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Por Alejandra Dandan Son tres mujeres y los vecinos las llaman "encargadas del parque". Una es peronista, otra del Frepaso y la tercera anarquista. Viven en San Telmo y no se conocían hasta que el gobierno porteño decidió un día enrejar el Parque Lezama. Fue en agosto del '97. La gente se organizó para impedir la obra, formaron la Asociación de Defensa al Parque y tras una recolección de firmas consiguieron evitarlo. Se acordó entonces un proyecto de remodelación total y facultar a las tres vecinas como auditoras de la obra que mañana quedará inaugurada. El nuevo Lezama recompuso el patio de juegos con área para discapacitados, canchas de fútbol cinco, un patio de esculturas y un servicio de seguridad que contará con un minimóvil recorriendo las calles internas. La ceremonia de inauguración conjugará al mediodía tango, percusión y valses vieneses sobre los dos anfiteatros que fueron recuperados en el corazón del Parque. Las tres mujeres se volvieron obsesivas cultoras del lenguaje arquitectónico. Marcela Broglieri es peronista, María Eugenia Corvalán Alarcón se define como anarquista y Adriana Pérez Moralejo es frepasista y la arquitecta del grupo. Cuatro veces por día caminan las ocho hectáreas de terreno controlando excesos de cemento, recortes de pasto y pintura para el anfiteatro. "Y los tipos de las cuadrillas se cuadran cuando corregimos algo", dice Eugenia, aun con cierta carga escéptica. En tanto, Marcela se ríe cuando piensa en los vecinos: "Usted que es la encargada, señora --se queja alguno mientras la persigue--: acá andan entrando los perros". El arbitraje de vecinos como controladores de obra fue usado en Parques como el Avellaneda y Saavedra. Nicolás Gallo, secretario de Producción y Servicios del gobierno porteño, admitió que sin estas mujeres la obra no se hubiese terminado en tiempo y aseguró que "aunque critiquen la acción de los funcionarios, son críticas que se hacen de buena fe". La fachada del Lezama fue recuperada en cada sector del Parque bajo una lógica: formalizar desde lo arquitectónico espacios que naturalmente usaba la gente y no estaban habilitados para el uso. "En muchos lugares había senderos donde el pasto no crecía porque la gente los usaba como caminos para atravesar el Parque", dice Broglieri y Adriana se encarga de los detalles: "Esos espacios fueron cubiertos con ripio para formalizarlos como caminos. No queremos un parque lindo para mirar sino que sea funcional". Contaminadas por el contacto con la arquitecta y la obra, las mujeres prefieren hablar de balaustrada y no del más genérico balcón para referirse al cambio en los miradores. La vieja estancia de los Lezama contiene varios miradores desde donde se avistaba la costa rioplatense cuando el río era el vecino más cercano. Estos miradores, hasta antes de la transformación, estaban delimitados con barandas de hierros mal trazadas. Ahora cada uno volvió a incorporar su antigua estética con una coqueta balaustrada blanca que repite el estilo barroco del Museo Nacional de Historia, viejo casco de la estancia. El primer mirador muere sobre el anfiteatro, uno de los sectores más trabajados dentro del proyecto de remodelación. "En el '38 --hace historia la arquitecta-- se destruyó el patio de tango que había sobre Brasil y Balcarce y se hizo una olla profunda que ocupaba los 300 metros cuadrados." Esa gran fuente sirvió estos años como escenario --poco apropiado-- de conciertos y espectáculos. "Se juntaba mugre y los días de lluvia, agua podrida", simplifica Eugenia, mientras baja escalinatas para acercarse a la capa asfáltica que emparejó el terreno. "Ahora se dispuso este sector como escenario y cuando no hay espectáculos incluso se usa como cancha de fútbol", cuenta. El centro está rodeado por gradas cuya base, hasta ahora, eran tierra y césped maltrecho. "No servía --explica-- porque la gente se sienta a escuchar o leer y el césped no crece y la tierra sola ensucia." La alternativa fue el adoquinado y, sobre los laterales, un grupo de artistas plásticos reemplazó grafías decoloradas por pinturas que repiten diseños de las aves del Lezama. Allí, bajo el primer mirador de Brasil hay jubilados que llenan crucigramas sobre una mesa. Con prepotencia castiza, Ramona López llega cada día a la plaza para ocupar la única mesa doble del mirador. Hace días pidieron más mesas y frente a las encargadas repite el reclamo. Sergio Vázquez se queja por la polución aromática emanada del nuevo baño químico instalado para los jubilados en ese recodo. "Abajo pusieron dos baños más lindos --protesta ahora doña Ramona-- que tiran agua y hasta uno puede enjuagarse un poquito." Más allá de las quejas puntuales, a partir de mañana los porteños podrán disfrutar del Lezama puesto a nuevo. Y sin rejas.
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