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Crisol de razas, las pelotas

Por Eduardo Grüner


t.gif (862 bytes) El bueno del doctor Sigmund Freud habla (en la  Psicología de las masas, si no me equivoco) del síndrome del “narcisismo de la pequeña diferencia”, por el cual se suele odiar tanto más al Otro cuando ese Otro más se nos parece. Entonces, quizá lo que haya en el fondo del racismo no sea, como suele decirse, la intolerancia por la diferencia, sino más bien la intolerancia por la semejanza, que hace que construyamos una diferencia artificial e imaginaria para explicar el odio, o el miedo. Como diría Borges: no sentimos horror porque soñamos con un monstruo, sino que soñamos con un monstruo para explicar el horror que sentimos. Y, como se sabe, los sueños -.y sobre todo las pesadillas-. son un material apto para la producción de interpretaciones interesadas y destinadas al engaño de los incautos.
Hablemos pues, bajo esta rúbrica, de uno de esos fenómenos que antes se llamaban dialécticos: la clase dirigente argentina (que siempre pensó a “su” país como “otro mundo”, con Dios propio y todo) ha venido a descubrir, últimamente, que al mismo tiempo que se ha entregado atada de pies y manos a las relaciones carnales con el Primer Mundo..., ha ingresado plenamente al Tercero, justamente cuando esas denominaciones parecen haber perdido sentido -.aunque no es así: en buena lógica, que haya desaparecido el Segundo no significa que no persistan el Primero y el Tercero-.. Quiero decir: por un lado, parece que tenemos los mismos “problemas” migratorios que Europa o los EE.UU., sólo que en lugar de turcos, senegaleses, paquistaníes o chicanos, aquí tenemos “perucas”, “bolitas”, “chilotes” o “paraguas”; por otro lado, tenemos unos índices de desocupación y pobreza que nos ponen más cerca de Perú, Bolivia o Paraguay que de Inglaterra, Francia u Holanda (ni hablar de EE.UU., donde hoy hay prácticamente pleno empleo)..., sólo que nuestros desocupados no tienen a dónde migrar: ¿a dónde se irían a buscar empleo?, ¿a Brasil? Esta es la pesadilla; veamos cómo se la interpreta.
En este contexto, la promulgación de una nueva Ley de Residencia .además de constituir una canallada ideológica y política y una nueva demostración de la falsedad del discurso oficial sobre el “crisol de razas”-. es un irrisorio dislate: nadie puede seriamente demostrar, con números en la mano, que nuestros “hermanos latinoamericanos” inmigrados son los responsables primarios de la pérdida del trabajo de los argentinos, o del crecimiento de la inseguridad y la violencia social, así como nadie puede demostrar, con números en la mano, que los casi mil millones de musulmanes que hay en el mundo son todos fundamentalistas tirabombas (y ya se sabe que las generalizaciones extemporáneas son el ABC de todo discurso demagógico.autoritario indemostrable).
Pero, por supuesto, aquí no se trata de demostrar nada: aquí se trata de, una vez más, manipular una opinión pública sensibilizada por las muy reales catástrofes actuales de la sociedad argentina causadas por una “clase dirigente” argentina que es pionera de las políticas económicas que -.en otros países de Latinoamérica-. expulsan mano de obra más allá de las fronteras.
O sea, nueva vuelta de tuerca de la dialéctica: de una selectiva dialéctica de clase, que se excusa detrás del argumento de la “explotación” de los inmigrantes (de paso insultando la inteligencia no sólo de esos inmigrantes, sino de todos los argentinos) mientras permite y promueve que la flexibilidad laboral superexplote a los trabajadores recién llegados como a los que ya están; de una selectiva dialéctica de clase, que de pronto inaugura el concepto de un “nacionalismo laboral” mientras termina de malvender todo lo poco que quedaba de “nacional” (incluida, parece ser, la moneda); de una selectiva dialéctica de clase, que clama al cielo contra los trabajadores foráneos pero por supuesto que no contra los capitales ídem que especulan cruel y desvergonzadamente conel producto del trabajo argentino; de una selectiva dialéctica de clase, que olvida prolijamente mencionar que la agitación del fantasma de los extranjeros ladrones del trabajo argentino (aun cuando ellos no sean estadísticamente significativos, como prueban los números que no lo son) basta para crear la imagen de un igualmente fantasmal “ejército industrial de reserva” que presiona sobre los salarios y la estabilidad de los puestos de trabajo argentinos, realimentando la pesadilla de la flexibilidad y la superexplotación. Para no mencionar, en un contexto más amplio, la ironía trágica de que los trabajadores tengan que pelear para conseguir jornadas de trabajo abusivas donde los superexploten, cuando la civilización marcha hacia la reducción de la jornada laboral (hipotéticamente, incluso, hacia su supresión).
O sea: como nos dicen los posmodernos, las clases no existen, pero que las hay, las hay. Y su secular conflicto, también lo hay: que los trabajadores, por múltiples y complejas razones, no parezcan ofrecer resistencia no significa que no haya “lucha de clases”; sólo significa que los trabajadores la van perdiendo.
En fin: es posible que, al menos por un tiempo, la manipulación ideológica dé algún resultado (¿por qué no? Hitler empezó así; y vale la pena recordar que tuvo sus mejores éxitos electorales en los períodos de mayor desocupación y depresión de los salarios): el “narcisismo de la pequeña diferencia” quizá sea constitutivo de la naturaleza humana; y Sartre pensaba que tal vez cierto grado de inconsciente racismo es siempre inevitable: después de todo, aún creyéndose “progre”, es necesario ser un poco racista para pensar que el “diferente” debe ser tolerado -.como si sólo nuestra benevolente tolerancia le diera derecho a la existencia y al trabajo-.. Pero aprovecharse de esas mezquindades humanas, demasiado humanas, para distraer la atención de los verdaderos y urgentes problemas argentinos es, repitámoslo con todas las letras, una canallada

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