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Por Máximo Eseverri Fabián Fattore, de 32 años, vivió en Buenos Aires hasta los 26, se recibió de sociólogo en la UBA y en 1992 se fue a estudiar cine a España por un año, para probar. Hace un mes volvió con el pretexto de la realización de filmar su ópera prima. Línea sur es un atípico documental que incluye textos de Osvaldo Soriano, que el director recopiló de recortes de Página/12 que un allegado le mandaba a su departamento de Barcelona. No es oportunismo, se ataja por el segundo aniversario de la muerte del escritor. Comenzamos a trabajar antes de que él muriera, pero por una cuestión de timidez, tal vez, nunca entramos en contacto con él. Aunque incluye textos de ficción, Línea sur no es un docudrama. El docudrama explica el director en entrevista con Página/12 incluye la reproducción de situaciones reales para la cámara. Aquí se trata de rastrear las marcas de Soriano en la Patagonia actual. Se ve la realidad y se lo escucha a él. La película tendrá testimonios de personas que fueron incluidas por Soriano en sus textos, que el equipo ubicó y entrevistó, como el chofer que llevaba jóvenes a jugar un partido con los ingleses, y el que ganaba se quedaba con las Malvinas, o un personaje de bar que el escritor incluyó en uno de sus relatos. También hay otros habitantes del sur, desde un artesano hasta un trabajador ferroviario, que aparecen y cuentan ellos mismos sus cosas. Aunque Fattore ya había leído A sus plantas rendido un león o Cuarteles de invierno, el auténtico disparador de Frontera sur fueron las contratapas que Soriano publicaba en este diario, como Conexión internacional o las que hablan de su padre, que son las que más retratan el sur argentino. Supongo que en la incursión sobre la obra de Soriano había, de mi parte, una necesidad de recrear la Argentina más allá del paisaje, opina el director. Para él, repasar las contratapas era conectar con el humor y el lenguaje argentinos, con los chistes y los recuerdos cercanos y lejanos, con el peronismo. Aunque Soriano está muy difundido en Italia y Francia, no lo está tanto en España, y las contratapas fueron la forma de no perder contacto con la producción del escritor. Extrañaba muchísimo, bah, se ríe hoy. Mientras leía los recortes en Barcelona, Fattore daba forma de a poco a un guión sobre una troupe de circo, pensado para una película de caminos que transcurriera en el sur de país natal. A fines de 1994 volvió momentáneamente para recorrer Río Negro y Chubut a mochila, a la caza de locaciones con su cámara fotográfica. Lo primero que me impactó fue una cuestión de imagen pictórica recuerda. Además, es un hecho que en Europa la Patagonia vende, y los productores lo saben. Cuando vivió de cerca la línea sur de los trenes argentinos (que por entonces estaba en desintegración), la realidad lo hizo cambiar de planes. Sin llegar al extremo de decidirme a hacer cine social, en mi propia visión del cine se empezó a resquebrajar la ficción convencional, recuerda. También por esa época vio en España un ciclo del director iraní Habbas Kiarostami, con films como ¿Dónde está la casa de mi amigo?, La vida continúa o Bajo los olivos, que forman una trilogía que transcurre en Koker, a 400 kilómetros de Teherán. Aunque hace ficción, para Fattore lo de Kiarostami es un neorrealismo, películas donde la cámara está como ausente, casi documentales. En su último viaje, el director notó un parecido no sólo geográfico sino también social entre la zona africana y la latinoamericana. El documental retratará la vida de los pueblos que, fundados sobre las vías del ferrocarril que hoy une Viedma y Bariloche, desde Valcheta hasta Jacobacci, forman parte de una comunidad de poblados como El Maitén o Ñorquinco. Toda la zona es conocida como la meseta del Somoncura. En la segunda parte del rodaje, que comenzará hacia setiembre de este año, incorporará muchos de estos lugares, que están apartados del trayecto ferroviario, al film. Sin apoyo de institución o productora alguna, Fattore y su equipo (que cuenta con varios europeos entre su staff, quecombinan el trabajo con el turismo) se lanzaron a filmar como cooperativa en lugares como Ramos Mexía, Los Menucos o Sierra Colorada. Los jóvenes cineastas encararon el sur con un plan de rodaje, pero el contacto con comunidades como Aguada de Guerra, que no supera las veinte casas, modificó hondamente sus intereses. Uno no puede ser impermeable al intercambio, dice el director, a la vez que tiene claro que está entre sus prioridades no hacer el típico documental llorón, que ya está hecho, y seguramente mejor. Para escapar de ello recurrió, justamente, a Soriano. El me permite ver la Patagonia simultáneamente desde varios lugares, todos ellos poco visitados por el cine, pero que tiene un interés que sólo él pudo rescatar.
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