El bueno del doctor
Sigmund Freud habla (en la Psicología de las masas, si no me equivoco) del
síndrome del narcisismo de la pequeña diferencia, por el cual se suele odiar
tanto más al Otro cuando ese Otro más se nos parece. Entonces, quizá lo que haya en el
fondo del racismo no sea, como suele decirse, la intolerancia por la diferencia, sino más
bien la intolerancia por la semejanza, que hace que construyamos una diferencia artificial
e imaginaria para explicar el odio, o el miedo. Como diría Borges: no sentimos horror
porque soñamos con un monstruo, sino que soñamos con un monstruo para explicar el horror
que sentimos. Y, como se sabe, los sueños -.y sobre todo las pesadillas-. son un material
apto para la producción de interpretaciones interesadas y destinadas al engaño de los
incautos.
Hablemos pues, bajo esta rúbrica, de uno de esos fenómenos que antes se llamaban
dialécticos: la clase dirigente argentina (que siempre pensó a su país como
otro mundo, con Dios propio y todo) ha venido a descubrir, últimamente, que
al mismo tiempo que se ha entregado atada de pies y manos a las relaciones carnales con el
Primer Mundo..., ha ingresado plenamente al Tercero, justamente cuando esas denominaciones
parecen haber perdido sentido -.aunque no es así: en buena lógica, que haya desaparecido
el Segundo no significa que no persistan el Primero y el Tercero-.. Quiero decir: por un
lado, parece que tenemos los mismos problemas migratorios que Europa o los
EE.UU., sólo que en lugar de turcos, senegaleses, paquistaníes o chicanos, aquí tenemos
perucas, bolitas, chilotes o paraguas; por
otro lado, tenemos unos índices de desocupación y pobreza que nos ponen más cerca de
Perú, Bolivia o Paraguay que de Inglaterra, Francia u Holanda (ni hablar de EE.UU., donde
hoy hay prácticamente pleno empleo)..., sólo que nuestros desocupados no tienen a dónde
migrar: ¿a dónde se irían a buscar empleo?, ¿a Brasil? Esta es la pesadilla; veamos
cómo se la interpreta.
En este contexto, la promulgación de una nueva Ley de Residencia .además de constituir
una canallada ideológica y política y una nueva demostración de la falsedad del
discurso oficial sobre el crisol de razas-. es un irrisorio dislate: nadie
puede seriamente demostrar, con números en la mano, que nuestros hermanos
latinoamericanos inmigrados son los responsables primarios de la pérdida del
trabajo de los argentinos, o del crecimiento de la inseguridad y la violencia social, así
como nadie puede demostrar, con números en la mano, que los casi mil millones de
musulmanes que hay en el mundo son todos fundamentalistas tirabombas (y ya se sabe que las
generalizaciones extemporáneas son el ABC de todo discurso demagógico.autoritario
indemostrable).
Pero, por supuesto, aquí no se trata de demostrar nada: aquí se trata de, una vez más,
manipular una opinión pública sensibilizada por las muy reales catástrofes actuales de
la sociedad argentina causadas por una clase dirigente argentina que es
pionera de las políticas económicas que -.en otros países de Latinoamérica-. expulsan
mano de obra más allá de las fronteras.
O sea, nueva vuelta de tuerca de la dialéctica: de una selectiva dialéctica de clase,
que se excusa detrás del argumento de la explotación de los inmigrantes (de
paso insultando la inteligencia no sólo de esos inmigrantes, sino de todos los
argentinos) mientras permite y promueve que la flexibilidad laboral superexplote a los
trabajadores recién llegados como a los que ya están; de una selectiva dialéctica de
clase, que de pronto inaugura el concepto de un nacionalismo laboral mientras
termina de malvender todo lo poco que quedaba de nacional (incluida, parece
ser, la moneda); de una selectiva dialéctica de clase, que clama al cielo contra los
trabajadores foráneos pero por supuesto que no contra los capitales ídem que especulan
cruel y desvergonzadamente conel producto del trabajo argentino; de una selectiva
dialéctica de clase, que olvida prolijamente mencionar que la agitación del fantasma de
los extranjeros ladrones del trabajo argentino (aun cuando ellos no sean estadísticamente
significativos, como prueban los números que no lo son) basta para crear la imagen de un
igualmente fantasmal ejército industrial de reserva que presiona sobre los
salarios y la estabilidad de los puestos de trabajo argentinos, realimentando la pesadilla
de la flexibilidad y la superexplotación. Para no mencionar, en un contexto más amplio,
la ironía trágica de que los trabajadores tengan que pelear para conseguir jornadas de
trabajo abusivas donde los superexploten, cuando la civilización marcha hacia la
reducción de la jornada laboral (hipotéticamente, incluso, hacia su supresión).
O sea: como nos dicen los posmodernos, las clases no existen, pero que las hay, las hay. Y
su secular conflicto, también lo hay: que los trabajadores, por múltiples y complejas
razones, no parezcan ofrecer resistencia no significa que no haya lucha de
clases; sólo significa que los trabajadores la van perdiendo.
En fin: es posible que, al menos por un tiempo, la manipulación ideológica dé algún
resultado (¿por qué no? Hitler empezó así; y vale la pena recordar que tuvo sus
mejores éxitos electorales en los períodos de mayor desocupación y depresión de los
salarios): el narcisismo de la pequeña diferencia quizá sea constitutivo de
la naturaleza humana; y Sartre pensaba que tal vez cierto grado de inconsciente racismo es
siempre inevitable: después de todo, aún creyéndose progre, es necesario
ser un poco racista para pensar que el diferente debe ser tolerado -.como si
sólo nuestra benevolente tolerancia le diera derecho a la existencia y al trabajo-.. Pero
aprovecharse de esas mezquindades humanas, demasiado humanas, para distraer la atención
de los verdaderos y urgentes problemas argentinos es, repitámoslo con todas las letras,
una canallada
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