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COMO SE DEGRADAN LAS REPRESENTACIONES COLECTIVAS EN LAS ENTIDADES PUBLICAS
Las instituciones despilfarradas

Las instituciones públicas están socavadas desde adentro por factores psicosociales, y esto permite que, desde afuera, se las ataque o privatice. Así lo desarrolla este ensayo, que examina los servicios de psicopatología y la universidad.

Hall central de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.
“Pero, ¿qué pretendés, no ves que es gratis?”, decía un alumno, abordado en una investigación.

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Por Ana Fernández *

t.gif (67 bytes) La dictadura militar y el terrorismo de Estado dejaron en el funcionamiento de las instituciones marcas cuya complejidad aún no han podido calibrarse, pero no pueden atribuirse a esta única causa todos los extraños procesos que registra el trabajo en el interior de las instituciones. No estallaron, ni están estalladas. Son estalladas. Presentan una suerte de desfondamiento institucional que es difícil de teorizar.
Las asesorías institucionales que la cátedra I de Teoría y Técnica de Grupos realizó en instituciones públicas hicieron presente, a través de diversas situaciones, una pinza de vaciamiento que tiene un brazo exterior –las políticas de la privatización– y un brazo interior, menos explícito pero no menos eficaz, que desfonda a lo público desde adentro.
En las áreas hospitalarias del mundo “psi”, el establecimiento de corporaciones privadas en lo público fue consolidando valoraciones, pactos, apropiaciones de territorios por parte de instituciones profesionales que, al no interesarse por las posibilidades asistenciales, preventivas y comunitarias que la realidad hospitalaria podía y debía desplegar, relegaron los espacios hospitalarios como lugares degradados de la atención privada, despilfarrando el dispositivo público al no implementar sus recursos específicos. Este proceso precedió a recortes presupuestarios y privatizaciones.
Un modelo único se imponía, en el marco de un camino despoblado de opositores. Lo más avanzado en el trabajo hospitalario había sido insilado, exilado, desaparecido. Los que habían quedado no sólo tenían miedo: eran desconocidos por sus nuevos colegas, que no daban crédito a saberes previos a su llegada. Huérfanos de sus habituales referentes, permanecían en silencio.
Con el comienzo de la democracia se abría la posibilidad de reinventar los dispositivos específicos del trabajo hospitalario, pero esta posición no prosperó. Hoy vemos cómo el trabajo se desgrana en atomizaciones; los profesionales desconocen la historia asistencial, preventiva y comunitaria de muchos de los hospitales donde trabajan; el trabajo en equipo es una rareza; la población que, luego de la primera entrevista, continúa concurriendo a los servicios de psicopatología, es clase media empobrecida: los sectores pobres y marginales, salvo en las situaciones de internación, suelen no tener cabida en abordajes que no logran ubicar modos de trabajo específicos para dichas poblaciones.
Por ejemplo, que los profesionales jóvenes del Hospital Interzonal de Agudos Evita desconozcan la historia “del Lanús” no es mera desinformación, ni es mero efecto de la dictadura. Sus jefes, sus docentes, sus supervisores han silenciado una historia institucional que fue fundacional de cuestiones básicas, tales como que la riqueza de las instituciones consiste en la pluralidad de orientaciones y formas de abordaje que puedan sostener.
¿Por qué renegaron de la historia? No fue sólo el miedo. No puede afirmarse que haya sido el cálculo pero el desalojo de la historia institucional dio muy buenas ganancias. La renegación de la historia fue parte de una estrategia que supo desfondar el potencial colectivo institucional. Instituciones que son estalladas en tanto ya no hay un colectivo público –necesariamente heterogéneo– que produce la diversidad de sus intervenciones, desde sus memorias y en función de sus proyectos políticos de lo público en salud. Sólo hay discursos –y prácticas– del Amo, monitoreados desde instituciones –e intereses– privados. Lo público, mero escenario-vitrina-vidriera de lo privado.
Maoístas, amoístas
El discurso y las prácticas del Amo cuentan entre sus mecanismos más eficaces el desconocimiento de las diferencias: se ignora, se descalifica toda otra opción que no sea la propia. En tal sentido ha sido funcional la renegación de la historia que como tal sólo puede ser historia de diversidades, diferencias y conflictos. Renegación de la historia: denegación, desconocimiento, descalificación y desalojo de las diferencias: estrategias combinadas de un dispositivo que fue hegemónico en Argentina durante los 80 y parte de los 90 en los ámbitos hospitalarios y académicos del mundo “psi”.
¿Cuál era la realidad insoportable que hubo que desmentir con un sistema de creencias? Lo primero que aparece es la represión por parte de la dictadura. Pero no fue sólo eso. En los servicios se estableció un modo de funcionamiento que barría de legitimidad a todo dispositivo anterior. La dictadura había aniquilado a muchos de sus actores por subversivos. Ahora se desterraban sus prácticas y se deshistorizaba su existencia institucional al no debatir con los procedimientos que contaba la historia de un servicio. El efecto fue: sólo lo nuevo tiene valor. Ningún análisis crítico de lo anterior –salvo cuando fuera imprescindible–; más bien hacer como que no existió. Negar existencia, desaparecer.
En el camino acelerado de la construcción de hegemonía, lo que se ponía en juego era alguna frase, breve pero que permitiera un rápido descarte, de los dispositivos que hacían diferencias con este “modelo único” que ocupaba todos los espacios con contundencia y fuerte implicación “militante”.
Muchos de los nuevos referentes provenían de militancia de diverso riesgo, arrastraban variados y respetables desencantos de marxismos y peronismos, también diversos. Ahora importaban un modo de “establecerse” en servicios que previamente habían sido devastados o paralizados por la represión. Paradojas de época: se desalojaban, por desencantos y miedos, causas políticas, pero se reciclaban metodologías verticalistas. Cambio de causa, pero reproducción-repetición de métodos, estrategias y criterios de verdad única.
El nuevo verticalismo institucional presentaba por lo menos tres estrategias combinadas: una “línea” que producen las cúpulas y “bajan” para su aplicación; fuerte criterio expansionista, en pos de la acumulación de fuerzas; una modalidad institucional que nunca planteó “somos los mejores” e intentó demostrarlo, sino que actuó en otra clave: “Somos los únicos. Nada aquí existía antes de nuestra llegada”.
Después de tantas derrotas era necesaria alguna victoria. En un mundo que se había derrumbado en lo político, en lo ideológico, y para muchos también en lo personal, un campo teórico-profesional ofrecía fascinación, en tanto se lo exhibía completo. Unos modos de instituir que, en su verticalidad, en la contundencia de sus imaginarias certezas, amparaba de un afuera desquiciado.
Fue muy alto el precio que el campo teórico-profesional ya hegemónico tuvo que pagar –y paga– por ser ofrecido como completo. Construyó hegemonía –que no es poco–, pero también instituyó procesos de dogmatización de un cuerpo teórico que en su riqueza, en su deslumbrante complejidad y fundamentalmente en su potencia subvertidora, hubiera merecido el respeto de la polémica, la legitimidad de la diversidad de sus latencias y el juego infinito de sus múltiples interpretaciones.
Sin embargo, esta suerte de “maoísmo” institucional fue perdiendo potencia en tanto gastaba energías valiosísimas en internas que sólo disputaban entre sí posiciones de poder.
La hegemonía construida velozmente en los 80, promediando los 90 comienza a evidenciar sus fisuras; éstas se amplían en la medida en que la tan mentada caída de los grandes relatos vuelve cada vez más insostenibles unas teorías y unas clínicas sustentadas como gran verdad. Mientras losjóvenes de los 80 se fascinaban con estas teorías totales, de absoluta completud, los de los 90 comienzan a mostrarse desconfiados, reticentes, frente a teorías y clínicas trasmitidas como sistemas de creencias y autores-maestros enseñados como próceres.
Este posicionamiento no sólo es una cuestión de sensibilidad de época. Teorías y maestros de grandes verdades deben convivir con las frustraciones de un no lugar profesional para los jóvenes. La tensión completud teórica-carencia profesional suele resolverse relativizando las verdades aprendidas o buscando otros ámbitos de formación que garanticen salida laboral.
Testigos de Jehová
En la universidad, los estudiantes desconocen-descreen del cogobierno. No hablan de agrupaciones, sino de partidos políticos y a sus compañeros miembros de los centros de estudiantes y los consejos no los ven como estudiantes, sino como miembros de organizaciones partidarias cuyas actividades son ajenas y desconocidas. Un ejemplo lo presenta una dramatización donde los alumnos denominaban a los integrantes del centro de estudiantes que van a hablar por las aulas cuando hay elecciones “Testigos de Jehová”, porque “son tan inoportunos como aquéllos cuando te tocan el timbre el domingo a las once de la mañana”.
Hace espejo con esta situación un criterio gerencial de la política en los lugares de conducción, que descree de o no sabe posibilitar la participación colectiva. Y oposiciones –cuando existen– que intentan quitar base de sustentación a la conducción de turno, pero sin producir propuestas alternativas y, lo que es más grave, se posicionan por fuera de la gestión. Pareciera aplanarse la idea de alianza de mayoría y minoría para la conducción. Como efecto, no hay política de claustros.
Desfondado el sentido del cogobierno, uno de los sentidos organizadores de la universidad pública puede caer de hecho. Y esto es tanto o más grave que las reducciones presupuestarias ya que desfonda las potencialidades del colectivo político.
También aquí puede observarse un aplanamiento de la diversidad y el debilitamiento de un eje central del funcionamiento institucional: consenso en la distribución de los espacios y juego reglado de las diferencias. De todos modos, la realidad universitaria no presenta aún signos tan evidentes de atomización como muchos servicios de salud mental.
Ciertas transformaciones en la producción de subjetividad merecen subrayarse. Cuando una alumna dice frente a otra que reclama por el bajo nivel docente: “Pero, ¿qué pretendés, no ves que es gratis?”, es otra idea de lo público. Cuando un alumno dice, frente a su resistencia a firmar la asistencia obligatoria, “si la universidad es pública, ¿por qué no puedo hacer lo que quiero?”, esto es más que una picardía juvenil. Hay allí otra idea del sentido de lo público, pero también otra idea de la libertad personal. Cuando un docente justifica el no cumplimiento de una obligación reglamentaria “porque no es mi deseo”, hay algo más que una equivocación. Se ha puesto en juego otra idea de individuo libre.
Aquel fuerte organizador de sentido de la Modernidad, que motorizaba las conquistas de las libertades público-políticas, parece estar dejando paso a una idea de libertad personal más psicológica que política, donde toda reglamentación –consenso regulador de deberes y derechos– es visibilizada como autoritaria. Es el paso de las libertades políticas, supuestamente ya conquistadas, a las libertades psicológicas.
Esto va acompañado de una psicologización de lo social; la formación de una cultura psicológica que naturaliza explicaciones de la interioridad psíquica para fenómenos institucionales y sociales. Se produce un desinvestimiento de lo público en favor de lo personal (lo íntimo) concomitante con una desustancialización del yo, el cuerpo y los valores. No es difícil comprender que, ante la caída de los diversos resortes -tanto públicos como privados– que regulan el accionar de las personas, el síndrome vedette de la época sea el síndrome de pánico.
Cuando los procesos de identificaciones tempranas no se articulan con procesos psicosociales de “identificaciones” institucionales, son psiquismos sin anclaje. Freud, para estudiar el yo, tuvo que pensar las “masas”: instituciones. El sujeto hace masa para ser sujeto. Esto no es meramente estar con otros: implica la inscripción de los procesos identificatorios (lo singular) en sus referentes institucionales (lo colectivo). Ya Elliot Jacques decía que las instituciones defienden ante las ansiedades básicas.
Si los reglamentos han perdido sentido y las infracciones no tienen sanción, las instituciones dejan de ser ordenadoras de sentido y reguladoras de prácticas. Dejan de producir los amparos imprescindibles para la producción de modos de subjetivación que distingan con claridad el bien del mal, lo público de lo privado y que puedan articular negociaciones legales entre deberes y derechos.
Frente a tanta subjetividad que no puede constituir sujeto, la cuestión no pasa por mirar con nostalgia las clásicas neurosis disciplinarias; como decía Deleuze, “no hay lugar para el temor ni para la esperanza, sólo cabe buscar nuevas armas”.

* Profesora titular de Teoría y Técnica de Grupos de la Facultad de Psicología de la UBA. Texto extractado del libro Instituciones estalladas, de próxima aparición (Eudeba).

 

POSDATA


Elecciones.
El Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires convoca a elecciones para directores de la Caja de Seguridad Social, para el 14 de marzo. Presentación de listas, hasta el 12 de febrero.
Clínica. “Las dimensiones de la clínica”: seminario de posgrado coordinado por Ernesto Márquez, desde el martes 6 de abril de 11 a 13 en el Hospital Borda. Departamento de Docencia, 304-1264. Gratuito.
Web. Web site Campo Grupal, dedicado a la psicología grupal y social: http://www.geocities.com/Soho/Museum/9653.
Erótica. “Causas, escenas y razones de la vida erótica”, seminario por Ricardo Estacolchic y Sergio Rodríguez desde el segundo martes de marzo de 20.30 a 22. 4855-9981, 4856-1792.
Relacional. “Curso de terapia sistémica relacional” en Cefyp. 801-3485.

 

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