El arma secreta de Clinton |
Aunque con más discreción que Carlos Menem y Pedro Pou, sus colegas norteamericanos, Bill Clinton y Alan Greenspan, encargaron a un comité de expertos el estudio de un audaz proyecto, concebido como una temeraria jugada para enfrentar el desafío del euro y aventar los temores de una devaluación del dólar: la pesificación de la economía estadounidense. Analicen qué pasaría si Estados Unidos eliminara el dólar y adoptase el peso argentino en su lugar, fue la lacónica instrucción transmitida a los técnicos. Aunque su ímproba labor no les permitió alcanzar aún ninguna conclusión definitiva, mediante modelos de simulación y cientos de reservadas consultas a gurúes, brokers, traders y pundits, incluyendo una reunión de dos jornadas con Guillermo Calvo, redondearon los siguientes resultados preliminares. El primero es que el solo anuncio de la supresión del dólar y su reemplazo por el peso podría desatar ondas de pánico en los mercados financieros de todo el mundo, con violenta suba del oro e inflación por una masiva fuga hacia bienes refugio. Sin embargo, los entendidos confían en detener la corrida a tiempo, convenciendo a los operadores de que el peso cobraría un vigor desconocido al contar como respaldo a la economía norteamericana, la mayor del orbe, en lugar de la frágil y desindustrializada economía argentina. Pocos comparten, no obstante, este optimismo, ya que también desaparecería la Reserva Federal (banca central estadounidense), quedando supeditada la política económica de los EE.UU. a la estrategia monetaria del BCRA. Este, a diferencia del organismo que preside Greenspan, no monitorea las necesidades de la economía, prefiriendo no tocar la tasa de interés ni usar ningún otro instrumento regulador. Esta actitud desertora temen en Washington privaría de oportunos contrapesos a los ciclos económicos, con lo que se acentuarían los auges y las recesiones, con gran aumento de la incertidumbre. Como primer paso, Estados Unidos negociaría una Alianza Monetaria Especial con Buenos Aires. Tan pronto se firme el correspondiente Tratado y sea ratificado por los parlamentos de ambos países, EE.UU. canjearía por pesos todos los billetes de dólar circulantes, y renominaría en moneda argentina los depósitos bancarios y la totalidad de sus bonos. Como Washington carece absolutamente de pesos, pues no los consideró nunca como moneda de reserva y ni siquiera de cambio, debería obtener de Pedro Pou y Armando Gostanian la provisión de una cifra que, según estimaciones provisorias, rondaría los 18 billones de pesos, cerca de 60 veces el PBI argentino. Estos gigantescos embarques de pesos serían pagados por Estados Unidos, parte en especie, parte en terceras divisas, parte en bonos del Tesoro. Según el comité de analistas, éste sería, para la Unión, el costo de renunciar al señoreaje monetario, cediéndoselo a la Argentina, sin contar otras consecuencias, de naturaleza emocional, como la sustitución de los propios próceres, de Jefferson a Grant, por otros que resultan exóticos para el norteamericano medio, como San Martín o Belgrano, con cuyos retratos deberán familiarizarse. Se considera que este trauma acelerará en EE.UU. la definitiva sustitución del papel moneda por los medios plásticos y electrónicos de pago. Como elemento a favor, el informe computa que, siendo la productividad norteamericana varias veces superior a la argentina, a Estados Unidos le costaría mucho menos esfuerzo adoptar la paridad del peso que los tremendos sacrificios que viene asumiendo la Argentina desde que estableció la equivalencia peso/dólar en 1991. Como recomendación tentativa, los entendidos aconsejan acelerar al máximo el planteo de la Alianza Monetaria con adopción del peso, anticipándose al pedido inverso que se propone efectuarle a la Casa Blanca el gobierno del presidente Menem.
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