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Por Ariel Greco El partido se empezó a jugar antes de que comenzara. Y empezó tarde: por las exigencias o necesidades de la televisión. Con el empate de Brasil y Uruguay, a Argentina le bastaba con muy poco para ser campeón: podía hasta perder por tres goles. Por eso el conjunto de Pekerman entró relajado, inconscientemente con la cabeza en otra parte. Por su parte, Paraguay ya había tenido su premio con la igualdad de Chile y Perú. Tal vez por eso el primer tiempo fue un bodrio. Argentina jugó los 45 minutos al mismo ritmo, al tranquito. En ningún momento buscó cambiar la velocidad. Para colmo, dejó a Galletti solo de punta y todo el equipo le terminó tirando pelotazos que lo desgastaron. Atrás empezaron los cuatro, los tres del medio y Montenegro de enganche. La posición de Aimar fue indefinida: ni delantero, ni enganche. Y no pasaba nada. Como Paraguay tampoco intentaba, Argentina no pasó sobresaltos. Apenas creó una situación de gol, a los quince, que si entraba era el gol del campeonato: mandada de Milito, taco de Galletti, devolución, Montenegro para Aimar y el toque sutil que cae en el techo del arco. Fue una maravilla. Pero fue un chispazo. Al equipo se lo notó no cansado pero sí con dificultades de repentización y una llamativa imprecisión incluso en el toque corto, sintiendo el trajín de los nueve partidos en veinte días. Como si Argentina hubiera llegado a la final tenso y, al encontrarse desmotivado, se distendió, aceptó el cansancio acumulado con un suspiro. Paraguay se paró con cuatro atrás, con Cuevas --muy buen jugador-- subiendo por la punta y al ver la improductividad argentina lo mandó a jugar de delantero por izquierda. En resumen, el síntoma de cómo anduvo el equipo en esa primera etapa es que se fue silbado. Es que había muchas ganas de verlo bien. Y anduvo bien en los primeros minutos del segundo tiempo. La entrada de Castromán y de Guillermo cambió la estructura del equipo, que aunque quedó con tres atrás sin Milito (y después sufriría por ahí), fue mucho más sólido en el medio --Castromán de carrilero por derecha, Duscher pasó más cerca de Cambiasso y Rivarola del otro lado-- y ganó arriba con Guillermo, que empezó a encarar y a acompañar mejor a Galletti. Y a través de éste, una vez más, Argentina llegó al gol. Se equivocó su marcador y el goleador del Sudamericano escapó por izquierda con ventaja, tuvo tiempo incluso de mirar al medio a ver quién lo acompañaba y después eligió el primer palo con enorme categoría de goleador. 1-0 a los seis minutos y se presentaba todo ideal para Argentina. Después de un rato de continuidad en el dominio argentino, Paraguay capturó la pelota, se paró de contra y las situaciones hasta el final fueron repartidas. Porque si bien Argentina tuvo un par en los pies de Guillermo y de Montenegro, la notable labor de Cuevas, mandándose por la derecha, le dio oportunidades claras a los paraguayos. Había mucha distancia entre volantes y delanteros y los arrestos de Guillermo tenían poca compañía. En resumen, el triunfo del campeón estuvo bien. Regulando, jugando bien cuando podía, con inteligencia siempre y sin regalar nada. Una síntesis de lo que fue su actuación durante todo el torneo.
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