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TRAVESTIS PORTEÑAS DE TEMPORADA EN MAR DEL PLATA
Las zonas rojas junto al mar


Los marplatenses están sorprendidos por el crecimiento de la zona roja esta temporada, en que travestis porteñas negociaron zonas con las locales.

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En un fin de semana la zona travesti crece hasta ocupar unas 25 cuadras.
“Me dejaron trabajar acá porque yo vine en invierno”, cuenta una porteña.
Por Alejandra Dandan
Desde Mar del Plata

t.gif (67 bytes)  Luro es camino de peregrinos. A medianoche el circuito turístico de Mar del Plata coquetea con la porción roja extendida desde la terminal de ómnibus hasta Champagnat. Cada esquina se vuelve vitrina de mentirosas figuras femeninas. Son veinticinco cuadras de territorio travesti. Hasta ahora mesurado, tolerado por una moralidad casta que procura sujetarlas ahí, casi en el límite de la ciudad. Pero la zona avanza y el límite se vuelve difuso. Ya no sólo hay turistas estivales sino travestis de temporada. Luro reúne a las locales y a las emigradas. Esas extranjeras llegan desde Palermo Viejo y Mendoza. Las porteñas, en mayoría, fueron relegadas a La Perla aunque algunas con buena prédica consiguieron forcejear un rincón de la codiciada zona roja. Mientras los marplatenses se quejan sorprendidos por el abultado número de travestis, ellas suscriben pactos tácitos para distribuir áreas de trabajo y con recato obtener el beneplácito de vecinos.
El taxista no soporta la presencia travestida en la costa. Habla de decadencia ciudadana. Sin embargo, conoce cuadras, edades y territorio donde cada travesti regentea una manzana. Detiene el auto junto a Rosario: “acá hay una flaquita que tiene 18 años”, comenta. Era cierto, la flaquita de furioso rubio estaba ahí varada pero tenía un año más. Una cinta oscura sujeta el mismo postizo que de día seduce en Playa Grande. Es una de las emigradas a la costa. “En Palermo cobrábamos 20 y 40 pesos y acá están ganando entre 15 y 30 y encima hay otras que piden hasta 7 pesos por una francesa”.
La rubia hace aparecer una cadena de agudos en la voz. “Me dejaron trabajar acá porque yo vine en invierno. Tuve que hablar con unas chicas, todo para poder pasar de La Perla a esta zona”. Hay demasiada luz en esa esquina cedida a la porteña. Las locales por derecho acceden a los sitios menos luminosos, capaces de tornar indiferente el aspecto masculino de clientes. Rosario histeriquea sobre Buenos Aires donde “la temporada es un horror, no hay trabajo para nada. Yo no me voy de acá”.
Jessica no pudo llegar a Luro. Está recluida en La Perla. Su cara redondeada aparece en 14 y 19 de Julio. La exuberancia de formas perturba a los conductores. En diciembre Jessica decidió dejar Palermo para tentar fortuna en la costa. Se sabe extranjera y también sabe que su incorporación fue aprobada. Por eso, porque ahora es parte del andamiaje marplatense del travestismo busca detener a próximas inmigrantes: “Lo que sucede es entendible –dictamina–. Si se vienen todas, las de acá se quedan sin trabajo”.
En Mar del Plata existen precarios acuerdos con la policía para poder trabajar. La disciplina aparece por esto como un preciosismo frágil y necesario de custodiar. El escándalo es estigma de la travesti porteña y explica –sólo en parte– el rechazo a las inmigrantes de Palermo. “Las de Buenos Aires son muy quilomberas –dice Jessica incorporando la tercera persona– hacen mucho lío. Acá se convive con los vecinos porque estamos dispersas”.
Pero las de acá ponen reglas de juego para proteger territorios. “Ayer no más las veteranas me vinieron a sacar a palos”, reprocha Ana sin dejar de contonear cuerpo y mirada. A dos cuadras otra repite estática la espera. También ella habla de esa fuerza masculina que en la costa le sirve de protección. “Un día tuve problemas con un tipo que me pegó, pensando que era mujer. Yo lo golpeé más fuerte”. Imagina que era el serial killer marplatense y dice también que desde ese día contrató una custodia.
La procesión de autos no cesa. Sin embargo, pocos suspenden la marcha para acercarse a una travesti. Prefieren el vedettismo. El clásico regodeo, sin compromisos, de la mirada. En Luro las travestis dicen que atienden más de cinco hombres por noche. “Son los de siempre y los detemporada”, analiza Ana y corre dos metros a la esquina desde donde la reclama el conductor de un Fiat. El auto, como los detenidos a lo largo de Luro, no estaciona en la avenida, prefieren laterales que tajean la avenida.
En temporada el tiempo en Luro se acelera hasta entrada la madrugada. “La mayoría tienen entre 18 y 25 y no te digo menos de 18 porque está prohibido”, ironiza una. Los más chicos son quienes menos prejuicios tienen para seducir a travestis en discos o lugares públicos. “Están los que te gritan diosa en medio del boliche y los que se acercan al oído a susurrarte ‘potra’ mientras tienen a la novia atrás”. Guadalupe sabe que su cuerpo es trasgresor y además está de moda. Así se lo dijo un mocito apenas mayor de 18: “Lo que pasa es que ustedes, ustedes están de moda”.

 

Marisa y también Sergio

Sergio es Marisa en Mar del Plata y viejo confeccionista de ropa en Buenos Aires. “Tengo esposa y cuatro hijos en Santos Lugares y marido acá en la costa”. El relato se precipita en una esquina de Luro. Sergio hace cuatro meses inventó ese escenario donde travistió su imagen por primera vez. “Me vine a la costa –dice– diciendo que me había salido un trabajo en una fábrica como diseñador”. Dice que durante los cuatro meses pasados juntó lo suficiente para tener casa y auto en Mar del Plata. “Hice lo que nunca pude hacer en toda mi vida de laburante y encima les mando plata a mi mujer y mis hijos para la mantención de la casa”. Sergio, o mejor Marisa, no carga de dramatismo su historia. Simplemente habla y se ríe, se ríe mucho. Por la avenida algunos bocinazos hacen presente el tránsito de camiones. Los conductores silban, gritan fuerte algún piropo y siguen. “Yo encima tuve problemas de chico, y este tema lo arrastro desde mi infancia aunque recién ahora y acá me atreví a ser quien siempre quise”, se analiza. “Mi esposa sabe de eso –repasa–, pero no que soy travesti sino de las violaciones y que siempre tuve una cosa así, medio amanerada”. Ahora quiere resolver esa especie de despersonalización permanente. Como estrategia de algún culebrón de media tarde, planea un encuentro con Moria para mediatizar la confesión.

 

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