Por Mónica Flores Correa
Desde Nueva York
Después de prolongar, estirar, dilatar y arrastrar durante meses y más meses la
persecución legal a Bill Clinton, la dirigencia republicana pareció ayer atacada por un
súbito sentimiento de urgencia. Conscientes de que la saturación de los norteamericanos
con el hostigamiento a un presidente que aprecian y con el impopular juicio de
destitución excede los límites de lo imaginable, los líderes conservadores comenzaron a
explorar la posibilidad de una salida rápida al espectáculo judicial que ellos armaron.
El senador Trent Lott, líder de la mayoría republicana, dijo que estaba pensando
convocar a los senadores a una nueva reunión a puertas cerradas para discutir el futuro
del juicio. La sugerencia de Lott dio pie a la especulación de que quizá se avecina una
negociación para poner un punto final al impeachment. Hasta los ultraconservadores han
dado señales de que están dispuestos a tirar la toalla y dejar a Clinton en paz, para
que se quede dos años más en el Salón Oval. El senador Richard Shelby de Alabama, un
legislador al que no se puede acusar de moderado, comentó que él escucharía
los argumentos de los fiscales para que se incluya testigos en el proceso pero va a
ser el mismo viejo tema; están perdiendo el tiempo, subrayó. Interpretando
los signos de los tiempos, el senador demócrata Robert Byrd dijo ayer que el
lunes presentará una moción de desestimación del juicio ante sus colegas de la Cámara
alta.
Los senadores cumplieron ayer con el primer round de las 16 horas asignadas para hacerles
preguntas a los fiscales y a la defensa. El interrogatorio escrito de los legisladores a
las partes, realizado a través del juez William Rehnquist, concluye hoy. Sin embargo, los
fiscales, como el enmascarado, no se rinden. Pese a que un número cada vez mayor de
republicanos, que incluye hasta a conservadores acérrimos como el líder de la derecha
cristiana Pat Robertson, se sumaba al movimiento para terminar con el impeachment, los
representantes del Comité de Justicia siguieron insistiendo en la necesidad de convocar
testigos. El fiscal principal Henry Hyde envió ayer una carta a los líderes de ambas
bancadas del Senado, pidiendo formalmente que se invite a Clinton a testificar. Ya que
todo el mundo está apurado, Clinton puede agilizar mucho las cosas, dio a entender Hyde.
Puesto que el presidente es el único individuo con conocimiento de casi todos los
hechos materiales relevantes para el juicio, su testimonio podría ayudar enormemente a
llevar este asunto a un fin rápido y justo, escribió Hyde a Lott y al demócrata
Tom Daschel.
Mientras en el Capitolio seguían los tironeos detrás del telón y el interrogatorio a
las partes, Clinton dijo a la prensa que se quedaba despierto a la noche... que a veces no
podía dormir por la angustia que tenía... Pero no dio como motivo de su desvelo literal
la posibilidad de convertirse prematuramente en desempleado ni el recuerdo de un romance
desventurado con una joven becaria, sino el fantasma de un ataque terrorista, de tipo
bacteriológico o químico, a EE.UU. Con renovados bríos, enorme confianza o la
apariencia de ella insuflada por el éxito de su discurso del Estado de la Unión y
las encuestas rabiosamente a su favor, Clinton decidió estos días transitar por el
camino que suele darle mejores frutos: hacer propuestas con espíritu de campana y hablar
a los estadounidenses de sus preocupaciones, también con espíritu de campana.
Por cierto, la Casa Blanca no se arriesga a aventurar que esta historia del impeachment
está terminada. Con sobriedad, los funcionarios se han limitado a decir que están
satisfechos con la defensa convincente que hicieran el senador Dale Bumpers y
los miembros del equipo legal. En su discurso de cierre de la argumentación de la
defensa, Bumpers dijo el jueves a los senadores que el pueblo norteamericano está
pidiendo desde hace un tiempo que lo dejen tener una noche de buen sueño. Está pidiendo
que se le dé un fin a esta pesadilla. Es un pedido legítimo.
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