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Por Martín Pérez Desde Punta del Este Ella se llama Ana, él se llama Otto. Dos nombres capicúas, tan circulares como sus historias. Otto cree que el amor es eterno, Ana cree que es posible hacer real lo que uno desea. Sus vidas estarán unidas para siempre a fuerza de destino y casualidades, como suele tenerlo siempre bien claro el cine del personalísimo y también capicúa director vasco Julio Medem. Otto y Ana son los protagonistas de su último film, Los amantes del círculo polar, una trágica y personal historia de amor sin estrellas de gran calibre, que hasta ahora es lo mejor que se ha visto en Europa, Un Cine de Punta 2. Y no deja de ser paradójico (y significativo) que, dentro de una muestra que funciona, principalmente, como una especie de adelanto de lo que se verá en Buenos Aires durante el año que recién comienza, la mejor película sea una obra que aún no ha sido comprada para la Argentina. Y tal vez le cueste más de lo que merecería conseguir distribuidor, ya que el cine español por más homenajes a Las cosas del querer que valgan últimamente tiene fama de poco convocante ante el público porteño. Esa tal vez sea la única forma en que se pueda explicar el hecho de que un cineasta como Medem el autor más personal y exitoso de la última década del cine español sea prácticamente un desconocido para el gran público argentino. Nacido en San Sebastián hace 40 años, Julio Medem filmó su primer largometraje la exquisita, bien vasca y hermética Vacas en 1992. Al año siguiente llegó su primer gran éxito en España, La ardilla roja, un film que significó el estrellato para la bellísima Emma Suárez y lo ascendió al carácter de director hecho y derecho. Confirmación que llegó con su siguiente film, Tierra (96), en el que repitió con los mismos actores (entre los que están Nacho Novo y Karra Elejalde) y terminó de dar forma a un estilo valiente y apasionado, adjetivos que calzan perfectamente en su último film, una clase maestra de cine del mejor, trágico y con buen humor. Hábil en los encuadres, de guión estricto y construcción perfecta, la historia de Los amantes ... nació a partir de un texto de Ray Loriga. En él, un niño persigue a una niña. A la niña le gusta que él la persiga y a él le gusta ver cómo ella llora y a ella le gusta llorar para él, contó alguna vez Medem. Y a mí se me ocurrió que podía contar una historia narrada desde los dos puntos de vista. Y eso es Los amantes ... : la historia de un amour fou narrada con una precisión geométrica. Y un apasionamiento en el que acompañan los dos protagonistas: la belleza vasca-jordana de Najwa Nimri y el chico-de-al-lado Fele Martínez, que luego de trabajar con Medem se han transformado en los rostros del momento del cine español. Algo que, a juzgar por lo visto en Punta del Este, tienen largamente merecido. Dijo Medem: Siempre es una historia de amor la que te roba la película, así que esta vez la película es sólo eso: una historia de amor. No es poco, como cine y como pasión. Por lo demás, con más de la mitad de los siete días de muestra ya transcurridos, Europa ... respeta los cánones que marcó en un comienzo: mucha pompa, poca sustancia, pero buen cine. En el primer ítem hay que apuntar todos y cada uno de los discursos que llenan los actos oficiales de entrega de premios (el de ayer correspondió a Angela Molina, que lo recibió antes de la celebración del décimo aniversario de Las cosas del querer, película exhibida a continuación). Para el segundo ítem la poca sustancia, hay que apuntar la casi total ausencia de directores acompañando sus películas (hubiera sido más que interesante haber contado con Medem, por ejemplo, y ni hablar del italiano Nanni Moretti o el francés Erick Zonca, de quienes se verán Abril y La vida soñada de los ángeles, respectivamente). A cambio, la organización planeó un eterno desfile de figuras de todos los tiempos, capaces de captar la atención de las cámaras como la miel a las abejas. Una estrategia que ayer funcionó ala perfección con la conferencia de prensa de Pierre Richard, que llenó el Cantegril como nunca antes había sucedido. Por ahí también circula Imanol Arias, sin film al que representar (fue presentado como el padrino de la muestra), y aún se espera por Nino Manfredi. Acusando una gripe, el veterano actor aún no dejó Italia, pero envió en su representación a su mujer, su hijo Luca y su nuera Nancy Brilli (estos dos últimos director y coprotagonista de su último film, Gracias por todo, que se exhibirá el sábado). La excusa para el viaje de Pierre Richard es la función de un film de siete años de antigüedad: Viejo canalla. El capítulo del buen cine, por su parte, sigue siendo generoso. A las ya disfrutadas obras de Roberto Benigni (La vida es bella) y Santiago Segura (Torrente), además del caso Medem y el interesante Chéreau, hay que sumar otra obra maestra excluyente: Hana-Bi, de Takeshi Kitano, que ayer por la noche ocupó el lugar de La velada sorpresa planeada por el director de programación de la muestra, Carlos Morelli. Policial poético y contundente, el film es una de las cumbres del cine de Kitano, y fue filmado por el ascético director a la salida de una crisis suicida, algo que pesa durante todo su metraje. También se vieron en el Cantegril la rusa El Ladrón y la noruega El cartero enamorado. La primera supo estar nominada al Oscar, y está empapada del convencionalismo y la sensibilidad que suelen encarcelar a las últimas nominadas al premio de la Academia. Y la segunda es de una bizarría y una desfachatez bukowskianas de las que se ha visto poco en esta muestra. La escena en que un noruego borracho interpreta en karaoke la eterna Born To Be Wild es de las más sórdidas e hilarantes de Punta del Este.
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