Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


Panorama Economico
El gigante se hizo enano

Por Julio Nudler

Hay un divertido (o macabro) juego de verano para economistas, que hará furor este febrero. Consiste en acertar el día en que Brasil haya encogido tanto que tendrá el mismo tamaño económico que la Argentina. Con la aceleración de la crisis, ese momento no parece lejano. Tal vez sólo haya que esperar un par de semanas para que la Argentina alcance a su vecino en la tabla de posiciones. Sólo hace falta que el dólar trepe allá hasta 2,71 reales. Teniendo en cuenta que el 13 de enero abrió a 1,21 y ayer cerró ya a 2,10, entre una y dos semanas podrían bastar. Llegado el momento, el Producto Bruto Interno brasileño coincidirá con el argentino, medidos ambos en dólares corrientes. No hace mucho era normal considerar que la economía brasileña triplicaba a la argentina en tamaño, pero algo ha cambiado entretanto. Es probable que todo esto esconda alguna gran distorsión cambiaria, pero eso es propio de muchas de las magnitudes con que se manejan los economistas y en base a las cuales se toman las decisiones.
El problema del PBI es que se genera en moneda local, porque en ella suelen remunerarse los factores de producción, pero luego el Producto se expresa en dólares, como forma de volverlo comparable con el de otros países. Con este parámetro se construye luego el ranking, cuyos tres primeros puestos pertenecen a Estados Unidos, Japón y Alemania. Brasil pudo vanagloriarse en su momento de haber llegado a ser la octava economía del mundo, pero el derrumbe del Plan Real lo barrió del podio. En cuanto a la Argentina, que a fines de los ‘80 apenas valía en los mamotretos del Banco Mundial unos 67 mil millones de dólares, hoy navega por encima de los 300 mil. ¿Cuánto hubo de crecimiento, cuánto de sobrevaluación del peso?
En 1998, el Producto brasileño –que equivale al valor creado (agregado) por la actividad económica en un determinado período– fue de casi 894 mil millones de reales. Como el tipo de cambio promedio del año fue de 1,17 real por dólar, el PBI en dólares resultó de casi 764 mil millones. Pero ese mismo PBI, convertido a la paridad actual del real, no llega a los 426 mil millones de dólares, apenas 29 por ciento superior al argentino. Si Brasil tuviese que pagar todo en dólares –como efectivamente ocurre con sus importaciones, con los intereses de la deuda externa, las utilidades que giran las multinacionales que operan en su te- rritorio, las regalías que pagan las empresas, los fletes y los seguros contratados en el exterior o el turismo de sus residentes en el extranjero–, su empobre- cimiento habría sido tan pronunciado como su devaluación. El gran problema para la Argentina es éste: que su mejor cliente es hoy un país bruscamente empobrecido.
La primera pregunta para 1999 es cuánta inflación sufrirá Brasil por culpa de la devaluación de su moneda. Cuanto más fuerte sea el arrastre del dólar sobre los precios internos, menos efectiva resultará la devaluación y más crecerá el PBI en reales. Sin embargo, además de generar inflación, la devaluación provocará también una depresión que, según muchos anticipan, rondará el 6 por ciento. Aunque la devaluación licua la deuda interna, el PBI se licua mucho más rápidamente porque parte de la deuda está atada al dólar. Además, para renovarle el crédito al Estado los inversores reclaman tasas superiores al 40 por ciento, que bajan sólo algunos pocos puntos si los papeles incluyen una cláusula dólar. Por tanto, la relación deuda/PBI crece explosivamente, sobre todo si se agrega la externa, y esto dispara el riesgo de que finalmente el Estado brasileño quiebre y el país caiga en una hiperinflación.
Como apunta Carlos Pérez, de la Fundación Capital, en Brasil hay mucha más deuda pública que dinero, lo que equivale a decir que no existe capacidad interna de financiar esa deuda. La única deducción lógica posible es que el go-bierno terminará decidiendo repudiarla, aunque siga negando toda intención de aplicar un Plan Bónex. En la Argentina también es mayor la deuda que toda la moneda existente, incluyendo pesos ydólares, pero la tasa de interés que el fisco paga por ella es muy inferior, el perfil de vencimientos mucho menos apremiante y hay un buen colchón de li-quidez en el sistema bancario y de apoyo externo. Por algo el país contempla sin despeinarse financieramente el caos de su vecino. Sin embargo, estas ventajas, tranquilizadoras para el corto plazo, no servirán demasiado –según el mismo Pérez– si persiste el déficit externo, porque éste exige un flujo de nuevo financiamiento año tras año. El sector externo –importaciones, exportaciones, intereses de la deuda, remesas y otras facturas– es la gran incógnita de esta economía, aunque los ortodoxos prefie-ran mirar sólo el problema fiscal.
Medir el tamaño productivo de los países a través del PBI en dólares co- rrientes (lo opuesto a constantes o deflacionados) se tornó cada vez más antojadizo a medida que las paridades entre las monedas se enfermaron de volatilidad. A lo largo de los ‘90 estalló la ser-piente monetaria europea, se devaluó el yuan, rodó el peso mexicano y luego comenzó la vorágine que arrastró a las monedas asiáticas, al rublo y ahora al real. Ante esto, el Banco Mundial comenzó a desarrollar un camino alternativo al de los tipos de cambio: la paridad de poder adquisitivo (PPP). Este método pretende medir cuánto poder de compra tiene un dólar en cada economía, y evitar así el error de suponer que con un dólar se compra la misma cantidad de bienes en cualquier país. Como apunta Daniel Heyman, de Cepal, “se trata de ver cuáles son los valores permanentes”, más allá de las fluctuaciones en los tipos de cambio.
La comparación de los Productos Brutos por PPP deja a la Argentina en una posición mucho menos lucida, porque el poder de compra de un dólar es aquí mucho menor que en otros países, y hoy particularmente Brasil. Hay que temer además una reducción lisa y llana del PBI argentino por la recesión. Baste mirar lo que le ocurrió a Hong Kong, el otro país convertible del mundo: rodeado de países que devaluaron, su economía se contrajo un 5 por ciento en 1998. El derrumbe del Plan Real puede tener en efecto parecido, aunque tal vez no tan devastador, sobre la Argentina.

 

PRINCIPAL