) Nicolaides el 22 de noviembre de 1983 ha venido a frustrar la posibilidad de dar las respuestas que la sociedad reclama, porque pareciera que intencionalmente se dispuso borrar todo vestigio y antecedente de lo actuado en la lucha contra la subversión”. Después de más de nueve horas de reunión a puertas cerradas, los altos mandos del Ejército sacaron un meditado comunicado para refutar el testimonio del último jefe de la fuerza durante la dictadura, quien había asegurado que el general Martín Balza “tendría que responder acabadamente” por la existencia de esa documentación. “El Ejército ratifica que no dispone de ningún archivo relacionado con la lucha contra la subversión”, insistieron los generales en línea con lo que viene repitiendo Balza y convocaron a “todo miembro de la fuerza” a informar si tiene listas o datos sobre la represión.
El miércoles pasado, en su declaración ante el juez Adolfo Bagnasco, quien lleva adelante la causa por el robo de bebés, Nicolaides recordó que él había dado la orden de destruir la documentación existente sobre la lucha contra la subversión y aseguró que “las actas de incineración deben estar archivadas en el comando de cada fuerza”. El abogado defensor del represor, Alejandro Zeberín, fue más allá y en diversas declaraciones radiales abundó en que “la primera parte de la orden (impartida por Nicolaides) fue la destrucción de la documentación dispersa que había en toda la Argentina, en policías, en cuarteles. La segunda parte fue que debían confeccionarse las actas respecto de la incineración. Quiere decir que se labraron de acuerdo con los reglamentos militares y que deben reflejar el material que se destruyó”.
La confesión de Nicolaides, acusado de la masacre de Margarita Belén, Chaco, en la que fueron asesinados 22 militantes de la Juventud Peronista, generó escozor en las filas del Ejército. El malestar se reflejó en la convocatoria a la reunión en el Comando de Institutos de Campo de Mayo. “Desde 1986, el Ejército reitera que no existen tales antecedentes. Para superar esta situación, desde 1994, ha pedido la contribución de todo aquel personal de la institución que supiera de listados o pudiera reconstruirlos a través de su memoria, para proceder posteriormente a su difusión”, remarca el comunicado titulado El Ejército argentino rechaza afirmaciones de Nicolaides.
Balza interrumpió sus vacaciones en Mar del Plata y acudieron a la cita los generales Aníbal Laiño, Juan Carlos Mugnolo, Ernesto Bossi, Ricardo Brinzoni, Eduardo Cabanillas, Juan Manuel Llavar, Horacio Mauro y Alfredo Rolando. El único ausente fue Ricardo Brinzoni. El año pasado, los altos mandos también se reunieron de urgencia para defender institucionalmente a la fuerza de las acusaciones por la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador. Balza tiene pendiente una citación a declaración indagatoria por esa investigación.
La cúpula del Ejército califica como “inaceptables” las declaraciones “atribuidas” a Nicolaides y a su defensor en el sentido de que “la orden de incineración obedeció a que ‘la lucha contra la subversión había terminado y se buscó recopilar e inventariar la documentación que se encontraba dispersa, en definitiva sistematizar archivos’. El destruir todo tipo de antecedentes no constituye precisamente la forma de organizar archivos”. “Asumimos la parte de la responsabilidad de los errores de la lucha fratricida entre argentinos, que aún hoy nos conmueve. No nos importa que otros no asuman sus errores. Quienes vestimos uniforme tuvimos responsabilidades institucionales que no las tuvo el subversivo terrorista”, concluye el texto que invoca “la verdad, la paz y la reconciliación”.

HISTORIAS DEL ULTIMO JEFE DEL EJERCITO DE LA DICTADURA
Del escobero a la junta militar

Por José Luis D’Andrea Mohr *

t.gif (862 bytes) 1962. Setiembre. Los “colorados” habían perdido frente a los “azules”. La Escuela de Tropas Aerotransportadas (ETA), única unidad de paracaidistas de las Fuerzas Armadas de entonces, regresó a su asiento en Córdoba. De allí habían salido por orden del presidente José María Guido con la misión de saltar sobre Campo de Mayo y lograr la rendición del rebelde general Juan Carlos Onganía. No saltaron porque la Fuerza Aérea se dio vuelta, Guido también y, por lo tanto, pasaron a ser “colorados rebeldes” y viajaron en ferrocarril.
Ganó Onganía y los paracaidistas ferrotransportados regresaron sin rendirse, después de una semana sin combatir más que contra unos aviones que los atacaron en plena marcha sobre colectivos y camiones incautados.
La primera sanción contra la ETA fue relevarle los jefes. La segunda consistió en el nombramiento de los reemplazantes: el teniente coronel Hugo Omar Elizalde, paracaidista de Infantería y el mayor Cristino Nicolaides, no paracaidista del arma de Ingenieros. El primero un no muy querido oficial por los paracaidistas; pero no podía considerárselo demasiado dañino. En cambio, el segundo, Nicolaides, era desconocido, sumamente desagradable, algo gordito y perfectamente dañino. Se dedicó a diversas tareas de su especialidad como llenar los calabozos de soldados y llenar los legajos de oficiales y suboficiales de días de arresto por el largo del pelo y otras cuestiones de similar importancia bélica. Además se le ocurrió ordenar que a la hora de cenar los oficiales se presentaran con saco y corbata en el comedor del Casino. Esta orden provocó que la veintena de solteros concurriera a comer ataviados con shorts y remeras y colocara las mesas y sillas en el jardín ya que la orden de la corbata rezaba “en el comedor”. Lugar ocupado por Nicolaides, transpirado, solitario y elegantísimo en saco y corbata, de acuerdo con su propia orden.
En aquellos años la puja entre “azules” y “colorados” no estaba terminada. Había rumores diarios sobre levantamientos, conspiraciones y toda clase de fantasías sobre la legalización o proscripción continuada del peronismo. Los años siguientes demostraron que la verdadera lucha era lograr el poder, el gobierno y continuar la falta de democracia con discursos militares en su defensa.
1963. Marzo. Los rumores de cuartelazos ya eran ruidos cotidianos. Habrá sido por ello que el mayor Cristino Nicolaides reunió en su despacho a los oficiales paracaidistas formados en triple semicírculo. Entre otras dulzuras les aclaró, con su pistola sobre el escritorio: “De aquí sólo se me releva muerto. ¡Retirarse!”. O algo muy por el estilo, cuando el estilo se fundamenta sólo en el poder.
A Nicolaides, entre más cuestiones, lo separaba de la oficialidad el que ni siquiera intentó hacerse paracaidista. Y en una unidad donde hasta los perros saltaban, ser subdirector y no hacerlo resultó imperdonable. Aunque Nicolaides imaginara que, de intentarlo, podría convertirse en un monolito enterrado en la pista arada de lanzamiento.
Llegó el 2 de abril de 1963; rebelión “colorada”. La ETA estaba comprometida desde la gestación del movimiento rebelde. Los subtenientes Carlos Ramón Miranda y Carlos Alberto Beviglia fueron comisionados para reducir al mayor Nicolaides. Miranda tenía un descomunal revólver Colt 45, largo, sin munición, heredado de su abuelo. Con ese impresionante chumbo apuntó a Nicolaides, sentado él en su sillón, boquiabierto y paralizado por el shock al ver entrar a dos subtenientes, sin permiso y tan poco respetuosos.
–¡Levántese! –ordenó Miranda con el ojo del Colt dirigido a la cabezota griega que todavía no había descubierto al “marxismo precristiano”.
–Muchachos, muchachos... –balbuceó el gordito– piensen en mi familia... –¡Párese, gordo de mierda! –se entusiasmó Miranda.
–¡O muera aquí, como nos dijo carajo! –gritó Carlos Beviglia, mientras el mayor pálido se paraba con los brazos en alto y comenzaba su caminata hacia la salida del despacho. A Miranda le habrá parecido que no se movía muy rápido o no pudo resistir la tentación. Lo cierto es que su borceguí se estrelló en las nalgas griegas y aceleró el viaje hacia la salida. Pero no siguió por el pasillo porque Beviglia había abierto una puerta tipo persiana y Miranda, de un empujón, introdujo a Nicolaides en el escobero, entre lampazos, baldes, jabón y papel higiénico. Allí quedó encerrado y no hay constancias ni fuentes que puedan narrar cómo logró fugar o si, por el contrario, ni lo intentó y esperó en ese lugar de combate que el combate terminara con la derrota de los paracaidistas. Y así terminó. Miranda fue dado de baja por amenazar a un superior con un arma no reglamentaria; Beviglia no fue acusado y Nicolaides llegó a ser comandante en jefe, miembro de la última junta de infames y responsable de incinerar las huellas macabras del Proceso. Pero la memoria es una huella no incinerable que lo recuerda gimiente, abrazado al lampazo y sentado sobre un balde en su puesto de combate heroico: “El escobero de operaciones”.

* Ex paracaidista de la ETA.

PRINCIPAL