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Luego de dos meses de una precaria tregua armada, la lucha por la disputada provincia yugoslava de Kosovo está cerca de reactivarse de la manera más dramática posible: una ofensiva aérea de la OTAN contra Serbia. Este país camina desde hace meses al filo de la navaja en sus intentos de aplastar las pretensiones separatistas de la mayoría étnica de kosovaresalbaneses de unirse a Albania. El viernes, sus fuerzas de seguridad en la provincia masacraron a 45 kosovares-albaneses, para luego intentar expulsar al jefe de los observadores internacionales en Serbia cuando denunció el hecho. La respuesta no se hizo esperar. Estados Unidos emitió ayer la orden de activación a sus fuerzas militares en la región, y las máximas instancias de la OTAN declararon que el ataque puede tener lugar hoy mismo si no se llega a un acuerdo. Una acción militar es posible en cualquier momento, resumió el embajador estadounidense a la OTAN. Finalmente, parece que esta vez el presidente serbio Slobodan Milosevic fue demasiado lejos. Aunque tradicionalmente sus respuestas a las aspiraciones de los kosovares-albaneses de abandonar su república nunca fueron menos que brutales, siempre se cuidó de evitar cualquier acción que provocara una intervención armada de la OTAN. El 15 de enero, sin embargo, se cruzó con creces de la raya. Ese día, una columna serbia entró en el pueblo de Racak, y ultimó en combate, según ellos a 54 terroristas. Fue demasiado para la Unión Europea. Informados por los observadores internacionales de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) del hecho de que los cuerpos fueron encontrados en una zanja con heridas uniformes en el estómago y la nuca, reclamaron inmediatamente una investigación sobre lo que tiene todo los signos de ser otro intento serbio de limpieza étnica. La respuesta de Milosevic fue desafiante. Además de impedir la entrada de una investigadora del Tribunal Penal Internacional (TPI) ONU a Racak, anunció que consideraba como persona non grata al jefe norteamericano de la OSCE, William Walker, quien tenía 48 horas para abandonar el país. Esto sólo sirvió para terminar de unir a la opinión europea contra él. Estados Unidos declaró que el presidente serbio estaba jugando con fuego, y a diferencia de la crisis iraquí esta vez la Casa Blanca cuenta con el apoyo de la mayoría de los países europeos en esta postura. La expulsión de Walker provocó una ola de condenas de las cancillerías europeas, con Hungría e Italia anunciando que harían disponibles sus bases a la OTAN si se decide por un ataque. Inclusive Francia, severamente crítica de la ofensiva aérea de Estados Unidos en Irak, anunció que no se podía descartar la opción militar para forzar un diálogo. Por lo pronto, ayer los dos principales comandantes de la OTAN, el norteamericano Wesley Clark y el alemán Klaus Naumann, se reunieron con Milosevic. Sus demandas fueron simples: una retracción de la expulsión a Walker, la entrada de investigadores para determinar qué sucedió en Racak, el procesamiento a los responsables, y un fin a las violaciones serbias al cese del fuego. Parece que no hubo caso: los generales abandonaron ayer mismo la capital sin anunciar el resultado de las discusiones, mientras que Milosevic emitió un comunicado adonde ratificaba su derecho de combatir al terrorismo. Considerando que en principio se planeaba sostener una segunda ronda de negociación, todo parece apuntar que Belgrado está cerca de transformarse en el Bagdad balcánico.
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