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Una turba de cholulos acorraló
a Anderson en Punta del Este

“Atorranta” y “perra” fue lo más suave que le dedicaron. La turba presionó en la playa y terminaron sacándola en andas.

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“¿Vos pensás que triunfaste gracias a tu cuerpo o tu inteligencia?”, fue la pregunta de un astuto periodista.

Por Cristian Alarcón
Desde Punta del Este

t.gif (67 bytes) Ayer a la tarde una turba casi mata a Pamela. Qué gran escándalo hubiese sido que la casera estrella porno y actual star de Hollywood, la chica en traje de baño que todos querrían, haya sido arrollada por una multitud de hombrecitos desaforados. Eran unos dos mil quinientos chicos de entre 15 y 25 años. La diva televisiva fue gritoneada primero con los cándidos “¡diosa!” y “¡perra!”. Terminó vapuleada, trastabillando, torciéndose una pierna, mientras de fondo escuchaba repetidas veces un cariñoso insulto que no entendía: “¡Atorranta! ¡Atorranta! ¡Te quiero!”. Fue en Bikini, una de las playas top del verano esteño, y la mayoría eran muchachitos argentinos, que después de una tarde donde los primeros problemas fueron con un misógino sector de la prensa, se convirtieron en el corolario de una visita escandalosa, aún con Pamela viva. na16fo02.jpg (10176 bytes)
Anderson había llegado a Buenos Aires a las nueve y media de la mañana en un vuelo de United Airlines. Salió hacia Punta del Este en un avión particular junto a un productor, dos asistentes y el modelo Tomy Dunster, conductor del programa “Versus”, de Telefé. Pamela fue invitada por las marcas Budweiser y Hawaian Tropic con fines promocionales y según fuentes de la organización se firmó un contrato exclusivo con el canal de las pelotas por cincuenta mil dólares. La conferencia estaba prevista para las dos de la tarde, a esa hora se avisó a los camarógrafos de otros canales que no entrarían. Eran casi las cuatro cuando la diva apareció y los ánimos ya se habían caldeado. Muchas de las preguntas fueron cobardes cross a la linda mandíbula de la chica, la misma que se separó del baterista de Mottley Crow hace un año acusándolo de “abuso conyugal”.
Pamela Anderson es la hija de una camarera y un mecánico alcohólico y golpeador convertida en una millonaria productora ejecutiva de una serie tan exitosa como fue “Baywatch”. En ella protagoniza a Vallery Irons, una chica que casualmente se convierte en la manager de una empresa de seguridad para celebridades de Hollywood. Justo un punto que ayer falló.
“¿Vos pensás que triunfaste gracias a tu cuerpo o tu inteligencia?”, fue el primer ejemplo de periodismo insidioso. “No creo que ustedes estén acá por mis ideales políticos”, se sinceró ella ante la obviedad. En los veinte minutos que hubo para preguntas la chica iba de la estupefacción a la risa nerviosa. Quisieron saber por su situación después de la divulgación del video casero erótico más visto de los Estados Unidos, uno en el que hace el amor con Tommy Lee. En la grabación que según la chica Baywatch fue robada de una caja fuerte de su casa, hay un viaje en yate con su chico y escenas de cama desde todos los ángulos donde hacen el amor de variadas formas. Nada del otro mundo. Ayer la rubia, como suele hacer en las entrevistas, habló de sus dos hijos con su ex marido, Brandon Thomas y Dylan Jagger. Dijo que su deporte para conservar curvas impresionantes es que “cuido a los chicos, los levanto del suelo, juego”.
–¿Le gustó que sus hijos la vean desnuda en Playboy? –le zampó otro ácido periodista preocupado por la niñez del mundo.
–Le repito. Tienen uno y dos años. No me preocupa.
–¿Qué tiene que tener un hombre para que te guste? –quiso saber la cronista del 26.
–No sé, no sé, no sé –decía ella con su vocecita. Para final de la conferencia una mujer dijo que cuando muchos argentinos hacen el amor con sus mujeres piensan en la Anderson. “Hay mujeres tan lindas aquí”, prefirió decir ella.
Después hubo que correr a Bikini, donde se había preparado una aparición estelar y grabar la entrevista con “Versus”. A las cuatro y media la turba ya estaba en su lugar. El parador regenteado por el famoso RRPP Javier Lúquez es una construcción de madera pintada en blanco y con toldos rojos,los colores de la cerveza que trajo a Pamela. En el sector donde suelen estar las mesas que dan a la playa pusieron una silla para Pam. Rodearon el lugar con sogas a unos metros. Tras ellas los chicos se apretujaban mezclados con chicas que estiraban el cuello para saborear el perfil de Tomy Dunster. Casi a las cinco llegó Anderson de minishort blanco, de pequeña musculosa corta. Llevaba un tatuaje como una guarda a lo largo de la espalda. A los reporteros les habían permitido avanzar y estuvieron varios minutos sacando fotos muy cerca. Unos diez chicos se subieron a los techos. Se sintió crujir la madera, sobre la barra del parador. Abajo hubo una primera corrida por si se derrumbaba el techo. Los chicos se veían por las ranuras de los toldos como monos. Ella no dejaba de sonreír. Los guardaespaldas la emprendieron entonces contra los fotógrafos. A empujones los sacaron del parador hacia la arena. Ella dio un paso adelante y volvió a posar. Tras los reporteros presionaba la masa enardecida.
Harta de los flashes la rubia apeló a la ironía. De un bolsito de playa sacó una pocket y disparó contra sus propios paparazzi, los profesionales y los cientos de pibes con pockets como la de ella. A esa altura la multitud estaba a punto de desbordar. Hubo una avalancha, y los empujones de los forzudos la frenaron dando por tierra con varios. La montonera volvió con más fuerza, y cuando por un costado intentaban alejar a Pamela cayeron algunas maderas del techo. Ella trastabilló, se torció un pie. Como cientos de dominós, los muchachos se abalanzaron sobre el círculo que armaban los musculosos en torno de la rubia. “¡Atorranta!”, le gritaban parados en un banco dos rubios magullados. Los guardaespaldas la levantaron como a una muñeca, de los brazos. Se veía su rubia cabellera escapando sin tocar el piso de la barra de los calientes que la seguía largando manotazos, gritando piropos desenfrenados, como el poético “chuPamela”, que nunca se dejó de escuchar.

 

 

 

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