Entre los cimbronazos
emocionales más fuertes de los últimos años sufridos por todos aquellos que no se
resignan, en Alemania, a la superficialidad del olvido y siguen preguntándose por qué
Auschwitz, figura sin ninguna duda un libro que acaba de aparecer sobre
Panzermeyer, el general más joven de las SS de Hitler, el ídolo de toda una
época para la juventud. General mayor Kurt Meyer, apodado Panzermeyer (Meyer, el
blindado o Meyer, el de los tanques), condenado a muerte por los aliados
en 1945, pena luego transformada en cadena perpetua. El libro está escrito, no por un
biógrafo militar o por un historiador, sino por el propio hijo del general, Kurt Heinrich
Meyer, docente secundario. Su segundo nombre, Heinrich, le fue puesto por su padre, el
general, en homenaje a Heinrich Himmler, el asesino más manifiesto del régimen nazi.
Panzermeyer falleció en 1961 y, hasta su muerte, siguió siendo fiel
fanático del nazismo. Su hijo tenía apenas 17 años cuando su padre murió. Ahora, ya
con 54 años ha escrito este libro que es un diálogo con su padre, el general nazi. Para
eso utiliza las cartas que Panzermeyer le envió desde la prisión. El libro
es clara expresión del dolor más profundo y la vergüenza del hijo frente a un padre
así, que dedicó su vida a la defensa de un régimen asesino, racista y autoritario.
Y es increíble la imaginación de la realidad: el epílogo del libro lo escribe Heinrich
von Trott zu Solz, hijo de uno de los integrantes del grupo que atentó contra Hitler el
20 de julio de 1944, y que por ello fue ahorcado. En un mismo libro, el hijo del verdugo y
el hijo de la víctima.
Ni una tragedia griega logra como este libro meterse en el espíritu humano tan cargado de
dolor y del porqué. La reacción de un hijo ante su padre servidor del crimen. Al hijo le
cuesta comprender las razones del padre, el llamado idealismo del padre. Y empieza a
desmenuzar el tiempo histórico en que le tocó actuar a su progenitor, y sus normas de
vida, para poder entender todo. Al final, no lo comprende. Lo quiere demasiado para poder
perdonarlo, la desilusión es muy grande, es una frustración desgarrada. Pero antes de
llegar a ese dolor último, el hijo consulta toda la bibliografía nazi y antinazi,
recorre todos los campos de concentración, visita en Canadá la celda donde aquél estuvo
preso, dialoga con sus ex carceleros y con el cura de la prisión y culmina su viaje
investigativo en Auschwitz. ¿Por qué? Porque el hijo cada vez que quiso reprimir
avergonzado la actuación de su padre fue alcanzado por ese pasado. Supo entonces que
sólo podía lograr su identidad confrontándose con esa figura hecha bronce por el barro
del nazismo. Y se lanzó a investigar, quería saber todo. Me es extraña toda
mentalidad de punto final, escribe en su libro. Punto final. Una expresión también
muy argentina.
En aras del tiempo político de la Guerra Fría con la Unión Soviética,
Panzermeyer es amnistiado y sale en libertad en 1954. Es decir, que su hijo
vivirá con su admirado padre siete años, hasta que éste fallece. Cuando llega el padre
a la casa, de regreso, obliga a poner los cuadros de Hitler y de Federico el Grande en el
comedor. Así describe el hijo, las enseñanzas que le dio su padre al llegar: (el hijo
transcribe todo como si su padre estuviera presente y él conversara con él) Las
perspectivas que tú me das, papá, son siempre las viejas: para ti la vida humana es
lucha, un espejo de la naturaleza. Permanentemente me
dices luchan el bien y el mal y el mal debe ser eliminado de cuajo y exterminado por
completo. Cuando el campesino hacendoso agrega ha pasado el arado, ha abonado
y sembrado la tierra le pide a Dios lluvia y el calor del sol para lograr una buena
cosecha. Pero, junto a los sanos y hermosos brotes de la semilla crecen las odiosas
hortigas y otras malezas parásitas. El cereal es impotente para derrotarlos, entonces el
campesino recurre a la máquina, a la azada o al veneno y destruye todo lo parasitario.
Pero él no sólo destruye esos cánceres sino que trata de destruir de raíz el origen de
ellos. El amor, la solidaridad y el temor de Dios son atacados por el ocio, la codicia y
desobediencia. La maleza del alma ahoga sin piedad las buenas cualidades si nosotros no la
exterminamos de cuajo. Por eso, examínate a ti mismo, sé un buen luchador y destruye la
infamia antes de que pueda echar raíces en ti.
Según el hijo, el padre es un hombre del sí o no: divide al ser humano en sanos o
enfermos, débiles o fuertes.
Panzermeyer escribirá al hijo en 1949: La creación es el traductor
honrado de Dios, a veces, traductor brutal ya que presenta la vida sin falsedades. Y
el hijo le responde: Como el Führer en Mein Kampf apuntas el instinto para
encontrar el buen camino en este mundo. Y para demostrar esto reproduce un trozo de
una carta que le escribió su padre: Las abejas y las hormigas son los únicos seres
vivos que llevan a cabo una vida comunitaria sin tropas policiales. La diferencia entre
los hacendosos animalitos y los seres humanos es que tanto hormigas como abejas se guían
por su instinto mientras que nosotros, los hombres, analizamos cada acción con el cerebro
y como al final todos tenemos una opinión diferente para dirigir una vida comunitaria es
necesario que uno tome el poder.
Es decir la concepción totalitaria, sin posibilidades entre los extremos.
El padre le enseñó al hijo: jamás mentir. Y el hijo le pregunta: Y
luego vuelve al lema de las SS: Mi honor es ser fiel, y se pregunta:
¿fidelidad a quién, a un asesino, a un anticristo? El único honor es ser fiel a los
principios humanitarios y a la ética. Himmler dijo en un discurso del 4 de octubre del
43: El único policía que debemos tener dentro debe ser la propia conciencia,
el deber de fidelidad, de obediencia. Por cierto, un pensamiento nada ecuménico
sino típico de toda teología totalitaria.
Luego de hablar de las víctimas, principalmente de los niños judíos, polacos y rusos,
le dice al padre: Los crímenes del Tercer Reich sucedieron siempre detrás de un
muro, lugar en el que fueron ensalzadas las más altas virtudes morales: honor, valentía,
humildad, fidelidad y por siempre decencia. La moral de las SS, exigida continuamente en
nombre de la ideología de la raza superior, se hizo carne en las normas con efectividad
hacia afuera y, para la conciencia, en cambio se legitimaba al mismo tiempo el terror y la
arbitrariedad. En las reglas a cumplir por las SS, ordenaba Himmler el 20 de abril
de 1937: Sed siempre caballerescos, sed siempre hombres SS tanto en la lucha como en
la vida.
Esa decencia, obediencia, fidelidad, disciplina, fue la senda directa a Auschwitz. Esa es
la síntesis del nazismo y de sus artífices de la muerte.
Pero, el autor no echa toda la culpa a las bandas uniformadas. Todo fue posible porque
políticos, diplomáticos, juristas, médicos, el ejército, la iglesia, se callaron la
boca o aplaudieron al principio porque creían que así iba a retornar la decencia al
país. (Aquí, el autor recuerda que el cardenal Faulhaber, de Munich, celebró una misa
de agradecimiento el 21 de julio de 1944 porque Hitler se había salvado del atentado.)
Kurt Heinrich Meyer termina su libro sobre Panzermeyer en Auschwitz. Y
escribe: En mi encuentro con los seres humanos en Auschwitz fui consciente del
peligro de equivocarme en el presente y en el futuro si me dedico a huir del pasado.
¿Se pondrán a pensar lo mismo los hijos de los Massera, y los Videla?
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