Si se pone un
funcionario detrás del maquinista, la locomotora de la Historia se quemará al intentar
avanzar sin quitar los frenos, decía el artículo firmado por los grandes
escritores soviéticos Boris Pilniak y Andrei Platonov que publicaba la revista Novi Mir.
Corría el año 1928 y, al compás del afianzamiento de Stalin en la conducción del
partido gobernante y del país, expiraba la breve alianza de artistas y literatos
innovadores con la revolución bolchevique. Pilniak fue fusilado en 1937. El destino de
Platonov de quien se cumple el centenario de su nacimiento recorrió senderos
no menos ominosos.
Hijo de obrero ferroviario, obrero él mismo y luego técnico electricista, inventor de
una balanza eléctrica que le valió distinciones de las autoridades, finalmente escritor,
Platonov parecía el paradigma del ideal que postulaba la creación de una cultura
proletaria por el proletariado mismo. Había elegido su primer oficio convencido de la
verdad del apotegma leninista El comunismo es el poder soviético más la
electrificación del país y participó en la construcción de las nuevas
centrales. Soy un técnico, decía, pero colegas suyos como Isaac Babel y
Mijail Bulgakov lo consideraban un maestro de la prosa. Sus desgracias comenzaron en 1933.
Ese año la revista Surco Rojo publicó En reserva, la tercera novela de Platonov, una
sátira sin concesiones a los funcionarios detrás del maquinista. Uno de sus
personajes, Kondrov, envuelve el puño en un ejemplar de Pravda, órgano del partido
bolchevique, y lo estrella contra la oreja del presidente del comité ejecutivo del
distrito. Era el colmo para la visión staliniana de los escritores como ingenieros
del alma encargados de construir héroes socialistas de ficción.
Platonov, en plena madurez creadora, nunca pudo volver a publicar. Sólo en las
postrimerías del período Gorbachov se editaron las novelas que siguió escribiendo pese
a todo. Esa insistencia venció a más de medio siglo de silencio.
El narrador ruso Vitali Chentalinski encontró en los archivos de la ex policía secreta
soviética un expediente que consignaba: Las obras que escribió después de la
novela corta En reserva ponen de manifiesto una profundización en Platonov de las
tendencias antisoviéticas. Todas se caracterizan por un enfoque satírico y
contrarrevolucionario, en lo esencial, de los problemas de la construcción del
socialismo. Tales obras eran inéditas, pero el informante agregaba en anexo copias
de los manuscritos de dos novelas y de una pieza teatral del sindicado. Pruebas son
pruebas.
Al igual que Babel, o Pilniak, Platonov registró cómo el socialismo de
Stalin socavaba la utopía socialista. Lo hizo con lúcido dolor, tironeado entre la
desesperación y el deseo. Tal vez su texto más representativo en la materia sea La
excavación, publicado póstumamente, que hará unos 20 años se conoció en inglés.
Abundan los críticos que consideran esa novela una de las cinco o seis más talentosas
escritas a lo largo de las siete décadas de URSS. Se describe allí una obra gigantesca:
centenares de obreros cavan la tierra para abrir un hoyo enorme en que se echarán los
cimientos de la gran casa del proletariado, un edificio que se elevará por
encima de la ciudad y donde vivirán todos los trabajadores del lugar. Uno de los
constructores sueña que ha de albergar al proletariado mundial, pero las caras (de
los obreros) se veían tristes y macilentas, y lo más cercano a la paz en vida que
habían conseguido era el agotamiento. Nítida metáfora del costo humano de una
industrialización a toda marcha sin quitar los frenos.
El tono satírico de la novela se torna aún más agudo en la crítica de la
colectivización forzada de la tierra que Stalin decretó. La primera señal de una aldea
es el amontonamiento de ataúdes ocupados por víctimas del hambre. El militante enviado
por la célula del partido del distrito organiza una suerte de campo de detención del que
no pueden salir los campesinos hasta que decidan si aceptan la colectivización y los
koljoses o no. Aquí la imaginación de Platonov da un salto que lo iguala a Swift y deja
atrás a Orwell: los caballos de la aldea resuelven colectivizarse por las propias,
arrancan paja de los techos de las viviendas y la apilan en su establo para el sustento
común. El modelo de trabajador colectivo es el herrero: un oso, en realidad, que cumple
ese ideal por fuerte, dócil y tonto.
El obrero Voschev, protagonista de La excavación, es despedido en razón de una
debilidad personal y una dubitación continua en medio del ritmo general de trabajo.
La frase es típica de la muy original escritura de la novela: Platonov entresaca frases
hechas de la burocracia en el poder y de la propaganda en boga para describir situaciones
cotidianas, estados de ánimo y movimientos del espíritu. Así construye una crítica que
no se confina en lo político y social y hace centro en el lenguaje como piedra de toque
de la realidad y evidencia clara de las mentiras oficiales. También en este aspecto
Platonov supera a Orwell y su cuestionamiento algo mecánico del idioma de los ejecutores
del socialismo real. Es que el ruso lo sufría desde la devastación; el
inglés, desde el escepticismo, y desde el escritorio en que redactaba las listas de
conocidos y amigos subversivos que iba a delatar.
Es imposible saber por qué le perdonaron la vida a Platonov. Son misterios de las
dictaduras que en la Argentina conocemos. Pero detuvieron a su hijo Platón en 1938,
acusado de terrorismo y espionaje. Tenía 15 años y lo enviaron a un gulag
donde murió precozmente de tuberculosis. La misma enfermedad se llevó al padre a los 52
de edad. Por entonces Platonov vivía en la miseria y uno de sus últimos oficios fue el
de barrendero. Los alumnos del Instituto de Literatura de Moscú podían verlo cuando
barría el patio del edificio. No sabían quién era, ni conocían su obra profunda,
compleja, poderosa.
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