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Altman, Grisham y el fin
del mundo en tono erótico


El veterano director consiguió darle otra identidad a un libro del escritor tribunalicio, aunque el protagonista vuelve a ser un abogado.

Embeth Davidtz y Kenneth Branagh son una pareja en combustión.
Aun con altibajos, Altman obtiene otra versión de John Grisham.

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Por Horacio Bernades

t.gif (67 bytes) Desde Ciudad de ángeles (1994) que Robert Altman venía con el paso cambiado.cuadro24.jpg (36611 bytes) Ni Prêt-à-Porter (1994) ni Kansas City (1996, aquí salió directo a video) fueron bien recibidas por crítica y público, y el veterano realizador de Nashville –cumple 74 en febrero– necesitaba recuperar puntos. La opción fue filmar una historia de John Grisham, algo así como el autor oficial de Hollywood en los ‘90, tal como lo indican las adaptaciones de Fachada, El informe pelícano o El cliente, entre otras. A primera vista, poco tiene que ver Altman (como Coppola, que también filmó un Grisham, El poder de la justicia) con las fábulas jurídicas del ex abogado y best-sellerista sureño, que suele dejar a los espectadores con la conciencia bien limpita. Mientras que sus novelas apuntan a cambiar algo (ciertas fallas de la ley, las debilidades de los hombres, tendencias autoritarias) para que nada cambie, la obra de Altman es –con sus más y sus menos– la de un corrosivo crítico anti-stablishment.
En verdad, The Gingerbread Man –que Grisham escribió específicamente para ser filmada– es una fábula bastante más oscura, menos épica que el resto de las suyas, y eso facilitaba el abordaje. El resultado final arroja algo así como un empate entre la fórmula y el cineasta, o tal vez una victoria por puntos para éste. A diferencia del enfoque habitual en Altman, la ficción de Hasta que la muerte nos separe (caprichoso título local para The Gingerbread Man) hace foco sobre un único protagonista, que, como en la mayoría de las grishamovies, es un abogado. Rick Magruder (el shakespeareano Kenneth Branagh, infrecuentemente sobrio, se aprendió a la perfección el acento sureño) es un prominente abogado de Savannah, Georgia. Feliz dueño, además, de un Mercedes rojo descapotable, a bordo del cual le gusta pavonearse y en cuyo lustroso capó suele reflejarse el cielo. De esas alturas bajará, vertiginosamente, a partir del momento en que conozca a una damisela en desgracia (Embeth Davidtz, vista antes en La lista de Schindler) y se vincule con ella sentimentalmente. O más bien eróticamente. Algo que Altman puntualiza tempranamente, con un corte que va de la mirada de él a las piernas de ella. Eso perderá a Magruder, junto con una historia de odios entre la chica y su padre, milenarista loco y violento (un alucinado Robert Duvall). Antes de que quiera darse cuenta, el empavonado abogado estará metido hasta el cuello en esa locura.
Básicamente un thriller paranoico que agita fantasmas misóginos y resulta, en último análisis, muy poco creíble, Altman se las ingenia para hacer de Hasta que la muerte ... un film sombrío, con el escepticismo por moraleja final. “Conviene desconfiar del prójimo”, es la fórmula en la que el tradicional cinismo altmaniano hinca el diente. No lo hace, esta vez, burlándose a viva voz de sus personajes, sino de modo más elíptico, manteniendo la cámara a esa distancia que le es característica y que le permite tener a raya todo exceso emocional. Aunque no pueda sortear, en determinado momento de la historia, la trampa familiera del padre que toma las armas para defender a sus hijos, el realizador de Las reglas del juegonarra con infrecuente fluidez y sentido casi musical del ritmo cinematográfico. Desdramatiza la historia, concentrándose más (y mejor) en personajes secundarios y acciones colaterales que en la progresión creciente que el género pide.
Más que la línea principal de la historia, Altman se concentra en pequeños y preciosos detalles: el detective mujeriego (Robert Downey, perfecto), la socia sensata y expectante (Daryl Hannah, ídem), el ansioso gineceo de secretarias que rodea a Magruder. Si en Ciudad de ángeles la inminencia de un terremoto aparecía como la metáfora última para la crisis de los personajes, aquí es un huracán el que apunta directamente sobre el corazón de Savannah, descargándose finalmente con la misma furia ciega que pierde a Magruder. Y que termina por dar la razón a los que parecían los más locos, esa secta de viejos sucios y barbudos que creen en el fin del mundo.

 

 

 

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