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EN MEXICO, EL PAPA ATACO “LOS EFECTOS DE LA GLOBALIZACION”
“El neoliberalismo es un pecado”

En una misa celebrada en la capital
mexicana, Juan Pablo II marcó la postura
de la Iglesia para el fin del milenio.

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El Papa se sostiene en la larga cruz que le sirve de bastón.
Las palabras enérgicas contrastaron con el tono pálido de su voz.

t.gif (67 bytes) “Es el tiempo de prohibir de una vez y para siempre en todo el continente cualquier ataque contra la vida. No más violencia, terrorismo y narcotráfico. No más explotación de los débiles, discriminación racial, guettos y pobreza. Nunca más”. Aferrado a la larga cruz que le sirve como bastón, a veces temblando y en otros momentos con una voz que evidentemente se iba en cada canto en latín, el Papa ofició una misa en la basílica de la Virgen de Guadalupe ante 13.000 personas y 3000 sacerdotes americanos. Allí, Juan Pablo II acentuó su cada vez más furibundo ataque al mundo actual con una sentencia: “el neoliberalismo es un pecado”. Hoy oficiará una misa ante 600.000 fieles en el autódromo Hermanos Rodríguez y mañana encabezará un encuentro de jóvenes en el Estadio Azteca.
El Papa leyó ayer la Exhortación Apostólica de título “Ecclesia en América”, que en lo esencial retoma las conclusiones del Sínodo de los obispos del continente realizado en 1997 en el Vaticano. Cargando las tintas sobre los “pecados sociales” –entre los cuales se incluye “la irrazonable destrucción de la naturaleza, el armamentismo y el escandaloso comercio de armas de guerra”–, el documento de la Iglesia busca reimpulsar al catolicismo en América sentando posturas firmes en algunos temas y tratando de ahuyentar uno de los peligros más latentes para su dominio espiritual: el avance de las sectas en el continente donde se concentra el 60 por ciento de su feligresía.
“La acción proselitista de las sectas y nuevos grupos religiosos que desarrollan en no pocas partes de América es un grave obstáculo para el esfuerzo evangelizador de la Iglesia”, dijo Juan Pablo II. Los correlatos concretos de este “esfuerzo evangelizador” fueron la bendición que el Papa le dio a una imagen dorada de Juan Diego, el hombre al que en 1531 se le apareció la Virgen de Guadalupe, y el anuncio de que a partir de este año, el 12 de diciembre, se celebrará a la que llamó “la morenita de Tepeyac” con el rango litúrgico de fiesta. La Virgen de Guadalupe fue fundamental para evangelizar a los aztecas y en la actualidad es la figura religiosa más venerada en el continente americano.
La visita del Papa a México también se encuentra enmarcada en el conflicto que estalló en 1994 en el estado de Chiapas y del cual el Santo Padre también habló indirectamente. “Hay que erradicar todo intento de marginación contra las poblaciones indígenas. Ello implica, en primer lugar, que se deben respetar sus tierras y los pactos contraídos con ellos; igualmente, hay que atender a sus legítimas necesidades sociales, sanitarias y culturales”, dijo Juan Pablo II. En la misa hubieron mensajes en nahuatl, quechua y navajo. Un conjunto de indígenas presenciaron la ceremonia como invitados especiales y anteayer fueron cuatro niños aborígenes los que le habían entregado al Papa un cofre con tierra mexicana para que lo besara.
Pero Juan Pablo II dedicó sus palabras más duras a otro de los temas sensibles en Latinoamérica: las consecuencias del modelo neoliberal que “haciendo referencia a una concepción economicista del hombre, considera las ganancias y las leyes del mercado como parámetros absolutos en detrimento de la dignidad y el respeto de las personas y los pueblos”

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                Qué significa la solidaridad global

Por Washington Uranga

En un diálogo informal con los periodistas durante el viaje entre Roma y México, Juan Pablo II volvió a expresar su preocupación por el riesgo que representa para el mundo la existencia de una sola potencia hegemónica y la vigencia, casi sin fisuras, de un único modelo económico apoyado en la perspectiva del libre mercado liberal capitalista. Esta misma inquietud ha estado presente en la mayoría de los documentos del magisterio católico universal de los últimos años y es uno de los puntos abordados en la exhortación apostólica “Iglesia en América” entregado ayer a los obispos del continente.
¿Por qué esta insistencia y por qué en América?
El Papa, y en general la Iglesia Católica, aún más allá de sus muchas contradicciones internas, tienen el convencimiento de que el poder sin límites de un solo polo que, por lo menos a nivel de naciones, se estructura en torno de Estados Unidos, no es bueno para la humanidad. Y más allá de las obvias diferencias con el comunismo histórico –al que la Iglesia ayudó a derrumbar– echa de menos el humanismo que la doctrina católica le ha reconocido al socialismo. El propio Juan Pablo II lo dijo hace un año en Cuba. Desde otro punto de vista el Vaticano considera que es desde los valores religiosos y espirituales –por ello también desde el cristianismo– desde donde corresponde hoy más que nunca insistir en un discurso ético que ponga en el centro del debate al hombre, su dignidad y su calidad de vida. Si no se hace desde lo religioso y si no lo hacen los cristianos, dicen, nadie lo hará.
El cuestionamiento que ha recibido la Iglesia es que su discurso en favor de los pobres y los excluidos no se traduce en hechos concretos o se reduce a lo asistencial. Por más que los dirigentes eclesiásticos insistan en que su acción “no es política” y que por lo tanto no les corresponde avanzar en ese campo, iniciativas como las que se están tomando en busca de la condonación o rebaja de la deuda externa de los países más pobres representan un avance en el terreno concreto de la operación política. El Vaticano no ha ahorrado gestiones, esfuerzos y negociaciones frente a los más importantes interlocutores de la banca y del mundo de las finanzas, incluidos el FMI y el Banco Mundial, para buscar una salida a este problema. El Papa incluye el tema en todas sus agendas con jefes de Estado y personalidades de la política internacional. Podrá decirse –tal vez no sin razón– que encontrar una solución al problema de la deuda externa es quizá la alternativa menos costosa y, a esta altura, “políticamente elegante” para los propios acreedores y que eso facilita la acción eclesiástica. Puede ser esto tan cierto como decir que el Vaticano avanza en un terreno en el que ni siquiera los políticos que se dicen progresistas se atreven a hacerlo por temor a herir intereses o simplemente aparecer como “sospechosos” de heterodoxia liberal.
Que el Papa insista en este tema en América tiene que ver, indudablemente, con la preeminencia que el cristianismo y, en particular el catolicismo, tiene en esta parte del mundo. Juan Pablo II parte de la base de que son los cristianos del Norte y del Sur de América, los ricos y los pobres, quienes desde su fe religiosa común pueden ayudar a una “solidaridad globalizada”, que puede entenderse también como distribución más justa de las riquezas, por encima de diferencias e intereses políticos y económicos. Para Juan Pablo II el final del siglo tiene que estar marcado por el sentido ético que recupera la centralidad de lo humano y los valores espirituales. En eso pone todas sus cartas porque también considera que en esa apuesta se juega la credibilidad de la misma Iglesia Católica.

 

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