Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


El viento marplatense al menos
sirve para volar en parapente

Con el sol esquivo, la moda es tirarse en vuelos de bautismo. Los turistas pagan 40 pesos para flotar en el aire 20 minutos.

Sólo en Playa Varesse hay un promedio de 30 vuelos por día.
Los dos pilotos reconocen que ya no dan abasto con la demanda.

na16fo01.jpg (8333 bytes)

Desde Mar del Plata

t.gif (67 bytes) “Uno en el suelo lo ve todo en escala del uno. Pero ahí arriba es distinto. Te crees dueño de todo. Si pasa un pájaro al lado, hasta pensás cómo yo, que soy hombre, no puedo volar”. Alberto Abbate tiene algo de extraterreno. Está acodado sobre la rambla en Playa Varesse, uno de los tres puntos marplatenses donde este año confluye el nuevo boom: veraneantes en busca de adrenalina lograda a fuerza de estar veinte minutos volando en un parapente. Sólo en Playa Varesse, alrededor de 30 turistas por día pagan los 40 pesos necesarios para quedar suspendidos por dos alas de hule. Alberto prefiere no hablar de ese deporte como moda sino de una búsqueda alternativa al circuito consumista tradicional. Pero reconoce que ya la demanda lo está superando y que a veces no da abasto para sublimar tantas ganas de flotar en el aire.
En la rambla hay viento sobradamente fuerte para el vuelo y sin perspectivas de cambio. El piloto enciende en forma reiterada un aparato que mide el viento. Es para él una especie de amuleto metálico. Espera extasiado el cese de los 30 kilómetros por hora que marca la pantalla. El parapente no funciona si la corriente invisible no se mantiene entre 18 y 25 kilómetros. Más es peligroso, menos no basta para levantar vuelo. Por eso Mar del Plata es zona apta para el deporte, aunque en verano los parapentistas sólo consiguen elevarse cuatro de cada diez días.
Para mantener suspensión y ascenso bastan los brazos del piloto. Aun con la presencia de un acompañante: en los vuelos de bautismo, el turista va enganchado al piloto con un arnés. Son las mujeres quienes más se entusiasman con una vuelta por el aire. “Los que vienen tienen un promedio de 35 años y es increíble –se sorprende Alberto–: son las mujeres las que lo piden”. Llegan en pareja y, ante la impertinencia femenina, es el hombre quien, para no quedar rezagado, accede a ser bautizado.
En Mar del Plata hay tres zonas donde planear: acantilados, Varesse y las sierras de La Peregrina. “En estos lugares encontrás todas las direcciones de viento –descifra el piloto–. De noche pocas veces es posible lanzarse en parapente y sólo hay que hacerlo en el centro, porque está iluminado. Pero es muy fuerte cuando salís a las 2 de la mañana, y planeás cerca del mar hasta el amanecer”.
Cada vuelo se vive con unción religiosa. Alberto lo sabe desde hace cinco años: “Siempre quise volar, desde pibito. Es el sueño de cualquier hombre y yo puedo asegurar que lo conseguí”. Tiene 28 años y desde chico arma planeadores en madera balsa. De adolescente mudó su historia de Mendoza a Mar del Plata. “Pensé estudiar escenografía –cuenta–, después me metí como peluquero, hasta que empecé a volar. Y ahora puedo hacer lo que me gusta”. Hay demasiada devoción a ese océano hecho de aire. “El día es lindo o feo de acuerdo al viento”, dice. Y otra vez vuelve a mirar el cielo para entender conspiraciones invisibles: “Por más que esté nublado, o si el día es hermoso pero no hay viento, no es un día lindo. Si está para volar, aunque haga frío, el día está bárbaro”. El deporte se convierte en obsesión. “Apenas te levantás, aunque tengas que trabajar, no dejás de mirar dónde va el viento, y pensás si es día de vuelo o no”.
Junto a Alberto está Graciela Pompar, que también es piloto. “Toda la vida quise volar –dice y se cubre del viento–, vivo en Mar del Plata y lo más cercano que tenía eran las gaviotas. Cuando las veía, me parecía fantástico lo que podían hacer”. El presupuesto estrecho hacía descartar cursos de piloto, hasta que a su ciudad llegó un grupo de aviadores cuyanos. “Me mostraron un parapente de 15 kilos y el aladelta de 30. Había que subir a sierra La Brava, que tiene unos 180 metros. Yo era re-urbana, en mi vida había hecho un campamento, pero cuando vi eso, dije: me gusta el parapente”.
Esa falta de mística hacia la naturaleza se diluyó en Graciela: ahora, cualquier actividad que encare queda subordinada al viento. Estudiabaarquitectura pero dejó porque –lo suscribe con naturalidad– los planos le restaban demasiadas horas de vuelo.
Hay rutinas que en verano se ordenan de acuerdo al turismo. Un año atrás, Alberto no conseguía diez clientes diarios para los vuelos de bautismo. Hoy en Varesse son dos los pilotos. “Me piden a veces hasta 15 vuelos y no doy abasto”, parece que se quejara.

 

Un éxito de mal tiempo

A pesar del mal tiempo, los turistas siguen llegando a Mar del Plata y ya suman 900.000 los que han arribado entre el 1º y el 25 de enero, cifra que supera las de los dos últimos años para este mes. Los 20 grados de temperatura y los nubarrones que oscurecen el cielo no son suficientes para hacer recular a los veraneantes, que prefieren amontonarse en las calles y centros de recreación antes que volver a casa. Algunos, muy pocos, con mate y campera en mano, deciden aprovechar la estadía en la ciudad para estar junto al mar, aun a costa de enfrentarse a las lluvias, al viento, y a la arena que les pega en las piernas.

 

PRINCIPAL