|
Este país, que sostuvo como bandera la idea del crisol de razas, hoy expresa en boca de sus funcionarios una suerte de intolerancia que cada tanto resurge como parte del discurso neoliberal, con la intención de excluir a todo aquel que no sea rubio, apuesto y exitoso. Uno de los grotescos argumentos que se ha esgrimido para la justificación de dicha medida responde a la protección de la explotación y la supuesta esclavitud a la que son sometidos los indocumentados. Me permito, desde la teología judía, hacer una breve reflexión acerca de la explotación y la esclavitud, ya que para la exégesis hebrea éste siempre fue un asunto sumamente sensible. Vale la pena recordar este tema permanentemente, ya que la historia muchas veces se repite. Un gran maestro del pensamiento judío del siglo XX, el rabino Joseph Soloveichik, en su artículo "Redención y esclavitud", nos enseña que la esclavitud no es otra cosa que el movimiento que expulsa al ser humano del protagonismo de su propia vida y de la historia, transformándolo en un individuo que no puede comunicarse, transmitir su sufrimiento, ni encontrar una congregación a quien expresarle su tormento. Esta congregación puede ser desde el otro hasta un gobierno. La imposibilidad de expresión y de interlocución convierte lentamente el sufrimiento en dolor. El hombre libre se transforma en esclavo cuando el sufrimiento pasa a ser dolor, es decir cuando se acostumbra al sufrimiento y ello deja de molestarle. El dolor es simplemente el grito de un animal, es clamor de la noche, es el alarido que se pierde en la nada. Se convierte en esclavo quien anónimamente se diluye en los números de las estadísticas. Se convierte en esclavo quien no puede ser acreedor de un trabajo creativo. Se convierte en esclavo quien lentamente pierde las esperanzas de ser y sentirse alguien reconocido por él mismo y los otros. Se convierte en esclavo quien, en la transición del sufrimiento al dolor, se va acostumbrando a la sensación de inestabilidad en su trabajo, y asume esta condición como parte irremediable de su vida cotidiana. Se convierte en esclavo quien supone que ésta es la única opción humana que le queda. Lo que los verborrágicos paladines de la expulsión de indocumentados y defensores del antiesclavismo no son capaces de comprender es que el modelo que defienden con tanta vehemencia no es otra cosa que una variante posmoderna de la esclavitud, que nos somete a documentados e indocumentados por igual. Porque cuando ya no resulta obsceno el índice de desocupación, ni el salario de un docente, ni lo que recibe un jubilado, ni el estado de los hospitales públicos, ni la situación de la justicia, ni la abultada concentración de riqueza en unos pocos, ni el universo de frivolidad en el que viven muchos funcionarios, lo que se produce es cada vez más dolor y menos sufrimiento, asociándose con lo perverso, mutilando la dignidad humana y expulsando del protagonismo de la historia a la gran mayoría de los que habitamos estas tierras. * Párrafos de su prédica como rabino pronunciada el sábado en la Comunidad Bet
El. |