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Panzermeyer

Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn


t.gif (862 bytes) Entre los cimbronazos emocionales más fuertes de los últimos años sufridos por todos aquellos que no se resignan, en Alemania, a la superficialidad del olvido y siguen preguntándose por qué Auschwitz, figura sin ninguna duda un libro que acaba de aparecer sobre “Panzermeyer”, el general más joven de las SS de Hitler, el ídolo de toda una época para la juventud. General mayor Kurt Meyer, apodado Panzermeyer (“Meyer, el blindado” o “Meyer, el de los tanques”), condenado a muerte por los aliados en 1945, pena luego transformada en cadena perpetua. El libro está escrito, no por un biógrafo militar o por un historiador, sino por el propio hijo del general, Kurt Heinrich Meyer, docente secundario. Su segundo nombre, Heinrich, le fue puesto por su padre, el general, en homenaje a Heinrich Himmler, el asesino más manifiesto del régimen nazi.
“Panzermeyer” falleció en 1961 y, hasta su muerte, siguió siendo fiel fanático del nazismo. Su hijo tenía apenas 17 años cuando su padre murió. Ahora, ya con 54 años ha escrito este libro que es un diálogo con su padre, el general nazi. Para eso utiliza las cartas que “Panzermeyer” le envió desde la prisión. El libro es clara expresión del dolor más profundo y la vergüenza del hijo frente a un padre así, que dedicó su vida a la defensa de un régimen asesino, racista y autoritario.
Y es increíble la imaginación de la realidad: el epílogo del libro lo escribe Heinrich von Trott zu Solz, hijo de uno de los integrantes del grupo que atentó contra Hitler el 20 de julio de 1944, y que por ello fue ahorcado. En un mismo libro, el hijo del verdugo y el hijo de la víctima.
Ni una tragedia griega logra como este libro meterse en el espíritu humano tan cargado de dolor y del porqué. La reacción de un hijo ante su padre servidor del crimen. Al hijo le cuesta comprender las razones del padre, el llamado idealismo del padre. Y empieza a desmenuzar el tiempo histórico en que le tocó actuar a su progenitor, y sus normas de vida, para poder entender todo. Al final, no lo comprende. Lo quiere demasiado para poder perdonarlo, la desilusión es muy grande, es una frustración desgarrada. Pero antes de llegar a ese dolor último, el hijo consulta toda la bibliografía nazi y antinazi, recorre todos los campos de concentración, visita en Canadá la celda donde aquél estuvo preso, dialoga con sus ex carceleros y con el cura de la prisión y culmina su viaje investigativo en Auschwitz. ¿Por qué? Porque el hijo cada vez que quiso reprimir avergonzado la actuación de su padre fue alcanzado por ese pasado. Supo entonces que sólo podía lograr su identidad confrontándose con esa figura hecha bronce por el barro del nazismo. Y se lanzó a investigar, quería saber todo. “Me es extraña toda mentalidad de punto final”, escribe en su libro. Punto final. Una expresión también muy argentina.
En aras del tiempo político de la Guerra Fría con la Unión Soviética, “Panzermeyer” es amnistiado y sale en libertad en 1954. Es decir, que su hijo vivirá con su admirado padre siete años, hasta que éste fallece. Cuando llega el padre a la casa, de regreso, obliga a poner los cuadros de Hitler y de Federico el Grande en el comedor. Así describe el hijo, las enseñanzas que le dio su padre al llegar: (el hijo transcribe todo como si su padre estuviera presente y él conversara con él) “Las perspectivas que tú me das, papá, son siempre las viejas: para ti la vida humana es ‘lucha’, un ‘espejo de la naturaleza’. ‘Permanentemente –me dices– luchan el bien y el mal y el mal debe ser eliminado de cuajo y exterminado por completo. Cuando el campesino hacendoso –agrega– ha pasado el arado, ha abonado y sembrado la tierra le pide a Dios lluvia y el calor del sol para lograr una buena cosecha. Pero, junto a los sanos y hermosos brotes de la semilla crecen las odiosas hortigas y otras malezas parásitas. El cereal es impotente para derrotarlos, entonces el campesino recurre a la máquina, a la azada o al veneno y destruye todo lo parasitario. Pero él no sólo destruye esos cánceres sino que trata de destruir de raíz el origen de ellos. El amor, la solidaridad y el temor de Dios son atacados por el ocio, la codicia y desobediencia. La maleza del alma ahoga sin piedad las buenas cualidades si nosotros no la exterminamos de cuajo. Por eso, examínate a ti mismo, sé un buen luchador y destruye la infamia antes de que pueda echar raíces en ti’”.
Según el hijo, el padre es un hombre del sí o no: divide al ser humano en sanos o enfermos, débiles o fuertes.
“Panzermeyer” escribirá al hijo en 1949: “La creación es el traductor honrado de Dios, a veces, traductor brutal ya que presenta la vida sin falsedades”. Y el hijo le responde: “Como el Führer en Mein Kampf apuntas el instinto para encontrar el buen camino en este mundo”. Y para demostrar esto reproduce un trozo de una carta que le escribió su padre: “Las abejas y las hormigas son los únicos seres vivos que llevan a cabo una vida comunitaria sin tropas policiales. La diferencia entre los hacendosos animalitos y los seres humanos es que tanto hormigas como abejas se guían por su instinto mientras que nosotros, los hombres, analizamos cada acción con el cerebro y como al final todos tenemos una opinión diferente para dirigir una vida comunitaria es necesario que uno tome el poder”.
Es decir la concepción totalitaria, sin posibilidades entre los extremos.
El padre le enseñó al hijo: “jamás mentir”. Y el hijo le pregunta: “Y luego vuelve al lema de las SS: ‘Mi honor es ser fiel’”, y se pregunta: ¿fidelidad a quién, a un asesino, a un anticristo? El único honor es ser fiel a los principios humanitarios y a la ética. Himmler dijo en un discurso del 4 de octubre del ‘43: “El único policía que debemos tener dentro debe ser la propia conciencia, el deber de fidelidad, de obediencia”. Por cierto, un pensamiento nada ecuménico sino típico de toda teología totalitaria.
Luego de hablar de las víctimas, principalmente de los niños judíos, polacos y rusos, le dice al padre: “Los crímenes del Tercer Reich sucedieron siempre detrás de un muro, lugar en el que fueron ensalzadas las más altas virtudes morales: honor, valentía, humildad, fidelidad y por siempre decencia. La moral de las SS, exigida continuamente en nombre de la ideología de la raza superior, se hizo carne en las normas con efectividad hacia afuera y, para la conciencia, en cambio se legitimaba al mismo tiempo el terror y la arbitrariedad”. En las reglas a cumplir por las SS, ordenaba Himmler el 20 de abril de 1937: “Sed siempre caballerescos, sed siempre hombres SS tanto en la lucha como en la vida”.
Esa decencia, obediencia, fidelidad, disciplina, fue la senda directa a Auschwitz. Esa es la síntesis del nazismo y de sus artífices de la muerte.
Pero, el autor no echa toda la culpa a las bandas uniformadas. Todo fue posible porque políticos, diplomáticos, juristas, médicos, el ejército, la iglesia, se callaron la boca o aplaudieron al principio porque creían que así iba a retornar la decencia al país. (Aquí, el autor recuerda que el cardenal Faulhaber, de Munich, celebró una misa de agradecimiento el 21 de julio de 1944 porque Hitler se había salvado del atentado.)
Kurt Heinrich Meyer termina su libro sobre “Panzermeyer” en Auschwitz. Y escribe: “En mi encuentro con los seres humanos en Auschwitz fui consciente del peligro de equivocarme en el presente y en el futuro si me dedico a huir del pasado”. ¿Se pondrán a pensar lo mismo los hijos de los Massera, y los Videla?

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