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“El actor debe seducir y espantar al público”

Aldo Braga es el protagonista de “Minetti”, una inquietante  obra de Thomas Bernhard en la que, desde la figura del actor,  se busca replantear los lineamientos del arte dramático.

Braga remarca que la obra de Bernhard es “un tremendo desafío”.
“Minetti” reflexiona sobre la vejez y la creatividad artística.

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Por Hilda Cabrera

t.gif (862 bytes) “El actor es siempre un mediador, un intérprete, y sólo a veces un artista. Hay intérpretes muy eficaces que no son artistas. Esa mediación le genera conflictos, le trae contradicciones del pasado que explaya en el presente.” Lo dice Aldo Braga a propósito de la actuación y su protagónico en Minetti, pieza teatral del austríaco Thomas Bernhard (capaz de crear un universo literario a partir de su biografía y su contacto con la muerte) dedicada a un célebre actor de la escena alemana, Bernhard Minetti, nacido en Kiel y fallecido en setiembre del ‘98, a los 93 años. Actuada por este artista en su premiere en 1976, la obra -que se estrena hoy en Babilonia, conducida por Roberto Villanueva sobre una traducción de Carlos Kaspar– implica un tremendo desafío para Braga, aun cuando ya ha demostrado gran presencia escénica en sus trabajos, entre otros MaratSade, Rayuela, La oscuridad de la razón, Sacco y Vanzetti, Arriba, Corazón, y Borges y el otro. Actualmente graba una serie con Alfredo Alcón y Adrián Suar, “En el nombre de Dios”. “La TV da popularidad y a veces prestigio, aunque no sea merecido”, precisa Braga en diálogo con Página/12. Ha incursionado en el cine, que le gusta, pero donde cree mostrar “una expresividad excesivamente teatral”.
En cuanto a Bernhard (1931-1989), austríaco por ascendencia y cultura (nació en la ciudad holandesa de Kloster Heerlen), puede ubicárselo entre los inconformistas en lengua alemana, como Peter Handke, también austríaco, novelista y autor de piezas teatrales y ensayos, de quien Villanueva estrenó dos temporadas atrás, en el San Martín, Las personas razonables están en vías de extinción. En Minetti, Bernhard inquieta pero no escandaliza exponiendo ideas contrarias a la opinión pública, o construyendo metáforas de intencionada provocación, como aconteció en 1984, al arremeter contra la cultura oficial vienesa a través de un texto furioso, Tala. La obra que se verá en Babilonia .-y de la que participan, entre otros, María Comesaña, Alfredo Andino, Santiago Giorgini y Vanesa Strauch.- se centra en un actor que llega a un hotel para encontrarse con un director. Este le ha ofrecido protagonizar al Rey Lear, de Shakespeare. La situación no es más que una excusa para referirse a la vejez, la muerte y la creatividad. “Lleva su metáfora hasta las últimas consecuencias .precisa Braga–. Lo expresa en el texto cuando escribe ‘Aquel que es consecuente consigo mismo está condenado a la desaparición social’.”
Planea una visión semejante respecto del público, que es puesto a prueba por el actor: “Primero debe seducirlo, y después espantarlo. Seducirlo, atrayéndolo a la trampa de la historia, a la trampa del espíritu, de los sentimientos”. Estos son en parte los severos conceptos de Bernhard sobre el arte, que en opinión de Braga son posibles sólo dentro de una sociedad de fuertes estructuras, y con un teatro subvencionado (Claus Peymann fue uno de los grandes directores que montó varias “incómodas” obras del autor austríaco como Heldenplatz, sobre el pasado pronazi de Austria, presentada nada menos que en el Burgtheater de Viena). “El teatro en lengua alemana es impresionante .-opina Braga–. En gran parte por las subvenciones, puede prescindir de los massmedia y analizar los problemas a fondo”.
–¿Cree que al teatro argentino le resulta más difícil sostener una línea de trabajo semejante?
–Sí, porque hay que ceñirse a escasas posibilidades económicas y pensar en el éxito. Difícilmente un dramaturgo argentino haga una obra de más de seis personajes, salvo que se estrene en el San Martín.
–¿Se distrae más respecto de asuntos esenciales?
–No sé si se distrae, pero tiene más urgencias. No puede ser áspero y corrosivo como lo son Handke o Bernhard. Ellos trabajan mucho con el lenguaje, desconfían de las palabras, se permiten ser reiterativos, bucear hasta que las palabras reflejen cabalmente lo que se quiere decir.
–¿Cómo es nuestro teatro?
–Acá tenemos un excelente teatro costumbrista, y un teatro ideológico con cierta ética y emoción. El teatro descarnado, severo, escéptico, aunque no de manera lineal, sino jugando con todas las negatividades, sólo le pertenece, creo, a los autores en lengua alemana. Ellos tienen una fuerte actitud crítica. Centran su metáfora en la perversidad social, pero no a la manera de la vieja izquierda. En realidad, Bernhard expresa cierto rechazo a lo político, y aunque escéptico, muestra un humor muy especial, también en Minetti, que es probablemente su obra más tierna.
–¿El actor es en sí mismo un personaje escindido?
–No en el caso del actor tipo del que habla Bernhard. Este autor se juega absolutamente a una idea de lo dramático. “El arte se degrada fácilmente si el artista desfallece, si por un único instante cede. No ceder, soportar el escarnio, la desconsideración”, dice Minetti.
–Visto así, es una militancia...
–Exactamente. Pero Bernhard no abre juicios sobre el actor. No parece interesarle su celebridad o su fracaso. A él le importa hablar del arte dramático, partiendo de una postura extrema. Por ejemplo, del odio que su personaje siente por todo lo clásico en el arte (“Odié todo lo clásico. En lo clásico, la sociedad está consigo misma, en familia, imperturbable”). Lo único intocable es Rey Lear, la tragedia de la vejez. Hay una gran religiosidad en eso. La impresión es que el personaje no entendió el mundo y éste no lo entendió a él. Como actor, mi duda en esta obra es estar a la altura del personaje.
–¿Cree viable un teatro de reflexión en nuestro medio?
–En Marat-Sade éramos 30, y todos trabajaron con la misma devoción. No puedo decir que hoy tengamos un teatro brillante. Existen grandes diferencias si se compara con un autor como Peter Brook, y con el desempeño de algunos actores europeos, pero creo que tenemos un buen nivel. Necesitamos subvenciones. Hay quienes en Europa critican ese sistema: dicen que burocratiza la creación, pero en la Argentina hacer teatro es una aventura, especialmente cuando uno acepta los riesgos. Es duro sobrevivir, salvo que uno consiga un trabajo en televisión.

 

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